La Europa del plan B

Meloni, Macron y Von der Leyen en una imagen de archivo.
22/12/2025
3 min

La Unión Europea ha encontrado la forma de seguir financiando a Ucrania. Tras meses de dudas y discusiones internas, los jefes de estado y gobierno de la UE aprobaron, la semana pasada en la última cumbre del año, un paquete de préstamos por valor de 90.000 millones de euros sin intereses en Ucrania durante dos años. Para financiarlo, la UE se endeudará conjuntamente. Y no es poco. Primero, porque comparado con los 800 millones de dólares que el presupuesto de defensa estadounidense ha aprobado recientemente para Kiiv, durante el mismo periodo, la UE demuestra que es muy consciente de quién pagará la factura de la reconstrucción de Ucrania, y da el paso adelante de asumir su coste. Segundo, porque la solución elegida para conseguir el dinero es la consolidación de una revolución. Desde el final del tabú de la mutualización de la deuda, que cayó con las urgencias de la pandemia de la cóvid-19, el endeudamiento de la Comisión Europea no ha parado de crecer, desde aproximadamente 50.000 millones de euros en 2019 hasta unos 700.000 millones de euros por medio de lo anterior, 5,000 millones de euros, estimados el 2010, 2,5 millones de euros. de una discusión encendida entre los Veintisiete que revela las profundas tensiones políticas y legales y presupuestarias que dividen a la Unión Europea por dentro.

La decisión adoptada la madrugada del viernes se desmarcaba del plan defendido por Berlín de utilizar los réditos de los activos rusos congelados en Europa para financiar la ayuda a Ucrania, lo que demuestra cómo han cambiado las cosas en Bruselas. Ya hace tiempo que esta Unión tiene vida propia más allá de los deseos de una Alemania de liderazgos debilitados. También es un aviso directo para el canciller Friedrich Merz, al que siempre se le ha reprochado que tiene poca cintura por las negociaciones de toma y daca. Mientras el jueves los focos mediáticos se centraban en las reticencias belgas y las críticas frontales de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, contrarios a la incautación de los activos rusos, el presidente francés, Emmanuel Macron, se encargó de orquestar la liquidación del plan. Macron negoció con el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, que si el llamado "préstamo de reparaciones" no salía adelante, Budapest no vetaría la solución alternativa. Así fue, y Chequia y Eslovaquia siguieron a Orbán. El desenlace final fue un giro pactado entre Macron y Europa de la derecha radical. Un retrato de cómo se ha desplazado el centro político y diplomático de esta Unión.

Pero todos estos movimientos también demuestran que el futuro de la UE pasa por agudizar la imaginación política. Con el debilitamiento de la gran mayoría tradicional del eje franco-alemán, y la dificultad de llegar a consensos en una UE de intereses contradictorios, la diplomacia y la flexibilidad son determinantes para seguir avanzando.

Al final, los Veintisiete fueron capaces de aprobar un método de financiación alternativa, los eurobonos, que no comporta riesgos legales y mantiene el compromiso con Ucrania.

La Europa del plan B es, en estos momentos, la única posible. De ello depende una unidad cada vez más amenazada, por los desafíos bélicos de Rusia y los desafíos territoriales de Estados Unidos que exigen la retirada de las fuerzas ucranianas del Donbás para cederlo a Rusia, y que vuelven a la carga con Groenlandia. La UE está cada vez más desubicada frente a esta visión del mundo que concibe la diplomacia como una transacción y la soberanía como una propiedad negociable.

El 2026 puede ser un año crucial para la resistencia del modelo europeo. Se trata de decidir si se impone la claudicación geopolítica y la consagración de los límites que atenazan a la UE entre fracturas internas y amenazas externas, o bien si los Veintisiete asumen que el coste de la inacción es mayor que las dificultades de buscar salidas negociadas entre todos.

La Unión Europea se enfrenta a su propio trilema: cómo impulsar el crecimiento económico mientras encuentra la manera de contener los enormes déficits públicos y aumenta la inversión en defensa, y todo ello sin que la austeridad atice aún más el apoyo a los partidos de extrema derecha. Habrá mucha imaginación para encontrar salidas. En juego está la supervivencia del modelo europeo y la legitimidad política que hasta ahora le ha otorgado la ciudadanía.

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