Trump, Bolsonaro y la fraternidad tóxica

Recientemente el Tribunal Supremo de Brasil ha condenado a Jair Bolsonaro, militar retirado y muy polémico expresidente, a 27 años de cárcel por liderar el intento de golpe de estado del 8 de enero del 2023 y por algunos delitos más, como abolición del estado de derecho y daños a propiedades públicas.

Inmediatamente, Marco Rubio, secretario de Estado de Estados Unidos y voz obsequiosa de su presidente, salió a rasgarse las vestiduras ante esta sentencia, que tachó de "caza de brujas". Tres meses antes de este juicio, que ha enjerado a la ultraderecha brasileña, Donald Trump tomó una decisión insólita en la historia del comercio: subir los aranceles de 3.800 productos que Brasil exporta a Estados Unidos al 50% por razones no económicas. Afirmaba que Brasil se comportaba mal, como si los países fueran criaturas traviesas, y que maltrataba "a su amigo Bolsonaro". Si tenemos en cuenta que Bolsonaro se ha hecho un harto de repetir que Trump le trata como un hermano, podemos añadir un matiz al desaguisado de los aranceles: Trump es un hermano que defiende a otro. Un acto de "fraternidad" masculina. La subida de aranceles era, obviamente, una amenaza directa, un chantaje y una intromisión inaceptable en los asuntos internos de un país democrático y soberano; una amenaza que, como dijo el periodista Jamil Chade, tiene objetivos que no tienen relación con la economía estadounidense.

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De Trump se ha dicho casi todo. Por eso prefiero, en este caso, observar el caso brasileño desde otro ángulo: desde esa "fraternidad" entre dos masculinidades tóxicas y llamativas que representan a Bolsonaro y Trump y de la respuesta de una masculinidad dialogante como la de Lula da Silva.

Cuando empezaba a pensar en ella vi en mi calle a un chico de unos veinte años que llevaba una camiseta que decía "Make Masculinity Great Again", una obvia guiño al "Make America Great Again" de Trump, hecho que me confirmó la teoría de que una cierta manera de hacer política y una cierta manera de hacer política y una cierta manera de hacer mas política. Me dieron ganas de preguntarle qué entendía por masculinidad, pero no lo hice porque me olía una respuesta conflictiva; estas masculinidades frágiles que quieren ser "greatstienen la piel muy fina.

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Hace décadas que el feminismo sabe que es necesario estudiar la cuestión de las masculinidades. Existe una amplia e interesante bibliografía al respecto. Hablamos de masculinidades en plural porque las hay muy diversas, pero sabemos que sin una transformación de la construcción cultural del género masculino difícilmente podremos transformar el femenino. Desde los años 60-70 han surgido varios "movimientos de hombres", algunos favorables al feminismo, otros, como los actuales incilos o los black pills, contrarios e incluso violentos. Sin embargo, hay uno que me curiosa: el Movimiento Mitopoético de Hombres, que trabaja temas de autoayuda desde el psicoanálisis de Carl Jung, de una cierta indigestión de mitologías diversas, y del que Robert Bly ha sido una voz destacada con libros como Iron John: un libro sobre hombres (1990). El movimiento, bastante activo en los años 80 y 90, trabaja a través de "campamentos de masculinidad" y de rituales que deben fortalecer las "fratrías" masculinas y la esencia de la "energía arquetípica masculina". Me interesa su barniz intelectual; además, uno de sus cabecillas, Shepherd Bliss, fue uno de los primeros en utilizar el concepto de "masculinidad tóxica", ya que consideraba que la masculinidad legitimada por el sistema perjudicaba a la esencia masculina.

No sé qué opina el Movimiento Mitopoético de Trump y Bolsonaro, pero parece bastante claro que ambos son eximios representantes de esa masculinidad tóxica, es decir, prepotente, basada en el dominio de la fuerza, sea física o económica, sin ningún respeto ni empatía por la vulnerabilidad ajena y dominada por una "fray" malcarado. Por otra parte, Lula da Silva representaría en este conflicto otra forma de masculinidad para la que no encuentro un adjetivo preciso (mi compañera sugería cordial en el sentido de "propio del corazón"), pero más positiva, abierta al otro, capaz de cum pasio, que como nos explicó muy bien Martha Nussbaum en Paisajes del pensamiento, es mucho más que la empatía, porque no es sólo comprender, es "sufrir con", compartir el dolor. La respuesta de Lula a los estremecedores glandulares de Trump ha sido ejemplar: "En este país sólo hay un dueño que manda, y es el pueblo. Yo respeto a todo el mundo y exijo respeto", ha declarado. Ni un insulto, ni una salida de tono. Lula espera que les pase la pataleta, o al menos baje de intensidad, y se abra una posibilidad de negociación, pero, mientras tanto, trata de fortalecer vínculos con los BRICS. Ojalá salga adelante.