Tejero vs. el emérito

La política española otra cosa quizá no, pero es rica en caspa, y eso nadie puede discutírselo. Antonio Tejero es un guardia civil que tuvo galones de teniente coronel y que entró, pistola arriba, pegando tiros al techo del Congreso de Diputados, y conminando a sus señorías a agacharse con gritos descompasados, el 23 de febrero de 1981. Para los que ya tenemos cierta edad, el infausto forma parte de nuestra memoria sentimental, una infancia en la que te podían enviar de la escuela a tu casa (“No os paréis, si alguien os dice algo no contestéis y seguid hacia casa”) porque se estaba perpetrando un golpe de estado. Este era el ambiente durante la modélica Transición, e incluso los niños de primaria lo percibíamos con nitidez.

Como el resto de condenados por esa tentativa golpista fallida, Tejero pagó muy suavemente ante la justicia su implicación en los hechos. Con el paso de los años no se ha movido ni un milímetro de sus convicciones franquistas, ultraderechistas y ultranacionalistas. Tampoco se ha vuelto más inteligente. Últimamente, viendo al personal que aparece en la mayor parte de las programaciones televisivas y radiofónicas, le habrá venido el deseo de tener otro momento de protagonismo, y se ha puesto a decir y hacer cosas aparatosas, de titular fácil. A sus 91 añitos, ha puesto una denuncia ante la Fiscalía contra el presidente del gobierno de España en funciones, Pedro Sánchez, por "maniobras antiespañolas", se supone que por estar negociando la amnistía con los independentistas catalanes, y singularmente con Carlos Puigdemont, un personaje que, en el imaginario de la caspa, es mucho más golpista que el propio Tejero. Él, Tejero, no debemos dudar de que lo piensa exactamente así.

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También ha declarado que el rey emérito, Juan Carlos I de Borbón, estuvo implicado en el 23-F. Hombre, Tejero, llega un poco tarde. Existen hoy en día unas mil teorías sobre este punto en particular, desde las siempre laudatorias de los cronistas áulicos que pintan (y pintarán) a Juan Carlos de Borbón como el hombre providencial que llevó la democracia a España, hasta las teorías conspirativas más florecidas y adornadas, en las que el anterior jefe de estado (que también es el padre del actual jefe de estado, volvemos a lo de la caspa) aparece al mando de la operación. Parecería claro que Juan Carlos se dejó festejar por el general Armada y la banda golpista, y que jugó durante un tiempo un doble juego que llegó al desenlace que todo el mundo conoce. También es cierto que, durante su reinado, las relaciones de Juan Carlos con la derecha y la extrema derecha fueron a menudo malas: menos fluidas, como mínimo, que las que tiene su hijo Felipe VI, que ya bajó la testa coronada ante el nacionalismo español el 3 de octubre del 2017. Desde entonces, los mismos que blasmaban la monarquía ahora se deshacen en elogios a la institución, y en el actual momento en concreto anhelan –sin disimulo alguno– volver a influir sobre el monarca para que, llegado el momento, no firme la ley de amnistía. Esto volvería a ser golpismo, claro, pero es que es lo suyo.