El vaso, el fuego y la escuela
"La educación no es llenar un vaso, sino encender un fuego"
Platón, La República (370 aC)
De que el desconcierto social es grande te das cuenta cuando la misma angustia sobre el futuro se manifiesta en sectores muy diversos. Empresas periodísticas o fábricas de bisagras se preguntan lo mismo que la principal institución, la escuela: ¿qué tenemos que hacer para adaptarnos a una realidad acelerada que va mucho más rápida que nuestra capacidad de adaptación?
Esta semana he tenido la oportunidad de escuchar a algunos docentes y expertos en una jornada para repensar la escuela organizada por la Coordinadora Catalana de Fundaciones. Una de las conclusiones importantes es que los expertos no piden principalmente dinero. Piden tiempo en una especie de reivindicación de espacio para pensar cómo cambiar las cosas para adaptarse a nuevas necesidades educativas y laborales y a nuevas herramientas como la IA, que están en manos de los profesores y también de los alumnos y cambian la aproximación al conocimiento.
Los tiempos son tan desconcertantes como fascinantes. Nunca habíamos tenido tanta información, ni tan poca certeza sobre qué hacer con ella. La tecnología abre todas las puertas, pero también nos ha dejado, a menudo, sin un rumbo claro y objetivos compartidos. Sin embargo, en medio de esta aceleración y del ruido que desprende, la escuela sigue siendo uno de los últimos espacios donde todavía es posible el silencio y la construcción de una burbuja para trabajar lo único realmente imprescindible: el pensamiento crítico.
El cruce donde se encuentra hoy la enseñanza muestra lo que el catedrático Jordi Riera llama tres grandes desencajes. El primero, el de la inclusión: queremos abrazar a todo el mundo, pero a menudo nos faltan brazos. La escuela proclama la inclusión, pero los maestros se sienten desbordados por la falta de recursos, tiempo y apoyo real. El segundo es el desencaje tecnológico: la velocidad de los algoritmos supera la reflexión pedagógica. Hemos respondido con prohibiciones, pero el reto no es aislarnos de la tecnología, sino educar en su uso crítico y humano. Y el tercero es el desencaje del maestro, atrapado entre la vocación y la burocracia, entre la pasión por educar y la presión constante del sistema.
A pesar de estos desencajes y quizás algún otro relacionado con la formación de los docentes, emerge una nueva escuela. No es la que resiste, sino la que persiste: la que se adapta sin perder lo esencial, que es el pensamiento crítico basado en el conocimiento y la experiencia, la creatividad y el vínculo.
En palabras de David Bueno, doctor en biología experto en genética del desarrollo, "la educación inspiradora es el único camino para hacer realidad las utopías", e insiste en salvar todo lo que sí funciona. Bueno defiende una escuela que aprenda de la neurociencia. Por ejemplo, como explica en el ARA, la creatividad es el resultado de la colaboración entre diferentes redes neuronales del cerebro y "saber que la creatividad depende de la interacción entre redes y neurotransmisores puede ayudar a diseñar entornos educativos y de trabajo que la potencien. Por ejemplo, alternar momentos de concentración y de recreo mental, como pasear o dejar que la mente divague, unos principios que la psicología y la pedagogía ya habían intuido, pero que ahora la neurociencia empieza a explicar".
Con jóvenes y niños bajo el bombardeo de los estímulos sin filtro, para Josep Maria Lluró, director de la Escola Montagut, el desafío de la escuela es "educar el deseo" y acompañar a evitar el mal entre las personas y ayudar a comprender el mundo.
Para Caterina Calsamiglia, líder del grupo de Ciencias Sociales Computacionales del Barcelona Supercomputing Center, la clave se llama tiempo. Las soluciones globales no llegarán, quizás ni existen, y lo importante es tener tiempo para buscar soluciones parciales y fijarse en el proceso, en el camino.
Quizá sea necesario romper consensos para crear otros nuevos sobre ratios, currículums adaptados a la época o las capacidades para hacer de maestro. Desde la Escola Vedruna, Montserrat Jiménez pide hablar menos de ratios y más de una "educación más humana, calificada y equitativa".
El debate sobre la escuela es infinito, pero en un país de reformas continuas también parece tener forma de bucle. Hablamos de la escuela, pero a menudo hablamos más de los maestros y sus condiciones que de cómo queremos que los alumnos salgan de las aulas. Hoy, en plena revolución de la inteligencia artificial, no se puede aplazar el debate, pero sobre todo no puede aplazarse el objetivo de encender el fuego del que hablaba Platón. Nuestros jóvenes viven un nuevo mundo que básicamente les exige sentido crítico y aprender a pensar.