Pasada la moción, ahora todo el mundo tiene prisa
MadridEl reloj de la política se ha disparado. Es normal que no se pare nunca. Pero ahora se ha acelerado. Hace cuatro días de la moción de censura y parece que fue hace dos meses. Si seguimos así, los minutos acabarán teniendo solo treinta segundos. Todo el mundo tiene prisa. Sobre todo el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, que siempre tiene un ademán tranquilo, pero que se ha dado cuenta de que no puede mantener la actitud propia del espectador, una vez acabada la representación de Vox y Tamames en el Congreso. Pero no está de suerte. En Badalona se le complican las cosas. Feijóo quería dedicar tiempo a Catalunya en las próximas semanas y ahora, con la imputación de Xavier García Albiol, lo tiene más complicado. Lo tendrá que organizar todo con más cuidado, para evitar imprevistos.
También a la izquierda del gobierno y del PSOE hay prisas. La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, una de las estrellas de la moción de censura, quiere lanzarse por fin a la práctica de la política orgánica. A ver cómo le va. Hemos oído hablar tanto de Sumar, sin saber del todo de qué se trataba, que ahora también tendrá que correr. Dejó pasar las elecciones en Castilla y León, y después las de Andalucía, donde la izquierda se hizo un gran lío, y así le fueron las cosas. La candidata de Vox, Macarena Olona, fue la víctima destacada –y autolesionada–de aquellas elecciones, pero al magma de las izquierdas no socialistas la división les pasó una costosa factura. ¿Habrán aprendido la lección? De momento, hay muchas razones para dudarlo.
Solo hay que ver cómo fue a la bancada azul del Congreso el debate de la moción de censura. Irene Montero e Ione Belarra sentadas en su escaño, mientras Yolanda Díaz nos explicaba su programa electoral, en una auténtica ceremonia de lanzamiento de su candidatura como nunca habría soñado. Fue la mejor contribución del antiguo comunista Ramón Tamames a su pasada militancia. Qué oportunidad de lucimiento para una vicepresidenta que en otros tiempos habría podido ser compañera de partido. Una palabra clave, esta: partido. Yolanda Díaz no lo tiene, de hecho. Ahora veremos si en política un candidato o candidata se puede elevar sin contar con una organización sólida previamente montada.
Yolanda Díaz es de trato muy agradable. Sonríe mucho. Casi nunca parece enfadada. Solo cuando habla de la patronal o de algunas grandes empresas. Todo coherente. Consiguió sacar adelante su reforma laboral con la ayuda inesperada de un tránsfuga involuntario del PP, el diputado Alberto Casero, que ahora también está imputado. Qué mala suerte que tiene el PP, por cierto. Lo repito. Ahora que había atrapado a los socialistas con el vergonzoso caso del exdiputado Juan Bernardo Fuentes, dicho Tito Berni, le vuelven a caer imputaciones. Pero no nos desviemos. Volviendo a Yolanda Díaz, ¿el currículum como ministra de Trabajo será suficiente? ¿Haber visitado al papa Francisco le dará votos imprevistos de difusa procedencia? Y la pregunta determinante antes de esto: ¿podrá convencer a las ministras de Podemos de que le den margen para confeccionar las listas electorales después de pactar para ir juntas, sobre todo a la campaña de las generales? Mucho trabajo, pues.
Mucho trabajo, sobre todo, porque no pinta bien. Solo hay que ver cómo respondió Ione Belarra en los pasillos del Congreso cuando le pidieron que hiciera un balance del debate sobre la moción de censura. Dijo: “En un día como hoy es muy fácil parecer de izquierdas”. ¿Por quién lo decía? Seguramente, en primer lugar, por la propia Yolanda Díaz. Difícil, difícil. Lo que no es fácil, en efecto, es empezar así una negociación y esperar que sea rápidamente productiva. Montero y Belarra dicen desear acuerdos, y quieren que lleguen pronto. Pero habrá que templar la situación para que los puedan conseguir. Para el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, este es otro quebradero de cabeza. Su opción, su apoyo a Díaz ya es indudable.
Alguna vez he dicho provocativamente que si Sánchez pudiera, la llevaría de número dos en su candidatura, la del PSOE. No es lo mismo, pero a veces recuerdo a personajes como Enrique Curiel. Años atrás me declaró muy ofendido en una entrevista que nunca se iría al PSOE, y poco después ya estaba en las listas socialistas. Aquí no pasará, por supuesto no pasará este año. Pero Yolanda Díaz es ahora un activo electoral para Sánchez y su deseo de continuar en la Moncloa. Como resulta obvio, el problema del PP es que, al margen de Vox, no tiene con quién pactar si gana las elecciones. Sánchez, en cambio, sí puede tener compañía, como acaba de demostrar el debate de la moción de censura. No sería responsable jugar con fuego. Estas situaciones siempre me recuerdan La vida de Brian de los Monty Python, y la azarosa trayectoria que tiene en el guion el Frente Popular de Judea, con sus interminables reuniones y discrepancias.
La situación en la derecha
Mientras la izquierda trata de salvar los obstáculos que ella misma se coloca en el camino, la derecha trata de retomar la marcha, pero en una bateadora diabólica. Dicen que hay dos maneras de boxear. Una, dando puñetazos. La otra, esquivando. La primera sería la de Vox. La segunda, la del PP de Feijóo, que lo que no quiere es aparecer al lado de los de la extrema derecha. Después del debate de la moción de censura, los dirigentes del PP se apresuran a explicar que intentarán evitar por todos los medios los pactos con Vox. Están en la táctica de esquivar. Pero no tendrán más opción que estar dispuestos a ello, porque los de Vox se los echarán encima, como aquellos boxeadores que se enganchan y no se sueltan. Feijóo no sudará la camiseta menos que Sánchez. Además de que tiene un grupo que hay que ver... Basta con ver la fotografía del presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, con el dedito estirado en signo de desprecio hacia la diputada socialista Rosa Rubio en el Parlamento autonómico. “No es mi estilo”, ha dicho el dirigente popular, pero la imagen es muy explícita.
Para Catalunya, este debate de la moción de censura ha tenido poca relevancia. Como hecho significativo, la coincidencia con la visita de una delegación del Parlamento Europeo para intentar llegar a alguna conclusión sobre el espionaje telefónico del caso Pegasus. Para el gobierno español es un asunto cerrado. En paralelo, la seguridad del Estado sigue siendo un problema, en vista de cómo van cayendo los directores de la Guardia Civil. Aunque el último episodio tiene más que ver con los casos de corrupción que han aflorado en este cuerpo estatal. Son asuntos que rompen la norma general de estos días: en un momento de aceleración general, nadie tiene prisa por aclararlos.