Abuelos confinados por el barro: "Lo que más echo de menos es salir de casa"
Muchas personas mayores están encerradas en los domicilios desde el pasado martes por el miedo a resbalar en la calle o porque no funciona el ascensor
Alfafar / MassanassaCuando abren la puerta, la ilusión es la de una abuela que hace mucho tiempo que no ve el nieto. La que ofrece rápidamente café (o ya lo tiene preparado) y siempre tiene unas pastillas en la despensa. Esa ilusión que genera dejar la soledad y poder hablar con alguien externo al microcosmos de casa. Es la ilusión de que estos días comparten muchas personas de avanzada edad en los territorios afectados por la DANA cuando una persona, aunque sea un desconocido, les pregunta cómo están. Caminando por las zonas más damnificadas por las inundaciones pasan tantas cosas que los ojos fotografían muchas imágenes; demasiado, seguramente. Muebles. Coches. Voluntarios. Bomberos. Basura. Pero si la mirada se levanta del barro se reproduce una postal que mezcla ternura y tristeza: la de muchos ancianos asomándose por el balcón y observando su calle, ahora hecho un desastre. Para algunos es una distracción en sí misma, pero también la única forma de hacerse ver y conseguir que les suban agua o comida.
Muchos vecinos mayores no pueden bajar a la calle porque el ascensor no funciona o porque no se atreven porque el suelo enfangado se resbala y es peligroso. En Alfafar (Horta Sud), uno de los municipios más castigados, Cristina y Claudia llevan una lista de nombres en un papel. Son enfermeras y acuden a las casas de aquellos que no pueden acudir a los puntos de atención médica. Rosa, de 77 años, abre la puerta con la ilusión de, por fin, ver a alguien nuevo. La casa se moviliza, como si fueran a recibir una importante visita. Ambas profesionales revisan la dosis del anticoagulante Sintrom de su cuñado, Santiago, que tiene 81 años. Al hombre le ha salido sangre de la nariz porque toma las mismas dosis que la pasada semana.
Las enfermeras examinan al hombre –a quien acabarán rebajando la dosis de la medicación– mientras Rosa explica que ni ella, ni Santiago, ni su hermana Isabel, de 80 años, han podido bajar a la calle desde el martes pasado, cuando la pesadilla estalló. Viven todavía atrapados en un tercer piso. "Creía que lo tenía todo visto, quien pensaría que vería esto", comentan. Están aburridas, pero están bien. Echan de menos los vermuts. Juegan al dominó para pasar el rato. Las sopas de letras les han hecho revivir viejos tiempos con menos distracciones. Y recuerdan a batallitas.
Jesús, de 75 años, recuerda a Jaén. La ausencia de televisión le ha sacado el polvo de la librería y recuperar un antiguo libro que habla de las viejas costumbres de su pueblo natal. Está sentado en la plaza de la iglesia de Alfafar. "Hoy he salido por primera vez. Estoy disfrutando de la libertad", dice. No le falta de nada porque su hijo se lo lleva todo. Cuenta que antes de jubilarse era ebanista. Unos metros más allá, Juan, de 87, vigila desde el balcón. "¿Qué es lo que echas más de menos?". "Salir", responde. También ha redescubierto las sopas de letras. Y Antonio, de 75 años, ha trabajado toda su vida en el mundo de las chapas. "Espero ver bien estas calles", desea. Hoy ha bajado por primera vez y dice que echa de menos las partidas de dominó con sus amigos.
"El barrio lo veo por la tele"
Cristina y Claudia paran ahora en el domicilio de José, de 84 años. Cayó dentro de casa al día siguiente de las inundaciones y las enfermeras le curan una herida que tiene en la cabeza. "Sobreviviré", dice socarrón. Le miran los resultados de un análisis en el corazón que se hizo recientemente. Está rodeado de familia: están la mujer, la hija, el yerno, la limpia y los dos perros.
El vacío que llegan a sentir algunas personas mayores después de la DANA se nota cuando Carmen, de 70 años, recibe a unos voluntarios que le traen comida y agua a casa. No le gustaría que se marcharan y alarga los despidos iniciando una nueva conversación. "¿Café? ¿Agua? ¿Queréis quedaros a cenar?". Le gusta poner ironía en el dolor. Dice que nunca tuvo hijos aunque le hubiera gustado, pero que a los 70 años "está cuidando a un niño". Ríe y señala a Eduardo, de 71 años. "Es mala, eh", contesta él. Eduardo sufrió dos infartos cerebrales en el 2021. Ha sido un proceso largo, pero está mejor. Ahora, sin embargo, no puede seguir las recomendaciones de los médicos y no puede andar. Está encerrado en casa desde las inundaciones. Tampoco Carmen lo ha hecho hasta este lunes. Ambos llegaron a Alfafar desde Sevilla hace 48 años. "Allí no teníamos de nada". Ella trabajaba en una fábrica de metales y él de albañilería. Se jactan, risueños, de no haber ido nunca a dormir enojados.
Pero Carmen también llora cuando dice que a Eduardo le da miedo estar solo y que también teme que le venga un infarto en estas circunstancias. "Está más nervioso de la cuenta", dice. Él admite que tiene pesadillas de gente ahogándose porque es lo que vio el pasado martes. "Lo que hemos visto toca, y mucho", dice. Su balcón es la única ventana que tiene en el mundo. Desde allí ve un pequeño tramo de su calle. "El barrio, sin embargo, lo veo por la tele", afirma. Se asoman para pedir comida. Los primeros días sobrevivieron con latas. La basura, como casi todas las personas de avanzada edad, las echan desde la ventana y se acumulan en las montañas de basura.
Cuando vuelvan a vivir con libertad sabrán que la DANA se ha llevado la vida de más de un vecino de su edad. El temporal se ha cebado especialmente con la gente mayor. Lo hizo el martes. La primera víctima, Celsa de Mira (Castilla y La Mancha), tenía 88 años. Pero también en las posteriores horas. Un anciano de Alfafar tuvo que convivir con el cuerpo de su mujer sin vida. Aunque el nieto avisó al Ayuntamiento, la Guardia Civil tardó 24 horas en llegar. Pero la DANA se ha cebado, incluso, con los que ya no estaban. En el cementerio de Alfafar, los aguaceros sacaron seis cuerpos enterrados. El consistorio lleva días pidiendo que se actúe.