Victoria Rosell, Salvador Alba y la amnesia periodística

Cada profesión tiene sus drogas. En Madmen veíamos a los creativos de publicidad cocidos desde bien temprano. El alcohol hacía de combustible para la creación publicitaria. Dicen que las anfetas se inventaron para la guerra de trincheras en la Primera Guerra Mundial; yo recuerdo a mi pobre abuela contando que compraba centraminas en la farmacia para aguantar toda la noche despierta pasando a máquina los manuscritos de los libros de mi abuelo. Ya saben, las señoras sabían escribir a máquina y los hombres no; mi abuelo dictaba y mi abuela tecleaba hasta las tantas. Cosas del patriarcado. De lo que dicen que se meten los anestesistas mejor ni hablamos (por mi parte solo puedo sentir simpatía por quien te puede llevar al paraíso con propofol) y no hablemos tampoco de los ciclistas de élite; había en tiempos de mi infancia un equipo holandés (en Holanda por lo visto la industria farmacéutica está muy avanzada) en el que las gastroenteritis de los corredores (o eso decían) eran más que frecuentes. Cuentan que la farlopa es droga de ejecutivos y en el movimiento estudiantil siempre se acusaba a las mandíbulas de algunos antidisturbios de movimientos muy sospechosos (Sorogoyen compró esta tesis en su serie). Cuentan que el MDMA es el filtro amoroso de los poetas y la inspiración de los profesores de filosofía. La clase obrera es más como Dios manda, de café y cigarro. Respecto a los políticos se dice (yo no lo he visto y si lo he visto no me acuerdo) que se meten de todo, empezando por el café y terminando por las benzodiazepinas, el prozac y, en general, los inhibidores de la serotonina. Con todo, de este último gremio al que pertenecí, a los que más admiro es a los amantes del vino y otros licores; por lo visto Cayetana Álvarez de Toledo se autoretrata a sí misma en sus memorias siempre con una copa de vino en la mano. Eso explicaría muchas cosas.

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La pregunta que, sin embargo, toca hacerse a propósito del caso Rosell (que bien debiera llamarse caso Alba) es sobre la droga que toman los periodistas de la derecha mediática para olvidarse de tantas cosas y en particular de la condena al juez Salvador Alba por conspirar contra Victoria Rosell. Creo que tengo una hipótesis de respuesta ¿Cuál es la droga que más lagunas provoca en la memoria según la ciencia? Pues ya lo saben ustedes: los porros. Admito que me cuesta imaginarme a Marhuenda, a Paco Rosell, a Julián Quirós o a Susanna Griso fumando porros (aunque a Vicente Vallés sí me lo imagino un poco más). No se me ocurre otra explicación a su falta de memoria.

En el año 2015 cuando a la que llamaron “jueza estrella de Podemos” fue objeto de una indecente operación de lawfare, su “caso” llenó las portadas y páginas de esos periódicos y las escaletas de aquellos telediarios y tertulias. No solamente se demostró lo infundado de todas las acusaciones que forzaron a Victoria Rosell a dejar la política para poder defenderse, sino que hace unos días supimos, casi de milagro, que el Tribunal Supremo confirmaba la condena a 6 años y medio de cárcel al juez Salvador Alba, miembro de la conservadora Asociación Profesional de la Magistratura y amigo íntimo del ex ministro Soria, por delitos de prevaricación judicial, cohecho y falsedad en documento público por confabular contra Victoria Rosell.

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Cuando el juez Alba fue condenado por el Tribunal Superior de Justicia de Canarias, El Mundo, que había dedicado ríos de tinta a difundir las acusaciones contra Rosell, decidió que la condena no debía aparecer en su portada. Estos días, con la condena confirmada, en El Mundo se han vuelto a notar los efectos nocivos del hachís y lo mismo ha ocurrido con las portadas de El País, ABC y La Razón.

La única explicación posible de esta amnesia que serviría para justificar que periódicos, televisiones y radios hayan renunciado a explicar la sentencia contra Alba con la misma profusión con la que explicaron toda las falsedades de las que fue acusada, es que entre directivos y redactores se abusa del chocolate y se han olvidado de todo. Lo contrario nos obligaría a llamarles algo mucho peor que viciosillos. Si el olvido es intencionado hablaríamos de verdaderos miserables.