6 años de tormento, 60 de silencio

Margarida explica el horror vivido cuando era pequeña y su entrenador la violaba repetidamente

Albert Llimós
y Albert Llimós

BarcelonaFueron ocho segundos de conversación. Ocho segundos que contenían el tormento de sesenta años de silencio. Un testimonio devastador que se paró en seco después de explicar por primera vez en su vida que pasó “un infierno” cuando era adolescente. Demasiado tiempo de silencio para romperlo de manera repentina. Margarida cumplirá 73 años en marzo, y cuando tenía 13 sufrió los abusos sexuales de su entrenador de natación. Unas violaciones que se repitieron tres o cuatro veces por semana durante seis años. Ahora, animada después de conocer los casos de abusos sexuales en el mundo del deporte destapados por este diario, quiere explicar su historia. Es una mujer valiente.

La vida de Margarida ha girado alrededor de esos seis años, una época oscura en la que llegó a ser campeona de España de trampolín y palanca en 1965. “Soy una persona triste. Me destrozó la vida: todo lo que soy está marcado por lo que me pasó”, explica. Hasta el punto de que cogió miedo de los hombres. “La segunda vez que salía con alguien ya tenía miedo. Pensaba que no me casaría nunca”. A pesar de esto, encontró a un chico y se casaron cuando ella tenía 29 años. Pero un mes antes de la boda los recuerdos de su entrenador volvieron. “No podía. Me tomé un tubo de pastillas porque no me veía capaz de estar con nadie”. Le salvaron la vida y se casó al cabo de unas semanas. Con todo, nueve años después y ya con una hija, dijo basta y se tuvo que separar. “No podía, no lo había superado”.

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Un día sí y otro también

Todo empezó cuando su entrenador, Paco Ballbé, se casó y les dio unos días de fiesta. Margarida hacía natación en el CN Catalunya, y fue entonces cuando apareció la figura que le destrozó la vida. Todavía ahora le cuesta decir su nombre. En media hora de entrevista todavía no lo había pronunciado. Siempre era “él”. Ese hombre superaba la treintena cuando le dijo que tenía que tratar de hacer saltos de trampolín. El abusador era P. P. -Margarida prefirió que el nombre saliera con iniciales-, y ya el primer día de entrenamiento la violó. “Me llevó a una playa, cerca de la Mina, donde había unas casetas para cambiarse. No había mucha gente, entró conmigo y me violó”. Ella no había visto nunca a un hombre desnudo, tenía la inocencia de una niña de solo trece años. “No dije nada, y a partir de ese día fue un día sí y el otro también, un día sí y el otro también”.

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P.P. aprovechaba un apartamento que un socio suyo tenía cerca de la Plaça dels Àngels de Barcelona para abusar “tres o cuatro veces por semana” de Margarida. La “casa del abuelo”, como decía él, haciendo referencia al señor -vinculado también al club- que le dejaba ese pequeño piso. “La suerte fue que no me quedé embarazada”, recuerda. “Los sábados y domingos me decía: «No salgas, que entrenaremos». Yo me quedaba en casa y él me venía a buscar para abusar de mí. Siempre que quería. Siempre, siempre, siempre...” Hasta el punto de que muchos días tenía que mojar el bañador porque no había llegado a ir a la piscina.

Como tenían que entrenar tarde, después de que acabaran los nadadores y los jugadores de waterpolo, los horarios nunca alertaron a nadie. Tampoco los viajes levantaron sospechas, o, si pasó, nadie actuó. En una estancia en Granada, P.P. entraba y salía de la habitación de Margarida “cuando le daba la gana”. Incluso viajaron en coche los dos juntos, al margen del resto del equipo, y nadie dijo nada. Tampoco en su casa se dieron cuenta. “Y eso que me convertí en una niña triste: mi madre me preguntaba si quería cenar y yo me iba a la cama. Me gustaba estar ahí porque podía llorar y nadie me decía nada. Me iba hundiendo, me sentía sucia, y él todavía me preguntaba: «¿Por qué estás triste?»”

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De hecho, después de que ella lo dejara cuando tenía 19 años, se volvieron a encontrar dos veces. Él la fue a ver a su casa. “Fue un día horroroso, sentía odio, asco... pero me quedé callada”, recuerda. No pasó nada. La segunda vez, cuando ella ya había dejado a su marido, P.P. se presentó con una bolsa y le dijo que quería pasar la noche con ella. Margarida lo echó y él le espetó: “¿Por qué te sientes así? Todo lo que pasó era normal”. Margarida siempre ha creído que no fue la única víctima.

Cada día de su vida ha recordado esos seis años de horror. “Muchas cosas las he querido olvidar, hago esfuerzos para borrarlas, pero no puedo”. Cuando leyó el reportaje el dolor se volvió más intenso y tuvo “pesadillas”. Aún así sintió la necesidad de explicar todo lo que había silenciado durante sesenta años. Cuando el ARA habló con ella se liberó. A pesar de que seguía teniendo miedo de abrir su corazón a gente desconocida, lo hizo. Se lo explicó también a una amiga y a su hija, y se convirtió en una superviviente y en un ejemplo para todas las víctimas que todavía no han podido denunciar su tormento.