El serial de la investidura

MadridA Feijóo se le hará largo en septiembre. Pero quizá a Sánchez también. Lo de la investidura lleva camino de convertirse en un serial. Ya ha habido algunos sobre otros países en diversas plataformas, y el proceso que se está siguiendo en España después del 23-J también daría para un buen serial político, con personajes agradecidos, de los que entran y salen de escena cuando menos te lo esperas, o de los que no hay forma de que la abandonen ni un minuto. Algo de eso le está ocurriendo al líder del PP, que parece obsesionado por mantener la atención pública desde la noche electoral. El resultado es el de la lenta confección de un relato –como se dice ahora– para ocupar espacio, con el fin de tratar de explotar a fondo un resultado que en número de votos y escaños fue importante, pero no suficiente para apartar el PSOE de las áreas del poder.

Como consecuencia, estamos todos –es un decir– enganchados a la sucesión de capítulos de la serie. Pero con una característica probablemente indeseada, y es que algunos episodios los podíamos haber saltado. Por ejemplo, el de esta semana, el de la oferta de Feijóo a Sánchez para que le deje gobernar dos años. Incluso Ayuso no ha podido resistirse y, aunque se está mordiendo mucho la lengua, ha acabado criticando a su líder por ingenuo. Pero no es cuestión de ingenuidad, sino de necesidad. Feijóo busca no quedarse quieto y abrir informativos. Su técnica es ahora la de la novela por entregas. Cuidado, que muchas tuvieron gran éxito en el pasado, y algunas han quedado para siempre. Piense en Dumas (Los tres mosqueteros), Flaubert (Señora Bovary), Dostoyevski (Crimen y castigo) o Dickens (Historia de dos ciudades), por ejemplo.

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Ahora bien, hay muchos más casos de utilización de este procedimiento con el objetivo principal de ir alargando las historias, con el propósito de seguir presentes y sobrevivir. Algo de este tipo está haciendo Feijóo cuando cambia su relato y sobre la marcha cambia el discurso de la necesidad de derogar el sanchismo para ir a ver al presidente en funciones con urgencia y pedirle que le deje gobernar dos añitos. Se trataba de abrir un capítulo con nota alta, para fijar la atención de quien no tenga suficiente con el caso Rubiales. Y en lugar de eso se ha encontrado con un Sánchez que, lógicamente, lo primero que le ha dicho es que si quiere pactos de estado comience por facilitar la renovación del Consejo General del Poder Judicial, paralizada desde hace casi cinco años.

En este contexto, en el que todo el mundo quiere cuota de pantalla, hemos empezado a conocer otras propuestas de mayor profundidad, que deberían debatirse, pero que difícilmente prosperarán. No me refiero ahora a la de la amnistía –contra la que el PP ya ha empezado a mover a sus juristas de cabecera–, sino a la del lendakari Urkullu sobre el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado. Al respecto, el problema será siempre cómo institucionalizarlo. Diálogo bilateral con el gobierno ha habido en otras etapas. Pero a menudo a escondidas y en un marco de recelos promovidos por la derecha. Lo interesante del resultado del 23-J, sin embargo, es que refleja la existencia de una mayoría social que no ve como un riesgo su diversidad.