Trump y la paz del agresor

La estrategia negociadora de Donald Trump es poner el peor escenario posible sobre la mesa y obligar a todas las partes a posicionarse. El viernes anunciaba un plan de paz de 28 puntos con sabor a capitulación ucraniana. Un plan en el que ni el gobierno de Kiev ni la Unión Europea –y mucho menos Naciones Unidas– han tenido nada que decir, y que Volodímir Zelenski interpretó como una elección envenenada entre "perder la dignidad o perder un socio clave".

El plan pivota sobre cuatro ejes: una cesión de facto de territorios del este de Ucrania a Rusia, incluyendo zonas que actualmente están bajo control de Kiev; una renuncia por parte de Ucrania a pedir la entrada a la OTAN y aceptar, a cambio, un estatus de neutralidad vigilada; una reducción de efectivos y armamento del ejército ucraniano –pero no se dice nada de limitar el poder militar ruso–, y un acuerdo para utilizar los activos rusos congelados que, a la hora de la verdad, exime a Rusia de tener que pagar por la destrucción y deja el coste de la factura de la reconstrucción para la Unión Europea.

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El plan de Trump reconoce a Crimea, Donetsk y Lugansk como rusos, otorga a Putin partes de Donetsk que no ha capturado y congela las líneas de batalla de tal forma que permite que Rusia conserve el territorio incautado en Jerson y Zaporíjia. De entrada, no es todo lo que Putin hubiera querido, pero es lo suficientemente generoso como para proclamar una victoria que le salve la cara de lo que tenía que ser una operación relámpago cronificada en tres años de guerra de desgaste.

Una vez más, la paz de Donald Trump es la paz del agresor. Hasta el punto de que un grupo de senadores estadounidenses, entre ellos el republicano Mike Rounds, que forma parte del comité de inteligencia del Senado, denunció que los 28 puntos no eran una propuesta de Washington, sino la posición rusa que les habría filtrado un representante de Moscú. Luego se confirmó que el plan se redactó en gran parte en Florida entre el promotor inmobiliario y enviado especial de Trump, Steve Witkoff, y Kiril Dmítriev, director de un fondo soberano ruso y confidente de Vladimir Putin, en representación del Kremlin. Otro republicano, el senador Mitch McConnell, advertía en las últimas horas de que "presionar a la víctima y apaciguar al agresor" no traerá la paz.

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Para los ucranianos, el plan llega en un momento de cansancio profundo, ante la perspectiva de un invierno climatológicamente duro, con pocas horas al día de electricidad, y en plena intensificación de los ataques. Pero el horizonte de una paz que los deje vulnerables y sin garantías de seguridad vuelve a tener un efecto movilizador, también a favor de un Zelenski que pasaba por horas bajas frente a los últimos escándalos de corrupción.

El plan, tal y como se presentó en un principio, prohíbe específicamente la intervención de tropas extranjeras para proteger a Ucrania en caso de futuros conflictos. Incluso, el punto 9 dice específicamente que los aviones de combate europeos estarán estacionados en Polonia. Aunque el contenido parece neutro, el redactado toca una fibra sensible en la política polaca: parece que Washington y Moscú han acordado limitar la presencia de fuerzas extranjeras en territorio polaco, incluidas las fuerzas de la OTAN. Para un país que, como otros muchos de sus vecinos —especialmente los bálticos—, siempre ha oído que su seguridad ante Rusia se basaba en una relación directa y privilegiada con Washington, este punto es un "toque de atención brutal", como lo calificaba un periodista polaco. La UE, además, defiende el despliegue de tropas europeas sobre el terreno para monitorizar el cumplimiento de un alto el fuego. Una idea que Moscú rechaza totalmente.

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Aunque la primera reacción de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, fue advertir que "las fronteras no se pueden cambiar por la fuerza", para la UE no se trata solo de territorio y de fijar zonas de contención. Para Bruselas, y sobre todo para los estados miembros que limitan con Rusia, la prioridad es asegurar que no puede haber nuevas agresiones por parte del Kremlin.

La UE es hoy el principal apoyo financiero y militar de Ucrania. Pero tanto Kiev como Bruselas saben muy bien que los europeos no tienen la capacidad suficiente para reemplazar el vacío que dejaría una retirada definitiva de Estados Unidos, no solo armamentística, sino de apoyo a las infraestructuras de comunicación y a los servicios de inteligencia.

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La suerte de Ucrania ha entrado en una semana crítica. Mientras la diplomacia busca consensos en Ginebra, Trump acusa a Zelenski de desagradecido. Y la UE reclama una voz propia desde la supeditación absoluta a su dependencia transatlántica y desde el desprecio declarado de su aliado histórico.