El "Tourists, go home" vuelve a las fiestas de Gràcia
Las primeras fiestas después de la pandemia reabren el debate sobre el modelo
Barcelona"Si hay más turistas que vecinas, ¿dónde quedan las fiestas de barrio?", reflexiona una pintada a las puertas de una de las calles engalanadas en Gràcia estos días. "Tourists, go home!" dicen otras, menos sutiles, que ya se habían visto otros años. Que entre el 15 y el 21 de agosto los turistas inunden de manera aun más masiva el barrio que ya inundan en otras épocas del año no es un fenómeno nuevo, pero los dos años de pandemia habían enterrado un debate que se ha vuelto a poner sobre la mesa durante la edición de este año de las fiestas y con la recuperación de la normalidad: ¿hay que repensar el modelo?
Ya en 2017 los pregoneros de la fiesta, la actriz Agnès Busquets y el periodista Roger de Gràcia, ironizaban sobre el fenómeno: "Hello, tourist, we love you, tot i que pixeu on the corners sometimes… No, no, no, això és bad!", decía la actriz mezclando catalán e inglés después de constatar que en las fiestas "cada vez hay más gente de fuera del barrio". Han pasado cinco años, con tres ediciones de las fiestas alteradas, aquel mismo 2017 por los atentados y las dos últimas por el covid-19, pero el saludo podría ser el mismo. Sobre todo por las noches, cuando la afluencia de visitantes en las calles y espacios de fiesta decorados se multiplica exponencialmente y supera, de largo, la presencia de vecinos. El lunes a medianoche, la primera de las noches de fiesta mayor, en la plaza Joanic el porcentaje de visitantes y autóctonos se situaba en un 70%-30%. En cambio, la proporción de vasos con cerveza que unos y otros llevaban en las manos se igualaba.
Las actividades infantiles de la mañana y las comidas populares continúan siendo probablemente los reductos del espíritu vecinal de las fiestas. A pesar de todo, este martes a media mañana, para entrar en calle Progrés, donde se habían instalado pequeñas piscinas con juegos de agua para los más pequeños, había que esperar en los accesos de la calle, que se regulan desde hace algunas ediciones para evitar la entrada masiva de visitantes. La recreación de un parque de atracciones con los raíles de una montaña rusa enroscándose por el techo ha vuelto a convertirla en una de las calles que nadie quiere perderse. En el centro los visitantes pasan por un castillo del terror. "Oh, are you scared? [Oh, tienes miedo?]", le pregunta en inglés una madre a su hijo que va en cochecito cuando atraviesan la entrada. Las enormes arañas del techo hacen que a los dos se les pasen inadvertidas las lápidas de cartón-piedra: "Turismofobia", se lee en una de las primeras.
Tampoco son muy populares los precios de las atracciones –estas de verdad– instaladas en los Jardinets de Gràcia: 6 euros para pescar cinco patitos y 4 euros para hacer una sola vuelta en un circuito con un tobogán, zambullirse en una piscina de bolas o subir a la pequeña noria. En todas las taquillas se lee el mismo aviso: "Todo el que sube, paga, incluidos los acompañantes".
En la calle Fraternitat, que este año plantea un recorrido por el cuento de la Caperucita Roja, la cola para visitarlo supera el cuarto de hora a las once y media de la mañana. Tampoco cabe ni un alfiler al paseo por China que propone la calle Tordera, con un dragón gigante en uno de los extremos y farolillos rojos en el techo. En las calles más anchas, la circulación se hace más fácil. Como Llibertat, inspirado en los vikingos; Verdi del Mig, que recrea Don Quijote, o Joan Blanques de Baix de Tot, este año ambientado en Nueva York, con el puente de Brooklyn en una de las entradas. En medio de la calle, sin embargo, los visitantes se amontonan para hacer fotos al espectacular mosaico que recrea el Imagine, dedicado a John Lennon. Tal como si estuviéramos en Central Park.