¿Qué se ha hecho de los políticos como Xavier Trias?

BarcelonaDurante años los estrategas electorales consideraban que las batallas electorales se ganaban en el centro. Es decir, ganaba el partido que conseguía convencer a más electores moderados, que son los que decantaban la balanza. Y por eso se esforzaban por encontrar candidatos que fueran lo suficientemente flexibles para agradar a los centristas y no crear anticuerpos a ambos lados. Es lo que llamaría fórmula Xavier Trias, ya que el exalcalde de Barcelona representa a la perfección este perfil de político.

Las encuestas actuales, con la irrupción de las fuerzas de extrema derecha, demuestran que este paradigma está quedando superado. Ahora ya no gana quien seduce al centro, sino quien moviliza más a los suyos a través de un discurso polarizado, divisivo y en el que el contrincante es deshumanizado, vilipendiado y dibujado como un traidor, un enemigo o ambas cosas.

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Este fenómeno afecta especialmente a los partidos conservadores clásicos, que están perdiendo clientela a marchas forzadas hacia fuerzas de extrema derecha. Asistimos a la desaparición de un determinado perfil de político y elector, ese conservador de talante dialogante capaz de llegar a acuerdos con las izquierdas, incluso hacerse suyas alguna de sus propuestas. Alguien que huye de los extremismos y hace de la buena educación su carta de presentación. Sin embargo, hoy sería inimaginable ver a alguien haciendo como Xavier Trias en el 2015 cuando no dudó en llamar a Ada Colau para felicitarla por su victoria.

El descrédito de la política

¿Qué ha pasado para que la gente ya no confíe en políticos como Trias? Hay varios factores, pero apuntaré cuatro. En primer lugar, el descrédito de la política y de los políticos profesionales, que han sido sustituidos por eficaces comunicadores adaptados a los lenguajes de las nuevas tecnologías. Son aquellos que "dicen las verdades que nadie dice" y que consideran que ya no hace falta ser bien educado ni respetar ciertos límites. Es como si el elector ya no premiara la experiencia ni la experiencia, sino que buscara más sentirse identificado con el político, es decir, verle como "uno de los suyos".

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En segundo lugar, el crecimiento de una pulsión identitaria y esencialista que ya existía en los partidos clásicos de centroderecha pero que ahora se ha exacerbado con la llegada de la inmigración. El catalanismo fue capaz de conjurar el peligro de fractura con la inmigración española con el principio de "Catalunya, un solo pueblo", de inspiración candeliana. Pero ahora incluso este principio es cuestionado en el post-Proceso cuando se habla de nyordos, y se añade el rechazo a los moros u otros colectivos inmigrantes. La respuesta es crear partidos políticos sólo para población autóctona, los "catalanes puros", que diría Najat El Hachmi.

En tercer lugar, existe la particular crisis existencial de los conservadores. Parece como si la derecha tradicional tuviera problemas para reivindicar su aportación al sistema social europeo, una construcción obra de la socialdemocracia y la democracia cristiana, y ahora estuviera tentada a renegar ciertos consensos básicos, como la necesidad de los impuestos, los derechos laborales, el feminismo o el cambio climático, y quiera apostar por un modelo de tipo neolio. Una derecha, en definitiva, sin el alma social que abanderaba Xavier Trias.

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El cuarto factor, y quizás lo más importante, es que hoy se ha extendido entre los conservadores una actitud pesimista frente al mundo, marcada por el miedo, mientras que los optimismos son vistos por ellos como "wokes" de izquierdas y "liristas". Y cuando crees que "todo está muy mal" es más fácil votar a un Trump (o una Orriols) y sus propuestas radicales que un Trias.