La tentación de la inteligencia artificial

En el ARA del martes publicaron el tuit de una profesora de ciencia cognitiva computacional (el nombre de la especialidad funciona como argumento de autoridad y hace poner las orejas derechas), en la que citaba a otra profesora, de California, y decía: "Le explican directamente colegas de varios sectores que de los trabajadores que de a un ritmo asombroso".

No teníamos suficiente con la dispersión y la falta de atención y concentración a la que nos abocan las redes, sino que ha aparecido una herramienta potencialmente capaz de sustituir nuestro cerebro. Y a juzgar por lo que dicen estas dos profesoras, la sustitución va deprisa.

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¿Qué le pregunta usted a la IA? ¿Para qué la utiliza? Empiezo yo: para los artículos, nunca. Sería una trampa con las patas muy cortas y el camino directo hacia el paro. Pero sí le pido lo que seguro que no sé y que ningún humano o ningún libro que tenga cerca me puede resolver. Y nunca le pregunto lo que, si pienso un poco, podría plantear o resolver por mí mismo. De hecho, he descubierto el pequeño placer de hacerme primero un argumentario sobre una cuestión y después pedirle a la máquina qué le diría. Por cuestiones humanísticas, sus respuestas no están muy lejos de las de una persona que toque y que lo haya mirado un rato.

Lo que sí he notado es la tentación, claro. ¿Por qué ponerme a cavilar si la IA me lo estructuraría en pocos segundos? La respuesta es que no quiero externalizar la creatividad, la memoria, las lecturas, el sentido crítico, porque estoy seguro de que la función realiza el órgano. Y no es cuestión de atrofiarle.