Ventura Pons, ejemplo de la autoestima
Dicen los perfumistas que lo más importante de una persona es el perfume, porque es lo único que queda cuando alguien se va. Tomamos la frase y aplicémosla metafóricamente a Ventura Pons: hablabas con él y, cuando marchaba, en el ambiente quedaba flotando el entusiasmo personal, la pasión por el cine, el amor a la cultura, el deseo de libertad, el ' empeño por crear. Durante bastantes años nuestros caminos se cruzó a menudo, literalmente, porque éramos vecinos. Siempre nos deteníamos a hablar un rato y siempre le brillaban los ojos con la explicación de su próximo proyecto, fuera una película, un festival o el salvamento de los cines Texas.
Ventura Pons era un gran vendedor de sí mismo de mucho antes de que existiera Instagram, porque tenía esa cosa tan americana (ya veces tan poco catalana) de creer en sí mismo y en su trabajo, de contagiar su propio entusiasmo con esa simpatía que abre puertas. Pude comprobarlo en 2012 en la Universidad de Colorado-Denver, en Estados Unidos, en el que le dedicaron un seminario bajo el título “La mirada no convencional del cine catalán”.
No era muy difícil intuir que junto a ese empuje estaban los quebraderos de cabeza, los sufrimientos y las incomprensiones propios de cualquier gremio con los egos a flor de piel, añadidos a las dificultades económicas y de subordinación mental que algunos activan automáticamente cuando alguien trabaja siempre en catalán. Pero de la esquina oscura no hablaba mucho. Ventura Pons derramaba suficiente autoestima para impregnar nuestra lengua y nuestra cultura de la ilusión que a menudo nosotros mismos le negamos y que él exhibía desacomplejadamente.