El trigo como metáfora

Cuando eres pequeño, lo más habitual es que tus padres o tus maestros te corrijan cuando dices mal una palabra. De hecho, no es nada infrecuente que incluso los niños que emplean el catalán como lengua vehicular en casa o en la escuela acaben integrando un bilingüismo imperfecto durante los primeros años de vida, cosa que hace inevitables los barbarismos que nacen de la convivencia lingüística del catalán y el castellano. Así, si eres un niño que ha llegado al mundo en un entorno catalanohablante y, sin embargo, y desde muy pequeño, has recibido un alud de estímulos cotidianos, sobre todo audiovisuales, en castellano, sería comprensible que tu léxico más temprano estuviera salpicado de malas traducciones; de fórmulas cogidas de la otra lengua y adaptadas intuitivamente, chapuceramente, a la lengua que usas: en vesde por en lloc de; tenir que por haver de; antes, decepcionat, aconteixement o bassura por abans, decebut, esdeveniment y escombraries.

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Curiosamente, de un tiempo a esta parte hay una tendencia, a mi parecer incomprensible, a la sublimación o reivindicación de estos castellanismos que asociamos a menudo a los abuelos, a la gente mayor; a quienes acumulan tanta vida que ya tienen las suelas y las palabras gastadas de hacer camino. Este fenómeno sociolingüístico al que me refiero, que se mueve entre el anacronismo y la nostalgia de herencia hipsteriana, coge impulso en las redes sociales de algunas personas jóvenes e influyentes, y convierte la carencia lingüística, nada romantizada, de quienes no pudieron aprender el catalán en la escuela ni hablarlo con naturalidad por todas partes por motivos políticos, en una especie de legado entrañable, genuino, arcaico; preferible, incluso, a la poca gracia de las palabras avaladas por la normativización más actualizada: los mayores que conviven con la frustración retrospectiva de no haber tenido la oportunidad de aprender bien la lengua propia no deben de saber si reír o llorar, cuando alguien que podría ser su nieto escribe en castellano un antes, un después, un pues en Twitter como quien hace un guiño al catalán primigenio de la abuela.

En cualquier caso, es natural que el registro oral de quienes viven en entornos plurilingües se vea expuesto a determinadas interferencias bárbaras que le restan pureza desde una perspectiva lingüística. Últimamente, los castellanismos han empezado a convivir con el abuso arbitrario e innecesario de los anglicismos, también; sea como fuere, las dinámicas lingüísticas de nuestra sociedad tienen como consecuencia que, en ocasiones, y no solo entre los jóvenes, el hábito de conjugar los tres idiomas más presentes en la vida real y en la ficción —el catalán, el castellano y el inglés— en una misma construcción, indiscriminadamente, en vez de buscar la alternativa correcta, el equivalente exacto, en la lengua en la que se habla en aquel momento, rebaja la necesidad de conocer cómo se dice una determinada palabra en los tres idiomas mencionados, lo cual empobrece de rebote un lenguaje que, en vez de sinónimos en la lengua propia, acaba incorporando traducciones a otras lenguas como fórmula supuestamente atractiva, divertida o irreverente en los contextos orales y escritos. 

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Esto, precisamente, es decir el no necesitar conocer el equivalente catalán de una palabra muy interiorizada en castellano, concretamente, dentro del léxico personal, explica lo que le pasó a la niña que participó en el programa Atrapa’m si pots de Tv3 hace solo unos días, y que ha protagonizado una polémica surrealista, insultante, en las redes sociales con motivo de las quejas de determinados sectores españolistas que quieren ver en el hecho de que trigo no se aceptara como respuesta a una pregunta que exigía contestar blat una nueva tentativa de boicot y discriminación hacia el castellano en Catalunya.

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Dejando de lado cuán lamentable es que se haya empleado tantísimo la imagen de esta niña pequeña para extraer todo tipo de conclusiones del episodio, cualquier persona medianamente sensata y no sectaria entendería que un programa en catalán que, encima, busca fomentar el conocimiento exhaustivo de esta lengua entre los niños, para combatir, justamente, el exceso de barbarismos, no puede aceptar una respuesta en castellano, del mismo modo que, si el programa hubiera buscado el fomento del inglés entre los jóvenes participantes, una respuesta en catalán o en castellano no se habría dado por buena. Al final, la polémica no tiene ningún tipo de sentido, y aun así se suma al listado de agravios inexistentes que desde algunas ideologías buscan convertir en pretextos falsamente victimistas que no acaban de esconder un rechazo básicamente irracional, cínico y sinvergüenza hacia una lengua, el catalán, que no es culpable de nada.