El soberanismo, a la espera

Tras Diadas masivas en que parecía que había una hoja de ruta soberanista consensuada y una estrategia política seria para ejecutarla, tras Diadas de respuesta a la indignidad de la violencia del 1 de Octubre y a la desidia y la cobardía de los gobiernos que convirtió la gran cuestión política española en un tema judicial, tras Diadas en que tantos catalanes denunciaban la prisión y el exilio de sus líderes, hoy tenemos un nuevo escenario. Una nueva etapa en la que el covid y sus consecuencias económicas y vitales no se pueden pasar por alto.

Hoy el soberanismo reúne en las calles a menos ciudadanos, pero mantiene el pulso, y los reúne más molestos con sus líderes. Unos políticos que desde el gobierno catalán defienden la única vía hoy factible con el Estado, pero sin un gran convencimiento. La vía de la mesa de negociación quizás no irá más allá de mostrar internacionalmente que el Estado reconoce la singularidad del pleito catalán. En todo caso, si fracasa, el Estado no puede pensar que el independentismo desaparecerá. En cuanto a la vía de la unilateralidad, mostró sus límites el 27 de octubre de 2017 y sorprende que flirteen algunos de los mismos actores que entonces no pudieron culminarla por tantas razones.

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Delito de pensamiento

Las multitudes que podía convocar el soberanismo, los centenares de miles de ciudadanos que expresaban la voluntad de ejercer el derecho de voto en un referéndum, no son las que convoca el independentismo hoy. Por muchas razones, pero también por una actitud de repliegue que es excluyente. Una parte del independentismo parece que intente transformar lo que podía ser un proyecto político inclusivo -que respete la idea de un solo pueblo- en un nuevo catecismo para convencidos.

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De catecismos hay de muchos tipos y, por supuesto, algunos son políticos, que exigen el mismo grado de adhesión y pureza que muchas religiones. No estamos hablando de movimientos totalitarios ni antidemocráticos, pero sí de ideologías que, especialmente en momentos de dificultad, pasan de la resistencia al encastillamiento y de la acogida y la voluntad de integración a la aversión a la disidencia o a quien ose hablar sin eufemismos sobre la cuestión. Esto es lo que puede pasarle al independentismo si se mantiene la exigencia de pureza que va conectada con una carencia de realismo sobre la fuerza propia y la del adversario político.

La mayoría parlamentaria del 52% es un hecho y responde a un apoyo ciudadano expresado en las urnas, pero también es evidente que muestra síntomas de cansancio por las dificultades de recuperarse de 2017 con una propuesta política realista y consensuada entre las partes. La debilidad del Govern tendrá una prueba de fuego en los presupuestos.

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Los dos partidos mayoritarios del independentismo embarrancan a menudo en la gestión de gobierno, que pide una confianza mutua que hoy no tienen, y también embarrancan en el apoyo a la estrategia que teóricamente comparten. En el ámbito de la gestión, la intención de comunicar que tienen una línea común después de horas de “convivencias” no resiste la realidad de la negociación del aeropuerto con el Estado y las tensiones internas que se expresan de manera pública a la mínima ocasión.

En la calle, lo que ha sido un movimiento mayoritario, pacífico y plural muestra señales de cansancio y de que la recta vía se va haciendo más estrecha y, por lo tanto, menos transitada. Cuanta más ortodoxia se exija, menos serán los ciudadanos que querrán transitar el camino hacia un futuro estado independiente.

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Menos, pero más irritados

Hoy media Catalunya, por no decir más, está bajo sospecha o acusaciones de traición. Tienen que oír palabras tildándolos de traidores los políticos y activistas que han salido de prisión tras tres años y medio, los que osan disentir del más inflamado de los salonards o los que tienen miradas amplias sobre un país que incluye a muchos que son contrarios a la independencia o que simplemente se han sentido expulsados más que seducidos por un proyecto político poco definido. Medio país es traidor para aquellos que ven “ser consecuente” como un salvoconducto para mantener la ficción de una salida rápida e indolora para sus aspiraciones políticas, a pesar de que así se pierda una sábana en cada colada o un ciudadano de Catalunya para las filas del soberanismo.

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Vienen años de digerir la derrota del 27 de octubre de 2017 y mantener vivo el recuerdo de la afrenta del 1 de Octubre y la incapacidad del Estado para gestionar de manera valiente su gran problema territorial. Es el turno de explorar la negociación y la valentía del gobierno del PSOE y, por lo tanto, también del PSC. La sociedad catalana dirá en las urnas si la propuesta política es hoy la adecuada y si unos y otros están a la altura del momento en que les ha tocado liderar.