El terror catalán
"Lo que pasó en Catalunya es terror puro y fascismo", ha dicho Feijóo. El presidente del Partido Popular, escandalizado por una ley de amnistía tan robusta que invita al exilio, ha dado su versión de los hechos. Y yo estoy de acuerdo. La represión española y el fascismo persistente, representado en su partido, nos causaron terror. Las hostias que la policía repartió para impedir poner un voto en una urna nos hicieron daño y nos dieron miedo. El juicio de la vergüenza demostró, como la justicia está volviendo a poner de manifiesto, que España tiene un déficit democrático notable, rozando el excelente. Claro que Feijóo no ha dicho lo que ha dicho desde ese punto de vista. Por eso la Historia siempre depende de quien la cuenta. El relato español sobre lo que ha pasado en Catalunya habla del nacionalismo catalán en términos reaccionarios, como si defender la sagrada unidad de España no fuera nacionalista. Decía Joan Fuster que "nadie es nacionalista sino frente a otro nacionalista, en beligerancia sorda o corrosiva, para evitar sencillamente el oprobio o la sumisión". El relato español dice que hay que salvar a todas aquellas personas que se sienten españolas en Catalunya, que es como deberían sentirse todas las catalanas en una Catalunya que forma parte de España por la gracia divina. Cuando algunos hablan de conseguir la paz social solo están hablando de sumisión porque no puede haber paz social cuando lo que se hace es reprimir judicialmente un movimiento político. Pero esto lo sabe todo el mundo.
Esta semana se ha hecho popular un cómico alemán por un espectáculo que ha hecho en inglés en Barcelona. Una traductora del público que vive en Catalunya se quejó de que aquí se hablara el catalán. El cómico, convertido en un héroe gracias a la paz social que se vive en nuestro país, respondió lo que cualquier persona con sentido común y respeto por la cultura en general y por las lenguas en concreto habría respondido. Hizo ver a la traductora, entre risas, que el problema lo tenía ella porque no podía ir a vivir a un sitio y preguntarse cómo es que la gente del lugar al que había ido a vivir hablaba su lengua. Para que lo acabara de entender, le dijo que tratara de irse a Francia y preguntara a los franceses por qué hablan en francés. Y he aquí nuestro problema. Da igual lo grande o pequeña que sea una lengua; mientras no tengamos un estado propio todo el mundo puede cuestionarnos por qué hablamos nuestra lengua en nuestro país. Porque a nadie se le ocurre preguntar esto mismo a una danesa o a un portugués. Por eso una respuesta que solo es de sentido común convierte a una persona en un ídolo y un simpatizante de la causa, cuando en realidad no es así. Pero es tanta nuestra necesidad de que alguien nos entienda y defienda nuestros derechos con empatía, que ya se ha construido un monumento mental a un chico que pasaba por ahí y dijo lo que debería decir cualquiera. Y a mí, qué queréis que os diga, me da una tristeza inmensa ver cómo nuestro derecho lingüístico es devorado permanentemente por una razón política, sin sensibilidad alguna por lo que representan las lenguas maternas, pero con la maldad suficiente de los que saben que, cuando desaparece una lengua, con ella desaparecen también los pueblos.
Han empezado las restricciones por la sequía y mientras tanto lo que nos llueve encima es lo que ya nos llueve desde hace tiempo. Y en exceso. No hay agua, pero tenemos cada día un chubasco destacable de mezquindad. Si queréia, añado los beneficios récord de los bancos, pero entiendo que necesitamos un poco de aire y lo retiro. En catalán en Catalunya.