El trauma de la incompetencia
"Es imposible asimilar todo esto". Estas palabras de una mujer valenciana que era entrevistada en medio del barro y la devastación que había dejado la DANA en la Comunidad Valenciana reflejan el impacto traumático que deja un desastre natural.
La desorganización, el caos, el no comprender y no poder asimilar, ni ordenar, ni digerir... provocan que los mecanismos psicológicos más básicos del ser humano, como son la seguridad y el control, se vean totalmente sobrepasados y agrietados por el tsunami emocional que conlleva la tragedia que viven en Valencia.
Los primeros días podíamos ver a muchas personas en estado de choque, incrédulas, incapaces de procesar todo lo que vivían. Algunas disociadas (viviendo aquello con gran distancia emocional, como si estuvieran viendo una película), otras reaccionando como autómatas (limpiando con el piloto automático las calles, desconectadas del dolor emocional) y otras muchas con una ansiedad desbordante (una de las respuestas más comunes).
Una gran variedad de emociones que responden a la incertidumbre ya la vulnerabilidad absoluta sobre la propia vida y la de quien nos amamos, a la pérdida de todo lo que ha construido nuestra existencia: “Ves cómo se pierde toda la tuya vida riada abajo” (así lo relataba una de las personas afectadas).
Pero en medio de ese dolor provocado por el desastre natural se generó otro impacto traumático, ese absolutamente innecesario y evitable, que en algunas personas ha dejado aún más huella, haciendo la herida más profunda: la gestión de la emergencia. Porque la desastrosa gestión institucional valenciana, con la descoordinación, la lentitud y la ineficacia, generó que las personas afectadas se sintieran solas, olvidadas, menospreciadas e ignoradas. Y esto ha agravado claramente el impacto traumático en buena parte de la población.
Muchas apelan a un sentimiento de deshumanización, porque ante aquella devastación extrema la gente esperaba que pasaran las riadas para poder levantarse y recomponer la vida, pero las riadas pasaron y las horas y los días también y la imagen apocalíptica y de desamparo sigue tatuada en las calles y en las vidas de la ciudadanía.
¡La postemergencia es tan importante en la recuperación! Porque una mala gestión de esta emergencia provoca que la comunidad sienta como la impotencia, la frustración y la desesperanza se apoderan de todos los rincones. El sentimiento de desbordamiento y abandono ahoga, la desinformación te confunde y te lleva a un pozo en el que cada vez hay más angustia y estrés porque sientes que tu dolor no es tenido en cuenta. Y todo se trata de un hecho tan esencial como es la dignidad como ser humano y como colectividad, porque llegas a sentir que no se da valor a tu dolor. Y si el apoyo recupera, el abandono y la incompetencia retraumatizan. Todo ello rompe la confianza en las instituciones y puede generar sentimientos de estafa y traición mientras pelea con el duelo por los que han perdido la vida, por los desaparecidos o por las comunidades que se han visto arrasadas, y choca frontalmente con los mecanismos de resiliencia . El enfado no te da paz para cuidarte ni cuidar el resto. Sentimientos de soledad, de aislamiento comunitario... se han visto curados por la gran labor del voluntariado de todas partes, que sobre todo han tejido red, apoyo y vida. Y de eso también va la reparación, de reconstruir humanidad en medio de la nada.
Las consecuencias psicológicas pueden ser devastadoras, por lo que son necesarias respuestas humanas, eficientes y rápidas. Alargar las situaciones de crisis debilita la salud mental y profundiza en el trauma colectivo. Sólo desde el estar ahora y hasta que sea necesario, desde el no olvidar, desde empujar para restablecer la cotidianidad y dignificar de nuevo las vidas de todas las personas y comunidades que se han visto afectadas por la DANA, sólo desde aquí se podrán activar los mecanismos resilientes que permitirán que la vida vuelva a emerger después de la catástrofe.