Vuelve la ilusión
El acto solemne en el que Carles Puigdemont anunció a su propio partido que será candidato a las elecciones catalanas fue un auténtico espectáculo, en todas las acepciones del término. Mirándole con ojos de periodista (que es justamente su profesión) era imposible no quedarse boquiabierto con el dominio de la escena de Puigdemont, su habilidad dialéctica, la épica matizada con humor, los reproches edulcorados y, en resumen, el carisma que desprende el líder de Junts y que contrasta vivamente con la frialdad tecnocrática de sus adversarios electorales. Es evidente que Puigdemont es un animal político, que aunque llegó a la presidencia de la Generalitat por accidente, ha demostrado una persistencia en su discurso imposible de descuidar.
Los militantes de Junts han pasado por muchos trances desde el 2017 y es normal que se encomienden de esta ilusión: la ilusión de volver a ocupar el centro del escenario, de ser el blanco de las iras de toda la prensa española, que es quien le compra el discurso y lo hace creíble –no porque lo crea, sino por erosionar a Pedro Sánchez–. Pero ilusión también significa apariencia, y en la aparición de Puigdemont se echaron de menos algunas certezas, mientras que sobraron contradicciones. Por ejemplo, diría que el presidente abusó de la palabra restitución, como si la victoria electoral fuera algo que el país le debe, como si no hubiera concurrido ya en dos elecciones catalanas sin ganar ninguna de las dos.
También me llamó la atención que Puigdemont, en un mismo discurso, defendiera la vigencia del referéndum del 1 de Octubre y de la DUI, a la vez que reclamara otro referéndum para el próximo mandato. Y por último, me sorprendió que afirmara que su objetivo era "culminar" la independencia. Recordemos que quien abortó el proceso de independencia fue el propio Puigdemont, su gobierno y los partidos que lo integraban, cuando la gente ya había hecho su parte del trabajo defendiendo las urnas. No, el proceso de independencia no está en fase de culminación, sino –siendo optimistas– en fase de reformulación, en busca de una mayoría viable y sometido a la crítica sobre los errores cometidos. Por mucho entusiasmo que ponga, Puigdemont no puede camuflar esta realidad con su lista de victorias políticas consistentes, básicamente, en no dejarse extraditar.
En su afán por ilusionar a sus votantes potenciales, Puigdemont ha prometido una nueva marcha triunfal hacia la independencia (“una final en Wembley”, dijo), que es mucho más agradable que proponer un sendero largo, empinado y de mala huella, como haría un político con cierto sentido de la realidad. Ilusionar puede significar transmitir ilusión, pero también tratar de ilusos a los que te escuchan.
Y sin embargo, que Puigdemont vuelva, que Junts se consolide y que los partidos independentistas condicionen la izquierda española en el poder es el único camino posible para acercarnos a algunos objetivos parecidos a los del 1 de Octubre . Incluso Puigdemont lo ha acabado asumiendo, reivindicando las ganancias reales –estas sí– obtenidas por su partido en la investidura de Pedro Sánchez. Por tanto, quizás haya que ponernos el filtro de campaña electoral, tolerar en Puigdemont todas las cenas de duro y pensar ya en el día siguiente de las elecciones, en la amnistía y en su regreso (porque el regreso no debería depender del resultado electoral). Este país tiene tantos deberes pendientes, tanto trabajo que hacer, que cuanto antes nos quitemos de encima el peso muerto del 2017, y las heridas de la represión posterior, mucho mejor para todos. También para Puigdemont.