La socialdemocracia en el laberinto
El congreso del PSOE no ha sido una cumbre de renovación de personas y discursos, sino de reafirmación. Teniendo en cuenta el estado actual de la política española, con el ataque por tierra, mar, aire y la judicatura en la figura de Pedro Sánchez, difícilmente podía hacerse otra cosa que esgrimir unidad y convencimiento, aunque una vez más la federación socialista madrileña ha actuado de elemento discordante. Es bastante obvio que, en estos momentos, casi es un milagro que el gobierno se mantenga de pie. No se puede negar la resistencia y perseverancia de su líder y el sector más afín que le acompaña. Aunque buena parte de las acusaciones de corrupción que le hace el Partido Popular tienen poca base y se sostienen sobre la colaboración necesaria e imprescindible del poder judicial, el relato de un gobierno no sé si corrupto pero al menos extremadamente débil sí ha impuesto el Partido Popular, que cada vez se encuentra más cómodo operando con la estrategia que dicta Miguel Ángel Rodríguez –el Steve Bannon español–, que se sostiene sobre un amplio control de los medios dedicados en cuerpo y alma a librar la batalla cultural contra las ideas y la política progresistas. Inventos, rumores, falsedades nacen en los digitales para ser recogidos por los portavoces populares, que les dan veracidad, por lo que a continuación entran los medios en papel conservadores, y algún juez toma el tema. Ya lo tendríamos. Más allá del caso Ábalos-Koldo, no parece haber gran cosa, pero el retrato ya está hecho. El otro gran elemento de debilidad del gobierno son muy frágiles socios parlamentarios. Depender del independentismo catalán implica perder muchas votaciones y transmitir una sensación de agonía continuada y de inestabilidad política. ¿Qué puede salir mal cuando depende de Carles Puigdemont?
Lo cierto es que con la ola derechista reaccionaria y la creciente hegemonía de la derecha posdemocrática, el ciclo de la socialdemocracia parece estar en crisis en buena parte de Europa. A Alemania, a Scholz le quedan dos telediarios, y el laborismo británico ha resultado un fracaso. En Francia no levanta cabeza, se debilita en Portugal y en Italia no se le espera. lo mismo. El problema de la socialdemocracia europea es que le cuesta hacer autocrítica y renovarse ideológica y políticamente. ha dejado de ser alternativa para aquellos que necesitan un nuevo reparto económico y social, una vez la derecha y el nuevo capitalismo han desguazado el gran pacto que había significado el estado del bienestar a partir de los años ochenta. Durante demasiado tiempo predominó el adaptarse al discurso conservador y neoliberal dominante, pasándose a formar parte de su marco mental y cultural Cuando el laborismo británico planteó las terceras vías y Tony. Blair dijo lo que "ahora todos somos thatcheristas", se provocó un daño irreparable a la credibilidad del socialismo democrático y, lo que es peor, va dejar de ser referencia para aquellos que le necesitaban y habían conformado su base social. El sujeto histórico iba dejando de ser una clase obrera en crisis en el marco de la desindustrialización para pasar a ser las clases medias urbanas, especialmente las universitarias. también pasaba a la izquierda posmoderna más allá de la socialdemócrata, ya se hablaba poco de desigualdad económica, de trabajo, de pobreza o exclusión, y el discurso se preocupaba cada vez más de las pulsiones identitarias, de lo que se ha definido como la cultura woke.
La socialdemocracia necesita hacer autocrítica y repensarse. Debería reconectar con los sectores de la sociedad que han ido quedando excluidos y que, de forma reactiva, tienden a votar con el sentimiento de haber sido abandonados, humillados y resentidos con aquellos que ya no los defienden. Cuando clases medias atemorizadas por dejar de serlo y sectores populares con malas condiciones votan a la derecha extrema, más que criticarles por ser "escoria", como dijo en su día François Hollande, lo que habría que escucharlos y aceptar que algo se ha hecho mal. Vivienda, exclusión, pobreza, fiscalidad progresiva, recuperación plena de los pilares del estado del bienestar, seguridad, expectativas, funcionamiento del ascensor social... Éstas son las políticas que deberían permitir dibujar una alternativa de futuro, si no igualitarista al menos de tendencia al igual, evitando la exclusión y la configuración de sociedades duales extremadamente polarizadas. Seguro que la base social y electoral de la izquierda ya no puede ser la misma que en la primera mitad del siglo XX, pero sigue habiendo personas explotadas, excluidas y con pocas posibilidades que necesitan un proyecto social y político que les proporcione esperanza. Esa esperanza debe ser el material que construya el futuro político y económico. Sin ella sólo hay frustrante individualismo. Y para eso no se necesita a la izquierda.