Qué hacer con el turismo de sol y playa
La Generalitat ha decidido que la subida del impuesto sobre las estancias en establecimientos turísticos (la "tasa turística"), pactada entre el PSC y los comuns, se tramitará como proyecto de ley. ERC lo exigía para poder introducir enmiendas, argumentando que el proyecto trataba el turismo de sol y playa como el de Barcelona, cuando serían realidades muy distintas. Esto es cierto, pero lo que no está tan claro es qué es lo que necesita nuestro turismo de sol y playa. Trataré de responder a esta cuestión.
Sin embargo, antes hay que recordar que la demanda turística se ha mostrado completamente insensible al impuesto. Lo hizo en el 2013, cuando se introdujo en toda Catalunya, y ha vuelto a hacerlo en Barcelona cuando se ha duplicado. En ambos casos la demanda ha seguido creciendo a ritmos extraordinariamente elevados. La razón no es otra que el hecho de que el impuesto representa una ínfima proporción en el presupuesto del turista.
El punto de partida del análisis tiene que ser la constatación de que el turismo de sol y playa es, en Catalunya, un sector importante –del orden del 6% del PIB– pero muy poco productivo: si la economía del País Vasco es un 17% más productiva que la catalana se debe al peso que tiene el turismo de sol y playa entre nosotros, ya que las industrias respectivas tienen la misma productividad, y ya que el turismo barcelonés es mucho más productivo que el de sol y playa.
La razón por la que el turismo de sol y playa catalán es tan poco productivo es su estacionalidad, ya que sus activos productivos –las infraestructuras, los alojamientos, los servicios y sobre todo el personal– tienen que permanecer ociosos la mayor parte del año. Buena parte de esta ineficiencia está soportada por los inversores (el rendimiento de una habitación de hotel es menos de la mitad que en Barcelona) pero sobre todo por el sector público en forma de subsidios al personal durante la temporada baja.
Tradicionalmente, se ha querido combatir la estacionalidad estimulando la demanda fuera de temporada. Es una estrategia que ha fracasado porque no podía triunfar. La estrategia razonable es la contraria: reducir la capacidad por debajo de la demanda máxima –la de agosto–. De hecho, que las infraestructuras, alojamientos y servicios estén dimensionados para la demanda de tres o cuatro semanas al año es una extravagancia que solo puede calificarse de irracional y que conlleva la necesidad de atraer cada año a una masa de personal eventual poco cualificado que tiene dificultades para encontrar vivienda y una dependencia de los turoperadores para llenar algunas semanas fuera de las pocas en las que el lleno está garantizado: un desastre desde el punto de vista económico, ambiental y de la experiencia del propio turista, que se encuentra en un entorno o supersaturado o desertizado.
La estrategia de limitar la capacidad por debajo de la demanda máxima potencial ha sido ensayada fortuitamente, y con gran éxito, en Barcelona, donde los hoteleros querrían hacer más hoteles y los propietarios de viviendas transformarlos más en viviendas de uso turístico (HUT), pero donde la normativa no lo permite. El resultado es que la estacionalidad es bajísima (solo cinco meses por debajo del 90% y ninguno por debajo del 60%), las plantillas son estables y, por tanto, profesionalizadas, y el rendimiento económico es altísimo (de los más altos de Europa).
Reducir la capacidad del sol y playa habría sido una aberración en la segunda mitad del siglo XX, cuando nos enfrentábamos a un paro persistente; en esas circunstancias, mejor un trabajo estacional que ningún trabajo. Ahora, a lo que nos enfrentamos es a una escasez de personal estructural que irá a más a medida que nos jubilemos los boomers. De hecho, desde el 2000 todos los puestos de trabajo que ha creado el turismo catalán han tenido que ser cubiertos por inmigrantes. Obviamente, ahora, lo que es una aberración es atraer a inmigrantes para tenerlos que mantener la mayor parte del año a expensas del erario público.
Que no existe un plan alternativo lo ha puesto de manifiesto la patronal Exceltur, que el año pasado propuso el Plan Turismo litoral 2030 para responder al "reto de generar un mayor valor integral" con propuestas tan insustanciales como "la creación de un comisionado para la regeneración del turismo de sol y playa" o la convocatoria de un concurso internacional de ideas para la "recalificación integral de 2 a 5 destinos pioneros".
Reducir la capacidad del sol y playa catalán significa derribar hoteles y bloques de apartamentos obsoletos para convertirlos en espacio público e indemnizar a propietarios para eliminar licencias de HUT, entre otras acciones. Todo esto exige un plan, tiempo y dinero, y esto último es lo que debe proporcionar la tasa turística.
El acuerdo para subir la tasa turística ha puesto a los empresarios turísticos en pie de guerra, pero el redimensionamiento del sector es la mejor opción también para ellos. Esperemos que la cordura acabe triunfando.