Siria: ni regreso ni reconstrucción
Las calles de Damasco se ven en las imágenes bordeadas por un bosque artificial de carteles con fotos de Bachar el Assad pagados por empresarios, líderes religiosos y comunitarios para expresar adhesión y adoración al dictador. Esta opulencia de la maquinaria propagandística choca frontalmente con la realidad diaria de un 80% de la población, que vive bajo el umbral de la pobreza. Si antes del estallido de la revolución 1 dólar se cambiaba por 47 liras sirias, ahora los precios han subido un 200% y el dólar se cambia por unas 4.000. Uno de los pocos mecanismos internacionales activados contra el régimen de Al-Assad han sido las sanciones de la UE y Estados Unidos, pero, como suele pasar, repercuten más en la población, con la carencia de servicios básicos como la electricidad o productos básicos como el trigo o el combustible, que en el núcleo del poder. Incluso en zonas controladas por el gobierno, la población se ve obligada a marchar por la pobreza extrema y la sistemática represión a la que es sometida. Y la pandemia es una fatalidad más que se añade al hambre.
El Asad ha ganado en el terreno militar pero domina solo el 65% del país, que es tierra quemada. Las victorias militares, gracias al apoyo iraní y ruso, son ganancias territoriales. Nada más. La población huye de estos territorios hacia las zonas del norte. Las elecciones del pasado miércoles pretenden legitimar un presidente para un cuarto mandato de siete años sobre una población que, dejando de lado a los que le han apoyado hasta ahora, vive atemorizada bajo su poder, en el limbo de la frontera o el exilio. Elecciones de pandereta, de ganar por el 95,1%, con solo un par de rivales -uno del sistema, el ex ministro Abdalá Salum Abdalá, y uno de la oposición cooptada, Mahmud Marei-, que buscan validar un régimen que, en realidad, ni vence ni convence. Solo los sirios con pasaporte válido y que han salido del país de forma regular han podido votar en las embajadas, y cuantos no lo deben de haber hecho por miedo a sufrir represalias. Los más de seis millones de refugiados no han contado para nada. Eso sí, hay quién se emperra en decir que ya pueden volver a su país, que todo va bien. Y casa, para los sirios, ya no es casa. En Siria nadie está en el lugar de donde proviene. El adelanto militar y la ingeniería demográfica han desplazado a 6,6 millones de personas dentro del país, población desarraigada que ha pasado por asedios y escaladas militares repetidas veces.
En el norte, fuera del control de El Asad, en las zonas kurdas y en las zonas de la oposición, las elecciones no se compran. En Idlib, Al Bab o Azaz han salido a la calle; en Daraa, al sur, han hecho una huelga general. Numerosas cancillerías internacionales han rechazado unos comicios que no contaban con supervisión de las Naciones Unidas, que impedían que cualquiera que hubiera vivido fuera del país en los últimos diez años se pudiera presentar, y que han ignorado la resolución 2.254 del Consejo de Seguridad que pide un proceso político y la redacción de una nueva Constitución. Pero las elecciones no son insignificantes. Validarlas podría impedir, por ejemplo, la renovación en julio de la resolución 2.533 del Consejo de Seguridad que permite el acceso transfronterizo a los civiles a zonas de la oposición. Cada mes atraviesan la frontera desde Turquía unos 1.000 camiones con ayuda humanitaria, productos de atención básica médica y psicosocial. Más de un tercio de los niños de Siria se quedarán sin ningún tipo de protección si no se renueva la resolución. Y Naciones Unidas perderá buena parte de la capacidad de documentar las violaciones del derecho internacional humanitario. En Siria, que se ha erigido como el conflicto con más violaciones documentadas de derechos humanos y del derecho internacional humanitario de la historia.
La ayuda humanitaria mengua debido a una comunidad internacional fatigada. Hay otros focos de atención: Libia, Yemen y, ahora, Gaza otra vez. Siria dura demasiado. Todo el mundo tiene ganas de pasar página y dar el conflicto por cerrado, tanto da si es en falso, con unas elecciones en las que no se elige nada, y pasar de la emergencia a la early recovery, a la reconstrucción, pensando más en intereses externos de aquellos que tienen algo que ganar que no las necesidades de la población.
El hijo mayor Bachar, a sus 18 años, está cada vez más presente en los medios, que preparan el camino para que salga elegido en las elecciones de 2028 como sucesor de la dinastía El Asad. Si nadie lo impide, consagrará más de medio siglo de reinado autoritario brutal en la república siria. Relegitimar a El Asad y dar credibilidad a estas elecciones es validar los crímenes de guerra, dar impunidad a las violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario; es abandonar a una población al límite de lo que es soportable y condenar a una infancia sin futuro. No nos engañemos, El Asad no es una solución sino la raíz del problema.
Lurdes Vidal es directora del área Mundo Árabe y Mediterráneo del Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed)