La universidad, las élites y los que van quedando en los márgenes

Desde que en 1970 Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron publicaron La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza el panorama de la oferta formativa ha cambiado mucho. El acceso a la universidad se ha generalizado de forma masiva, comparado con las minorías de las élites culturales que accedían a la década de los cincuenta y sesenta. En este estudio clásico, resultado de un grupo de investigaciones realizadas en el Centro de Sociología de la Educación y de la Cultura de París, los autores definieron el mercado del capital simbólico. Por capital simbólico se entiende un código de origen, a nivel familiar y de grupo social, según el cual el acceso a la cultura resulta más o menos difícil. Por ejemplo, disponer de un vocabulario complejo o restringido puede determinar el éxito o el fracaso en la escuela o en la universidad. La característica que aislaron a Bourdieu y Passeron era que el sistema educativo replicaba y legitimaba la estructura del capital simbólico ya preexistente en una sociedad de clases. Esta idea fue decepcionante por quienes creían en la capacidad regeneradora de la educación, pensada como un ascensor social que facilitaba la movilidad. Así, tanto la escuela como la universidad se limitan a sancionar una determinada posición social según el capital simbólico y cultural de las personas. La mochila del entorno social condiciona en gran medida el rendimiento académico. La acción pedagógica no se ejerce de forma neutral en grupos con idénticos niveles de capital cultural. En el café de la esquina de mi barrio, el camarero, llamado Ahmed, me cuenta que quiere preparar las oposiciones a bombero. Me comenta que tanto la familia como los amigos le han dejado claro que esto, en el caso de una persona como él, procedente de un ambiente de inmigración precaria, es imposible. Sus expectativas, junto a las condiciones de capital simbólico de que dispone (lengua, formas de hacer y de pensar, gustos, formas de socialización) no es suficiente para preparar el concurso: mal rayo. La escritora Annie Ernaux describió con mucha precisión qué significa este concepto de la sociología del poder: quien quiera traspasar el techo de cristal del capital cultural para subirse con garantías al ascensor social necesita hacer el doble de esfuerzo para dominar las herramientas de quien ocupa un lugar privilegiado, legitimado para seguir ocupándolo.

Pero podríamos decir: a ver, no estamos en los años setenta. Esta teoría de la reproducción, ¿es aplicable a la situación actual?, ¿podemos hablar de sociedad de clases hoy? Los artículos sobre el sistema educativo aparecidos en este mismo diario en los últimos meses, en un interesantísimo debate entre Gregorio Luri y Anna Jolonch, plantean cuestiones diferentes sobre este asunto. Mientras Gregorio Luri defiende el esfuerzo como una variable del todo relevante en un contexto en el que la movilidad social debe ser posible, Anna Jolonch apunta la cuestión del capital cultural como un obstáculo de base que obliga al sistema a realizar adaptaciones. ¿Al alza oa la baja en cuanto al nivel de exigencia? That is the question.

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Sea como fuere, cabe señalar que el campo de la formación superior se ha convertido en un mercado cultural: según el grupo social de pertenencia las opciones varían. La oferta y la demanda se estructuran en torno a unos diplomas que, supuestamente, por sí mismos deben servir para facilitar una mejor integración social y una mayor participación en la vida económica. En la práctica la cosa se complica. Las sociedades se han polarizado entre una minoría de élites globales y una mayoría de personas (incluidas las clases medias) que van quedando en los márgenes. No parece que el sistema educativo por sí solo pueda modificar ese escenario. Aunque no existan garantías, disponer de un diploma universitario aumenta las posibilidades, porque en el postcapitalismo las habilidades cognitivas son importantes. Como dijo el sociólogo Manuel Castells, los trabajadores programables podrán ser sustituidos en cualquier momento por una máquina o por otra que sepa hacer exactamente lo mismo. Por ejemplo, disponer de dos diplomas idénticos. En cambio, los trabajadores simbólicos serán gente capaz de tener ideas y aplicarlas de forma creativa, con la presencia de un elemento que discrimine su formación: el prestigio de la universidad donde la ha cursado, la modalidad presencial o online , el tema de su trabajo de fin de máster, los profesores con los que ha trabajado, las lenguas que ha empleado, etc. Conclusión provisional: ni todo está escrito para cada uno, ni los obstáculos que se va a encontrar son pocos.