Vox sí, Bildu no

La izquierda tiende a caer en sus propias trampas retóricas. La más reciente consiste en afirmar que el temor a la llegada de la extrema derecha al poder ya no es un argumento para movilizar al electorado progresista. Son esos gestos solemnes justo antes del gran impacto. "Somos la izquierda, nosotros: no se nos convence con argumentos tan delgados". Este razonamiento rima bien con lo de "Ya vuelven a agitar el espantajo de la extrema derecha" que la derecha digamos tradicional dijo y repetir tantísimas veces, hasta que la extrema derecha estuvo presente en todas partes e intentar hacer ver que era un mero "espantall" ya no servía. También existieron quienes celebraban que en España no había extrema derecha porque el país "quedó vacunado con el franquismo". En versión catalana, algunas mentes despiertas negaban rotundamente que existiera lo que ahora conocemos como Aliança Catalana, e insultaban a quien dijera otra cosa. Ahora dicen que tampoco es tan malo llegar a entenderse si, al fin y al cabo, es una opción votada por los ciudadanos.

Todo ello contribuye a la normalización de la extrema derecha como actor político, que es parte del proceso de las grandes involuciones democráticas tal y como las conocemos por la historia. Si hablamos del PP y de Vox, la involución es ya bien palpable en los lugares donde estos partidos gobiernan juntos, con alianzas establecidas formalmente o de facto. En políticas sociales, medioambientales, culturales y de género, los retrocesos son evidentes. También en aspectos que conciernen a la calidad democrática, como el uso patrimonialista de las instituciones y los medios públicos. Por supuesto, en la Comunidad Valenciana y Baleares los ataques contra el catalán y contra su uso en la educación y la sanidad públicas son una constante desde el primer día. Ya sé que algunos también lea esto con una ceja levantada, pensando "Ve qué idea, compararnos a nosotros con los valencianos y con los isleños". La soberbia de los pusilánimes siempre es un paso hacia el fracaso. Y, además, enloquece.

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Quedamos, decíamos, que al votante de izquierdas, tan quisquilloso, no se le seduce diciéndole que viene la extrema derecha. Pero el hecho es que viene. La derecha sí sigue perfectamente movilizada, cuanto más o menos siempre, sin necesidad de grandes argumentos, más allá de volver a tener el poder, porque, fuera del poder, hace frío. Feijóo ya asume explícitamente que el PP tendrá que gobernar con Vox, y aclara que su cordón sanitario está contra Bildu, "como ha sido siempre en democracia". Efectivamente, la democracia, tal y como se conoce en España, premia a fascistas y criminaliza a partidos democráticos, sobre todo a aquellos que —como Bildu— han tenido que hacer apuestas y mayores esfuerzos para construir esta democracia. Hasta hace poco, ponían a Vox en el otro plato de la balanza con Bildu (o con los catalanes, o con Podemos): ahora ya dicen que Bildu es mucho peor. Si nos dejamos hacer esto mientras discutimos exquisitamente sobre cuáles son los argumentos correctos para quitarnos el sueño, no será necesaria mucha prospectiva para entender cómo Vox será la triunfadora de las elecciones de los próximos meses.