Sánchez contra su biografía

BarcelonaEl presidente español, Pedro Sánchez, se ha jugado la última carta que le queda, la de la dimisión, para intentar frenar la ofensiva de la derecha y la extrema derecha contra él. En términos bélicos diríamos que se pone de escudo humano para intentar salvar su obra principal, que es el gobierno progresista y plurinacional que ha permitido cerrar el paso a una eventual alianza entre PP y Vox. El tono de la carta intenta desmontar varios mitos con los que se ha construido la biografía política. El primero es que se trata de una persona sin sentimientos, un Terminator invulnerable a los ataques de la derecha y que se siente a gusto en el cuerpo a cuerpo. Sánchez nos aparece ahora como el Superman al que han colgado un pedazo de kriptonita en el cuello, en forma de ataque a su mujer, y se convierte de repente en un humano sin superpoderes. También rebate la idea de que es adicto a la política y, en particular, a la Moncloa. "Nunca me he aferrado al cargo", afirma. La carta, leída de forma literal, dibuja un ambiente político en Madrid irrespirable, y esto es completamente cierto. Pero lo nuevo es que hasta ahora Sánchez había aprovechado toda esta ebullición en la capital en beneficio propio, convirtiéndola en un boomerang contra los enemigos. Se puede mencionar, por ejemplo, el éxito de las pegatinas con el lema "Perro Sanxe" durante la campaña.

Por lo tanto, es lícito preguntarse si el presidente español es sincero y realmente está dispuesto a dimitir, o si es la enésima maniobra para victimizarse y convertir un acoso que es real y doloroso en una ola de apoyo popular a su figura. En el segundo caso, estaríamos ante una maniobra claramente populista, en la que se pide la adhesión al líder y el rechazo general al PP y Vox. Pero lo interesante es analizar la primera hipótesis y si estamos ante una reedición de la dimisión de Suárez en enero de 1981. Y, llegados a este punto, debemos tener claro que Sánchez siempre actúa con sentido político: por tanto, si dimitiera sería porque ha llegado a la conclusión de que ahora mismo resta más de lo que suma, algo como cuando Pablo Iglesias abandonó el ejecutivo, también por el acoso que sufría y la polarización que causaba su figura. La dimisión, por tanto, debería servir para relanzar el proyecto político del PSOE con un nuevo liderazgo que por ahora no está nada claro. Y él tendría asegurado de algún modo un cargo a nivel internacional, que es ahora mismo lo que más le motiva y le gusta.

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Pero la realidad es que no hay nadie en el PSOE que tenga, ni de lejos, ni la autoridad política ni el gancho electoral de Sánchez. Más bien parece que en las próximas horas y días asistiremos a una procesión de dirigentes socialistas pidiendo al líder que no tire la toalla, que no se deje derrotar por las maniobras de la derecha y que no renuncie a guiarlos en una batalla tan dura y desigual. El problema es que el día 29 Sánchez tendrá que anunciar una decisión: y si no se va, quedará en el ambiente la sensación de que todo era humo y de que nunca tuvo la voluntad real de dimitir. Además, a él lo que siempre le ha gustado es sorprender y romper tópicos, por eso no es descartable que esté dispuesto a jugársela a una especie de todo o nada. Yéndose dejaría a Alberto Núñez Feijóo sin argumentos y desactivaría el grueso de la estrategia de la derecha para asaltar el poder. ¿Y qué mejor final de biografía política que irse por amor?