"Fui cayendo en el pozo de mierda"
Noemí Atencia, de 17 años, explica la soledad y las dificultades que se ha encontrado para conseguir un diagnóstico y una terapia que la ayudara a mejorar
Sant Boi de LlobregatLlena la explicación de los recurrentes cuadros de ansiedad y la “vocecilla” interna con tanta gracia, imágenes, metáforas y humor ácido, que las psicólogas que la atienen confían que acabe siendo “la Greta de la salud mental”, en referencia a la joven activista sueca del ecologismo. A dos semanas de la mayoría de edad, Noemí Atencia está de permiso en la unidad dedicada a adolescentes del complejo Benito Menni de Sant Boi, donde ha pasado el último trimestre a raíz de una grave crisis.
La de Atencia es la historia de las dificultades del sistema para diagnosticar trastornos mentales y de la soledad de pacientes y familias. En primaria no entendían que siempre estuviera como ausente, con ataques de ansiedad constantes, que la hicieron ser etiquetada como la rara de la escuela. “Me hicieron bullying y mi autoestima bajó, me hacían sentir pequeñita. Te quedas sola y quieres desaparecer”, recuerda. Su madre tampoco supo cómo ayudarla, por ignorancia y por aquel miedo de poner nombre a una enfermedad que todavía está demasiado escondida.
El cambio de centro en secundaria supuso un cierto alivio porque al menos en el nuevo encontró comprensión y apoyo comunitario, pero la ansiedad iba a más, como los llantos, lo que le impedía seguir la actividad escolar. La gran sacudida llegó el año de la pandemia, cuando ya hacía segundo de bachillerato, y en pleno confinamiento a su malestar se le añadió la imposibilidad de poder salir de casa para distraerse de tanta ansiedad y los conflictos con su madre eran una batalla diaria. Las clases online, afirma, eran un suplicio porque le era imposible “estar atenta a una pantalla de ordenador” pero es que, cuando las escuelas reabrieron y volvió la presencialidad, tampoco fue capaz de seguir las explicaciones de los profesores, en una sensación que define como hacérsele todo “una bola de acero” y “frustración”, porque los compañeros seguían y ella no. “Fui cayendo en el pozo de mierda y mi madre conmigo”.
Pozo abajo la esperaba una gran crisis de ansiedad –“creía que me moría”–, que la hizo sentir durante días como si su cuerpo estuviera “en medio de un huracán” y pensó que no mejoraría. Era diciembre de 2020 y, ahora sí, acabó en urgencias en el Hospital Sant Joan de Déu de Esplugues. “Me enviaron a la psiquiatra, a quien le pedía ayuda y ella me daba más pastillas que me dejaban fatal, todo el día sedada y sin poder hacer nada, ni siquiera mantener los ojos abiertos”.
Sin nadie cerca que le apoyara, dice que no entendía qué le pasaba y que había momentos que no distinguía la realidad de sentirse como “un robot” ni podía dejar de hacer caso de su "vocecilla" interior que le decía que “estaba loca”. Además, en las búsquedas que hacía para buscar una respuesta a lo que le pasaba, el doctor Google –desaconsejado científicamente– siempre concluía: “Cáncer o una muerte próxima”. El fondo del pozo lo ha bautizado como “la semana trágica”, un descalabro emocional que la llevó a sobremedicarse conscientemente a diario. “Siempre acababa vomitando las pastillas, hasta que un día pensé, pues hoy no lo haré”. Y acabó en urgencias, ingresada tres semanas en Sant Joan de Déu: “Me quería morir porque sentía que la mierda me ahogaba”, relata con un gran desparpajo, incluso cuando se refiere a una recaída pocas semanas después de su salida.
La vena artística
Aquí es cuando entra en la UCA, una unidad sin referentes en Catalunya que desde hace 27 años trata los casos más graves de trastornos mentales de adolescentes. Las psicólogas que la han tratado explican que la tímida y desganada Noe de un trimestre atrás no tiene nada que ver con la Noe activa y con ganas de comerse el mundo que se sienta en una sala del centro de Sant Boi. Los primeros dos meses estuvo en régimen cerrado, siguiendo una terapia muy dura que le permitió levantar la cabeza y pasar a la USA, donde se le permitió salidas a casa para comprobar si estaba preparada para volver a la rutina social. "Ahora veo el mundo y lo encuentro muy bonito y tengo ganas de hacer cosas", asegura la chica, ilusionada por volver a hacer segundo de bachillerato. "Haré el bachillerato artístico, no puedo hacer otra cosa".
En el centro, la chica ha sido el alma que ha animado a las terapeutas y a otros pacientes a dibujar un gran mural de colores sobre una pared del patio y, sobre todo, a editar un fanzine doméstico–el primero de la UCA–en que los adolescentes han plasmado sentimientos y esperanzas de su estancia mientras se recuperaban. Pero los nervios es ahora por lo que vendrá a partir de julio, cuando con 18 años su expediente pasará a los servicios de atención de los adultos, compartiendo terapia y actividades con gente de 30 o 50 años, lamenta. "No saber qué me encontraré y que será un cambio muy grande me da miedo", razona la chica, que reivindica que la transición de la adolescencia al mundo adulto sea más lenta, con unidades para jóvenes de hasta 25 años para evitar una situación traumática. "Estoy abierta a aceptar encargos artísticos", dice como muletilla publicitaria mientras sale por la puerta camino al patio, donde están sus compañeros.