Hasta la última decepción
Hay unos versos del poema “Esperando a los bárbaros”, de Kavafis, que dicen así: "¿Por qué esta inacción en el Senado? / ¿Por qué están ahí sentados sin legislar los senadores? / Porque hoy llegarán los bárbaros. / ¿Qué leyes van a hacer los senadores? / Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros”. Son versos conocidos, y temibles: aplicables a muchas situaciones de la vida, hablan también de qué sucede cuando los gobernantes de lo público no hacen su trabajo, o lo hacen mal. Sucede que facilitan la llegada de los bárbaros, la pujanza de los enemigos de los ciudadanos, mientras ellos pierden el tiempo en absurdas peleas de poder.
Este jueves se ha aprobado en el Congreso la ley de amnistía, un hito verdaderamente histórico que no ha llegado a tiempo de evitar, ni de paliar, una pifia igualmente histórica producida pocas horas antes en el Parlament de Catalunya. El adelanto electoral no era necesario ni conveniente al interés general; sí hay quien piensa que puede serlo para sus intereses de partido e, incluso, personales.
La decadencia es también una cuestión de insistencia. De perseverancia. De la misma manera que para avanzar hay que creer en lo que se hace, para retroceder o para ir para abajo también hay que ir con convicción. Los partidos catalanes, de derecha e izquierda, se acusan los unos a los otros de actuar por partidismo, y hay que admitir que todos tienen razón: todos actúan por un partidismo descarado y desalentador. Simulan escandalizarse de los cálculos electorales del adversario mientras cuentan con los dedos los réditos que pueden sacar de una situación que vuelve a paralizar el país en esta especie de campaña electoral perpetua, tan empalagosa y estéril, a la que nos han llevado a vivir.
Sea cual sea el resultado de las elecciones del 12 de mayo, no se moverá de las coordenadas previsibles. No habrá ninguna mayoría absoluta y, por tanto, tendrá que gobernar el bloque independentista (teniendo en cuenta que el odio entre ERC y Junts es cada día más acentuado, aunque no parezca posible acentuarlo más), un tripartito (previsiblemente con Salvador Illa como president) o la sociovergencia (también con Illa en la Casa dels Canonges). No hay más combinaciones. En caso de gobernar los independentistas, habría que ver si ERC aceptaría hacer president a un Puigdemont imbuido de ese mesianismo recalentado que desde Junts pregonan a los cuatro vientos. O, por el contrario, si Junts volvería a tragarse el sapo de hacer president a un Pere Aragonès al que le han dicho absolutamente de todo, y que ciertamente se ha quemado mucho en poco tiempo. Ambas cosas parecen improbables.
De modo que hay muchos números de que la última estación del viaje hacia Ítaca sea hacer president a un socialista españolista. Mientras, serán tiempos (todavía más) propicios para los salvapatrias, los demagogos, los que tienen afán de protagonismo y los intoxicadores del debate público. Serán tiempos cada día mejores para los bárbaros, para las propuestas de extrema derecha, iliberales o directamente neofascistas, que pueden atraer a una ciudadanía cansada de ir de decepción en decepción.