El torturador de Cabanes

Barcelona"De Almazora venía uno, uno de allí de Cabanes que le pagaban y venía a pegar. Las mujeres, cuando lo veían por aquí, ya lloraban". La voz de mi abuela Maria, que murió en 2009, sale ahora de mi ordenador gracias a la recuperación de una entrevista que le hizo en 2005 una miembro del Grupo por la Investigación de la Memoria Histórica de Castellón. Mi abuela explica el drama que vivían las mujeres de los presos republicanos que estaban encerrados en el antiguo convento de la Merced de Burriana, cómo se ayudaban las unas a las otras, cómo compartían el dolor. Sororidad en estado puro. Como en toda experiencia traumática, ella tenía algunos recuerdos vivísimos en la memoria, como el día en el que, en la cola para entrar a la visita con los presos, hizo callar a una mujer que explicaba cómo se escuchaban sus gritos desde fuera de la calle por las noches. En aquel contexto, aquello no ayudaba, sino que hacía más grande la herida. Se hace difícil imaginar el sufrimiento de aquellas mujeres que se quedaron solas de un día para el otro, sin medios de subsistencia, y sin saber si sus padres, hermanos, maridos o hijos saldrían vivos de aquel infierno.

Maria tenía, en 1939, 25 años. Y tenía en prisión a su marido, a su suegro y a dos cuñados. Estos dos fueron fusilados en el cementerio de Castelló. En 2005 habían pasado 66 años de aquellos hechos, pero habla con una serenidad admirable. No hay ideología, ella habla simplemente de lo que está bien y lo que no. No está bien torturar y fusilar a gente inocente. Igual que no estaba bien confiscar las cosechas ni aprovecharse de los vencidos. En un momento dado, hablando de la corrupción generalizada del régimen, afirma: "La mitad de las cosas, Franco no las sabía; de las muertes sí, pero de lo otro no". Es una manera de decir que lo peor no fue la persona de Franco en concreto, sino los franquistas y la naturaleza del régimen franquista en general, que envilecía a las personas.

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El Grupo de Investigación de Castellón está haciendo un gran trabajo en un territorio hostil donde todavía no hay un mínimo consenso sobre lo que fue el franquismo. Así como en Catalunya este consenso sobre lo que significó la dictadura existe, en el País Valenciano no. El País Valenciano es, en este sentido, como España, un país fracturado donde los herederos de aquel régimen todavía ocupan las esferas del poder, sobre todo el económico. El 3 de agosto el Ayuntamiento de Castellón inició las obras para retirar una cruz franquista que hay todavía en el parque Ribalta. Como si estuviéramos en plena Transición, en el acto hubo dos contramanifestaciones, una a favor de la retirada y una en contra, con la presencia de los regidores de PP y Vox.

Parecía que finalmente se impondría el sentido común y la legalidad, pero la empresa que había ganado la licitación ha paralizado las obras con excusas diversas. Es evidente que la presión ambiental de la derecha es todavía muy fuerte en lugares como Castellón y comarcas próximas. Suficiente para impedir el cumplimiento de la ley. Porque en realidad, a pesar de la imagen de España como un país moderno que algunos quieren vender, todavía mandan ellos. Los que pagaban al torturador de Cabanes.