Valencia, de Enric Soria a Mazón

Fui el miércoles en Valencia por un excelente motivo: la jornada sobre la obra de Enric Soria, uno de los poetas y prosistas actuales más importantes, organizada por la Academia Valenciana de la Lengua en la Facultad de Magisterio de la Universidad de Valencia. El título de la jornada, "El instante eterno", era el de uno de los libros de poemas del autor. Intervinieron escritores, críticos, estudiosos y lectores de la obra soriana, y el autor, con socarronería, lo agradeció recordando una ocasión que Paul Valéry asistió a una jornada similar sobre su obra: "Hoy he aprendido muchas cosas que no sabía", dijo, al final, el poeta francés. Fue especialmente agradecer ver y escuchar a Joan Francesc Mira y Josep Piera, dos de los grandes autores de la literatura catalana actual. Valencianos, evidentemente.

El efecto era extraño, porque a poca distancia de aquella aula llena de literatura y civilización (son dos cosas que van siempre asociadas a Enric Soria) había, hay, el paisaje de la devastación causada por la DANA del 29 de octubre. La ciudad de Valencia ha recuperado su ritmo habitual, crispado en ciertos momentos y dulcemente perezoso en otros, pero en las conversaciones y en el estado de ánimo existe, como no puede ser de otra manera, la huella de la catástrofe . El sector del libro valenciano es uno de los que han sufrido duramente los efectos de las inundaciones, con editoriales que han perdido los fondos, librerías arrasadas, almacenes derrumbados, la distribución imposibilitada y pérdidas superiores a los cinco millones de euros.

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Tampoco muy lejos de donde se celebraban los escritos de Enric Soria, en las Corts Valencianes, el impresentable presidente Carlos Mazón se hacía los milhombres con la oposición. Mazón y su gente han logrado mantenerse en los cargos sin haber hecho más que una ligera reestructuración del ejecutivo: muy poco, demasiado poco, para un gobierno en el que debían haberse producido las dimisiones en cascada, comenzando naturalmente por la del propio Mazón. El presidente valenciano cae en un error típico de los peores gobernantes: pensar que ya ha pasado lo peor, porque ha logrado mantenerse en la silla después de las semanas supuestamente más delicadas. Por eso se permite faltar al respeto a la oposición, y lo que es mucho peor, a los ciudadanos valencianos: repitiendo las mentiras, las ocultaciones y las fantasmadas con las que ha intentado (sin éxito) tapar su propio espectáculo de dejadez e ineptitud. Mazón y los suyos persisten en la idea de que gobernar es vivir en una especie de fiesta, por lo que otorgan a dicho contratos a empresas afines al PP (y condenadas en casos anteriores de corrupción) en las labores de reconstrucción. O se permiten papelitos como el del vicepresidente militar Gan Pampols, que ni siquiera se presenta en las reuniones clave del servicio de emergencias que se supone que dirige. Pero la indignación ciudadana es grande, tanto como la barra de esos gobernantes, que hacen mal hecho de confiarse. Las consecuencias del desastre, y de su descaro, están lejos de haberse acabado. De hecho, ni siquiera han empezado.