¡Una vendimia normal!
Ha empezado la vendimia en el Mediterráneo, que es tierra de vino desde hace miles de años. Los enólogos, los campesinos, estos días están pendientes "de la méteo", para decir: "Venga, que cosechemos". Es el momento más hermoso del ciclo del vino. Y esta vendimia, después de la del huracán Gloria, la de la pandemia, las del mildiu, las de la sequía... es la primera normal en años.
En unos años veremos las botellas de la uva de hoy en la tienda o en las cartas de los restaurantes. Ahora las que existen –extraordinarias– explican los años 21, 22 y 23, durísimos por sequísimos. Los viticultores –al contrario que los demás artesanos– se juegan todo a una sola vez. Hacen todo el trabajo durante el año para una sola oportunidad. Sus botellas son resúmenes del año y del paisaje. La cosecha ha ido así y éste es el resultado. Sudor y sonrisas, manchas rojas en la ropa y en la nuca, jabalíes, corzos y pájaros que son sumilleres, comida en el trozo o en la barraca. Cerrar los ojos por la noche y ver uvas, todavía. Son preciosos estos días. Tengo la suerte de compartirlos con gente que trabaja de esto y que quiero.
El mundo del vino vive momentos convulsos. Los aranceles, la demonización del alcohol (todo en el mismo saco, como si fuera lo mismo un cubata que una copa de espumoso), la dura resistencia que debe hacer nuestra cocina para sobrevivir (sin cocina no hay vino), los guiris, la invasión de botellas baratas de otros lugares remotos. No es fácil tomar una copa de vino, porque para hacerla hay que tener dos cosas muy importantes, que no todo el mundo tiene: sensibilidad (es decir; inteligencia) y alguien para compartirla. Alguien con quien brindar mirándose a los ojos y –sobre todo– sonriendo. Si tiene esto y hoy quiere hacer un vino (y lo que sobre, si sobra, tapado, en el frigorífico, para mañana desayunar) daos por muy afortunados. ¡Que hay quien tiene el vino y no tiene quien le sonría!