Tenemos un trabajo por hacer

Si el buen médico ataca las causas de la enfermedad y no solo los síntomas, el buen político debería estudiar las raíces de un conflicto y no limitarse a reprimirlo para después conceder la gracia del perdón. No existe en España este político, o está en el ostracismo, y por lo tanto el caso de los catalanes, como lo llamaban en el siglo XVIII, sigue vigente a pesar de que el PSOE proclame que el conflicto conocido como el Procéspuede darse por cerrado. El Procés no estará cerrado hasta que la amnistía se haya aplicado a todo el mundo. Pero lo que es seguro es que el conflicto permanece, y quienes lo creemos tenemos deberes por hacer.

El primer deber es olvidar el 2017 y hacer un inventario de fuerzas y debilidades. Lo siguiente es buscar y hacer crecer una hornada de dirigentes políticos y ciudadanos que releve a aquellos que ya no están o a los que ya no nos son útiles. Y aquí no hablo solo de liderazgos, sino de formar una clase política menos mediocre que la actual, con una nueva mirada. Esta nueva hornada necesitará también cosas que decir, y por lo tanto necesitará el apoyo de todas las nuevas voces que, con una mirada menos contaminada sobre nuestro pasado reciente, puedan marcar nuevas estrategias y horizontes. Para decirlo de forma frívola, el catalanismo necesita hacer un multitudinario casting nacional.

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El segundo deber es fortificar la identidad catalana. Esto sonará supremacista, pero solo a los verdaderos supremacistas. También puede parecer una enmienda a la estrategia de "ensanchar la base", tan difamada por su notorio fracaso (del que me siento partícipe). Pero no: fortificar es más bien un paso previo y necesario al ensanchamiento. La comunidad nacional debe fortalecerse por el bien del país –porque sin un núcleo fuerte, conectado con la cultura, el territorio y el patrimonio común, Catalunya no será más que una nueva área temática de Port Aventura–, pero también porque desde la fortaleza y la excelencia seremos más capaces de interactuar con el resto del país, con todas las expresiones; o de confrontarlas, si son hostiles.

Esto requiere militancia y agitación, sin duda, pero sobre todo un trabajo sistemático de refuerzo y consolidación de la realidad catalana. Pongo como ejemplo lo que está haciendo Accent Obert (antigua Fundació puntCAT) para potenciar la creación catalana en el ámbito digital. Si pudiéramos replicar lo que hace esta gente en la escuela, el audiovisual, la empresa, el mundo sindical, el campesinado, las artes y la cultura, los movimientos sociales, conseguiríamos lo que ahora mismo está en riesgo: que nadie pueda vivir de espaldas al corazón latiente del país. Lo cual, por cierto, no pasa solo por la lengua, sino por dibujar, juntos, un sueño colectivo. Si hacemos las cosas así, la política vendrá sola, detrás.

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Y alguien dirá: ya lo intentamos y pinchamos. Y es cierto. Por lo tanto, lo tenemos que hacer diferente y mejor. Quien lo haga deberá ser más listo, más atrevido cuando toque y más astuto. Tendrá que saber cuándo y dónde se necesitan un millón de personas, y cuándo y dónde se necesitan trescientas, o tres mil. Tendrá que saber trabajar y agitar el avispero, al mismo tiempo. Tendrá que sacar el máximo jugo de la autonomía (por ejemplo, construyendo una hacienda propia) y utilizar al adversario (por ejemplo, con la amnistía), sacar provecho de sus problemas, que como vemos últimamente son notorios. Y también deberá ser consciente de que, en el momento político actual, no es el momento de falsas épicas ni de partidas de Chicken Run.

¿Os parece que esta canción ya la habéis oído? Quizás es que, como a mí, se os ha pasado el arroz. Pero es una certeza que cada generación busca su banda sonora. Y estoy seguro de que la sonsonia que emite hoy el Palau de la Generalitat difícilmente podría competir con un "incendio de tambores" como el que cantaban los Manel.