Ucrania y las mentiras descaradas como instrumento de propaganda

“Todo lo que el presidente Saddam Hussein hizo en el pasado era bueno y todo lo que hará en el futuro será bueno”. La periodista Åsne Seierstad trabajó en Irak los últimos días del régimen de Saddam Hussein. Quien hacía esta afirmación era Takhlef, el acompañante iraquí que le asignó el ministerio de Información (Seierstad, One hundred and one days: En Bagdad journal, 2005). “¿Cómo puedes estar tan seguro?”, le pregunta Seierstad. Y Takhlef le contesta: “Lo sé porque creo en el partido y en sus líderes ”. Åsne Seierstad no le dice nada más, pero piensa:

“¿A qué estamos jugando aquí? ¿Cuánto tiempo durará esto? ¿Cuánto tiempo tendré que continuar elogiando el cabello brillante de Saddam? ¿Cuántas veces más presumirá Takhlef de las victorias de la revolución y del maravilloso funcionamiento de Irak si no fuera por las sanciones? Sabe que miente. Sabe que yo miento. Sabe que yo sé que él sabe que yo miento. No abro boca. Informar de mis preguntas y actitudes es uno de los deberes de Takhlef” (página 30).

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Estas mentiras descaradas formaban parte de la estrategia del ministerio de Información, un nombre que resulta irónico teniendo en cuenta que se dedicaba a la desinformación. ¿Funcionaron?

¿Funcionan las mentiras descaradas? ¿Por qué funcionan si todo el mundo sabe que no son verdad?

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Por desgracia, parte de la población iraquí no tenía acceso a otras fuentes de información que no fueran las oficiales. O se creían las mentiras o, en el mejor de los casos, dudaban de si eran ciertas. No podían saber nada más.

La desinformación, sin embargo, se puede dirigir a un objetivo más interesante: los que tienen acceso a fuentes de información contrastada -como los que vivimos en los países occidentales-, pero empiezan a dudar de lo que hasta ahora sabíamos que era verdad. Este fenómeno se llama gaslighting, luz de gas, por la obra de teatro escrita en 1938 por el novelista y dramaturgo británico Patrick Hamilton. Se hizo famosa por la adaptación en el cine dirigida por George Cukor en 1944 (con Ingrid Bergman haciendo de mujer maltratada y Charles Boyer como marido mentiroso y maltratador). Los psicólogos investigan ahora la luz de gas como una estrategia de manipulación psicológica típica de las relaciones en las que se producen maltratos. La luz de gas también se puede dar en la propaganda que recibimos y que nos quiere hacer dudar, no de nuestra salud mental (cuando menos, todavía), sino de la calidad y profesionalidad de nuestras instituciones: nuestros gobiernos, nuestras organizaciones, nuestros medios de comunicación.

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A principios de esta semana me acordé de Takhlef y la luz de gas después de escuchar las intervenciones en la Asamblea General de las Naciones Unidas. El embajador de Ucrania, Serguei Kislistsa, tildó de “locura” la decisión de Vladímir Putin de poner en alerta a las fuerzas nucleares rusas y acusó a Moscú de atacar viviendas e infraestructuras civiles, unos ataques que condenó como “crímenes de guerra”. He aquí sus palabras: “Si Ucrania no sobrevive, la paz internacional no sobrevivirá. Si Ucrania no sobrevive, las Naciones Unidas no sobrevivirán... Si Ucrania no sobrevive, no nos sorprendamos si la democracia cae”.

Pero el embajador ruso, Vassili Nebénzia, culpó a Kiev de la guerra y repitió el argumento de que Moscú quiere “desmilitarizar y desnazificar” Ucrania y que Rusia actúa “en defensa propia”, de acuerdo con el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas. Otros miembros de la ONU han rechazado estas explicaciones y dicen que Rusia ha violado el artículo 2, según el cual los estados no pueden recurrir a la fuerza para resolver una crisis.

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Más flagrante todavía fue la mentira descarada proferida por Nebénzia: “El ejército ruso no representa ninguna amenaza para los civiles de Ucrania, no está bombardeando zonas civiles”. Todos hemos visto imágenes que desmienten esta afirmación.

El embajador ruso en Irlanda, Iuri Filatov, repitió las mismas mentiras en una entrevista a RTÉ News, para exasperación del entrevistador, que le hizo frente y le dijo: “La guerra [en Donetsk y Lugansk] la ha empezado Rusia, la ha fomentado Rusia, la ha continuado Rusia; Rusia ha dado armas a los separatistas en estas zonas que menciona”. La sorpresiva respuesta de Filatov fue: “No hemos hecho nada de eso”.

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En esta misma entrevista, Filatov afirma más tarde que Ucrania solo quería utilizar la diplomacia para preparar un ataque contra los rusos. Este tipo de acusación es una característica habitual de la propaganda que precede a las masacres y los genocidios: consiste en acusar a las víctimas de lo que tú les piensas hacer. Las acusaciones de “genocidio” contra los ucranianos me han helado la sangre.

Este mismo argumentario ya ensayado lo repitió Serguei Lavrov el 1 de marzo, cuando se dirigió al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Esta vez, unos cien diplomáticos abandonaron la sesión como protesta por la invasión rusa de Ucrania.

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Como ya pasó con los engaños difundidos por el ministerio de Información iraquí durante la primera década de este siglo, ahora las mentiras descaradas tienen objetivos diferentes: sirven para controlar a la población rusa, a la vez que intentan confundir y hacer luz de gas a otros destinatarios: nosotros mismos.

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha anunciado que la Unión Europea ha decidido “prohibir la maquinaria mediática del Kremlin en la UE”. Y ha añadido: “Russia Today y Sputnik, de propiedad estatal, y sus filiales ya no podrán difundir sus mentiras para justificar la guerra de Putin. Estamos desarrollando las herramientas para prohibir la desinformación tóxica y nociva que propalen en Europa”.

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Ha habido una cierta controversia sobre esta decisión. Hay quien argumenta que es una censura innecesaria y que tendríamos que tener acceso a un amplio abanico de fuentes de noticias. En principio, estaría de acuerdo, pero ahora no, y a continuación daré mi opinión sobre el tema.

Por ejemplo, Santiago Alba Rico ha dicho en un tuit que es “inútil y peligroso” prohibir los “medios” rusos en la UE, y que en un mundo globalizado la UE tendría que proteger la prensa libre. Dice que tendríamos que impedir la propaganda rusa en Rusia. Creo que es un diagnóstico equivocado de lo que está pasando y, como recomendación política, es una pura fantasía.

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Primero: la guerra de Rusia contra Ucrania quiere decir que se ha acabado la era de la globalización que se inició al final de la Guerra Fría.

Segundo: es imposible “impedir la propaganda rusa en Rusia”. Todos los medios están controlados por el gobierno de Putin.

Tercero: sabemos cuáles son los efectos psicológicos de las mentiras descaradas y de la luz de gas como instrumentos de manipulación. Sabemos cuál es el papel de las campañas de desinformación en tiempos de guerra. Su objetivo no es compartir información contrastada para que la gente se forme su propia opinión de una manera reflexiva y sin trabas. El objetivo es dividir para vencer. En estos momentos, el objetivo de Russia Today y Sputnik no es llevar a cabo las funciones normales de la prensa. Estos medios no distinguen la propaganda de la opinión ni de una información basada en los principios de la práctica periodística.

Y nosotros, en la UE, estamos atrapados en esta guerra, nos guste o no. Solo nos queda esperar que se llegue a algún tipo de acuerdo antes de que ocurra lo peor: la total destrucción de Ucrania o una guerra mundial.