Trump y el materialismo imposible

Heidegger, el filósofo que se hizo militante del partido nazi, rector de la Universidad de Friburgo en los años 30, y también sorprendentemente en los 50, definió la realidad a través de dos conceptos: el espacio, lo que no cambia, y el tiempo, lo que por naturaleza es cambio. Dio lugar al materialismo estricto. Esto plantea un problema: "El materialismo es solo la realidad" y, por lo tanto, la conciencia no existe, lo que plantea una inconsistencia insoluble para el materialismo. Es imposible que la conciencia no exista, porque, en este caso, el concepto de la materia entraría en crisis: ¿cómo podría existir fuera del pensamiento, sin una definición?

La solución no puede ser conceptualmente más que el dualismo: la conciencia por un lado y la realidad por el otro, pero entonces hace falta una explicación para la interacción de cuerpo y alma. Lo definió Descartes: "La mente humana es esencialmente inmaterial, sin cuerpo, y los cuerpos son máquinas hechas de materia inconsciente".

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La ortodoxia científica no ha sido siempre materialista. Los ilustrados del XVII eran dualistas; degradaron la materia para poder hacer mayor la diferencia de la mente humana respecto de la materia inconsciente... La palabra clave es aquí el adjetivo inconsciente aplicado a la materia.

El error, el grave error, de la conciencia es su facilidad para la credulidad. El asa para agarrarse y vivir no es la racionalidad, es la credulidad. Que lo sea la fe es un problema, porque es irresponsable respecto a los actos. La moral es un añadido de la fe, no forma parte de ella.

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En el mundo actual, los conflictos que crean miles, a veces millones, de muertos están siempre vinculados a la credulidad de la que se deriva la esperanza de un futuro mejor: nunca estando cerca de la racionalidad. Esto arrastra otra dificultad: cuesta reconocer el error. Por naturaleza, la fe no puede contener error; de no ser así, no sería fe. La constatación trágica —la palabra no es excesiva— es que por la estructura del mismo pensamiento imbuido de fe se hace difícil pensar... para corregir lo que se ha demostrado un error, porque sería traicionar la fe.

Para conseguir seguidores de una fe es necesario que su doctrina sea sencilla. Cuanto más sencilla, más fácil conseguir adeptos. El cristianismo dice: "El amor os hará libres, no devuelvas agresión con agresión...". El islamismo: "Hay que cumplir con la ley de Dios, que lo es todo, y si lo haces irás al paraíso". En un caso, el amor que se da sin esperar un retorno; en el otro, cumplir el mandato de Dios y recibir de inmediato el premio. El islamismo es más fácil de entender y la consecuencia es que la extensión del islamismo ha sido más rápida que la del cristianismo pero, por el contrario, la evolución es más difícil. En el Islam, la heterodoxia viene de origen y es casi una cuestión familiar: ¿Alí o Abu Bakr, a quién dio Dios el mensaje para convertir a la humanidad? De ahí la diferencia entre suníes y chiíes.

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En el cristianismo, la heterodoxia viene del choque de la fe con la libertad: quiero interpretar el texto sagrado según mi conciencia; nadie me puede imponer cómo leerlo. El nivel de complejidad intelectual de uno y otro concepto no son comparables. En el cristianismo subsiste la racionalidad que aportaron los griegos, que pervive en el sentido de justicia; en el otro, este sustrato no está. En una religión hay capas; en la otra solo hay una. Es el argumento que utilizó Erasmo contra Lutero, pero de nuevo la simplicidad se impuso. Erasmo era un filósofo y Lutero un político.

Esto pasa también en la política, pero de forma más primaria, porque está limitada por la inmediatez: todo ocurre ahora y en el mismo plano. La teoría de Heidegger en política se vuelve reforzada y demostrada.

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Pero cuando hemos sabido que la materia está hecha de ondas, y estas necesitan el tiempo para ser reales... esto lleva a la fusión del espacio y el tiempo. No puede haber uno sin otro, tanto en el universo —lo infinitamente grande—, como en el quantum —lo extremadamente pequeño—. Pero en ambos casos el tiempo y el espacio están unidos, como la materia y la conciencia, y esto hace ver lo extraordinariamente pequeña que es la visión del materialismo basada en la realidad de la materia inconsciente.

Hoy, principios como MAGA (Make America great again), han hecho fortuna por simplicidad y por ser absolutamente primarios, por las mismas razones que el espacio vital, Lebensraum, fue defendido por los nazis en los años 30: era de vida o muerte... justificaba la guerra. Los enemigos del Reich eran los judíos, fuesen poderosos o miserables. Para el nazismo, lo importante era hacer creer que tenía razón con lo que afirmaba, igual que Trump ahora... aunque fuera falso. Pero aquí el miedo juega un papel primordial... y cuando se demuestra el error siempre es tarde. Nadie es capaz de contraponer una razón aunque sea cierta y demostrable. El rey va desnudo, pero nadie se atreve a decirlo por miedo.

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Volvemos al origen: la maldita fe que convence porque hace esperar que, de esta forma, el futuro será mejor y nosotros (no los demás, solo nosotros) seremos más ricos, más poderosos y más felices. Lo sorprendente es que un imbécil malvado y ególatra sea capaz de convencer a tanta gente. La razón: abandonar la racionalidad por la fe.