En noviembre de 2020, el Parlament de Catalunya aprobó una modificación de la ley de 2008 para erradicar la violencia machista que incluye el concepto de consentimiento sexual como "voluntad expresa enmarcada en la libertad sexual y en la dignidad personal, que da paso al ejercicio de prácticas sexuales y lo avala”. El texto afirma que “no hay consentimiento si el agresor crea unas condiciones o se aprovecha de un contexto que, directamente o indirecta, impongan una práctica sexual sin contar con la voluntad de la mujer”. Matiza, además, que la voluntad “se tiene que mantener durante todo el acto sexual”. La ley, pionera en el Estado, también tiene en cuenta la violencia institucional –la falta de apoyo de las administraciones a las víctimas–, la violencia vicaria –contra los hijos–, el feminicidio –no incluido, todavía, en ninguna ley– y las violencias digitales como nuevas formas de violencia machista. De hecho, esta violencia machista se define como “una violación de derechos humanos” que es estructural, además de un problema individual.
El consentimiento sexual entre adolescentes: solo sí es sí
Sus características clave son: se da libremente, desde el entusiasmo, es concreto, se facilita estando informado y es reversible, en todo momento puedes cambiar de opinión
Hace unos años circuló un vídeo por Youtube, protagonizado por unos dibujos esquemáticos que explicaba, de manera sencilla y haciendo un paralelismo entre tomar una taza de té (en lugar de tener relaciones sexuales), qué es el consentimiento sexual. Las escenas no dejaban ni un gramo de duda: “Aunque la persona a quien has invitado te ha dicho que sí que quiere una taza de té, y que tú se la hayas preparado haciendo un esfuerzo, si a última hora se lo vuelve a pensar y te dice que no, no puedes obligarla a tomárselo”. “Si la persona está inconsciente, tienes que saber que no te puede escuchar ni responder. Por lo tanto, tendrías que procurar ayudarla a estar en un espacio seguro y, evidentemente, no forzarla a tomar té”. O “si esta persona te dijo que quería tomar té contigo el sábado, eso no te da derecho a ir a su casa y obligarla a tomarlo cada día de la semana porque te dijo que le gustaba”. “Si tan fácil es entender lo loco y sin sentido que es obligar alguien a tomar té cuando no quiere, igual de fácil es entenderlo con las relaciones sexuales y el consentimiento”, concluye el film.
Esta situación que parece tan evidente –cuando no hay consentimiento, es un abuso– no está tan clara ni bien acotada cuando se trata de relaciones sexuales entre adolescentes y jóvenes (y, en ocasiones, con adultos). El consentimiento, el "solo sí es sí", se tambalea ante una sociedad muy marcada por la educación machista durante décadas, poco acogedora –todavía ahora– con la diversidad sexual y con fácil acceso a la pornografía mainstream, centrada en el placer del hombre y mostrando a la mujer como objeto pasivo. El diálogo social ha incorporado el concepto consentimiento hace muy poco: a raíz de la revolución Me Too y el caso de la violación múltiple de La Manada y las movilizaciones sociales de indignación que provocó la primera sentencia.
La médico de familia, sexóloga y terapeuta de pareja Laura Clotet define el consentimiento sexual como “un hecho en el cual se ha establecido que todas las personas que participan en un acto sexual saben qué es lo que pasará exactamente y lo quieren hacer de manera absolutamente voluntaria. Han dicho: «Sí, ¡quiero hacer esto!»”, detalla. Para la doctora, la comunicación concreta es un básico que, habitualmente, falla. “A menudo se pregunta: «¿Quieres tener sexo conmigo?»”, que es muy general, y no se concreta si te apetece un abrazo, unos besos o si habrá penetración y cómo será, con preservativo, sin... Tendríamos que ser muy concretos en cada acción, pero no suele pasar porque no tenemos un buen autoconocimiento de nuestras necesidades y solemos complacer al otro antes que a nosotros”. Un consentimiento correcto “va mucho más allá de «va, lo hacemos, si tú quieres», puesto que tendría que haber deseo –«sí, yo también lo quiero»– y entusiasmo”, subraya. Alerta que si cualquier norma acordada entre las partes se rompe –por ejemplo, que el hombre se quite el preservativo– se tiene todo el derecho a parar.
Clotet advierte que, “incluso en parejas adultas y estables, el consentimiento tiene que ser explícito y concreto; no se vale pensar: «Como es mi pareja, puedo hacer lo que quiera». Esto no tiene ningún sentido ya”, concluye. Puntualiza que el consentimiento es reversible en todo momento; es decir, que aunque un chico o una chica pensaba que quería llegar a un cierto punto de la relación y había dicho que lo haría, tiene el derecho a parar y decir que no quiere seguir con aquella práctica o, ni siquiera, empezarla. “La dificultad es saber gestionar el chantaje emocional de quien te está presionando o exigiendo. Hay que tener la autoestima fuerte y tener claros los límites”, razona.
Elena Crespi, psicóloga especializada en sexología y terapia de pareja y familiar, es autora del libro Habla con ellos de sexualidad*, una obra pensada para los dos públicos: los adolescentes y las familias. Crespi afirma que “la comunicación es fundamental para vivir el sexo de manera saludable y para poder educar a nuestros hijos en una sexualidad plena, basada en el respeto mutuo y la asertividad”. Reconoce que la educación sexual tiene que ir mucho más allá de hablar de la penetración, de prevención del riesgo de embarazo o prácticas sexuales de riesgo, y que se tiene que empezar en el ámbito familiar. “Se tiene que empezar por la educación emocional, lo que sentimos, desde el respeto y sin imposiciones”. Y tener claro que el porno es ciencia ficción, respecto a la sexualidad real y consentida, y que tiene unos patrones muy agresivos.
Educamos en el no, desde pequeños
Clotet considera que hace falta que “nos eduquemos a decir que no, cuando no queremos una cosa, desde pequeños". Y pone un ejemplo muy iniciático: "¿Por qué los niños tienen que dar besos a tías o personas desconocidas por una convención social, cuando han dejado claro que no lo quieren hacer? Hay que preguntarles si les apetece y si dicen que no, se les tiene que respetar y no obligarlos. Los adultos no podemos decidir a quienes tienen que dar los niños su afecto”, dice. Es la manera de reforzar la autoestima, el respeto a su cuerpo, a las decisiones y a su identidad; unas herramientas que le servirán en su construcción como persona, subraya la sexóloga. Del mismo modo, la médico defiende: “Desde casa, tenemos que educar a los niños y la juventud a aceptar el no y tienen que aprender a negociar qué parte es no y qué es sí. No hablamos de un no total, sino a una parte de la acción, una petición concreta”. Es, según la experta, un camino de aprendizaje para respetar el consentimiento.
A partir de aquí, Clotet propone que en las escuelas y en los institutos haya una educación sexual que tenga en cuenta la gestión emocional y enseñe “quién somos, nuestra identidad, qué nos gusta, las habilidades de saber decir que sí y decir que no, aceptar las respuestas de los demás, a respetar la diversidad... No se puede quedar solo en la prevención. Hemos pasado de una generación donde el sexo era pecado a otra donde parece que el sexo es peligroso”, lamenta. La sexóloga apunta que los adolescentes necesitan saber cómo frenar algunas actitudes, pero también cómo obtener placer: “Para sentirlo hay que tener confianza, una relación sana y estar segura de que nadie me hará nada que yo no quiera o desee porque antes he hablado y lo he consensuado”. Por eso, concluye, “hay que darles herramientas comunicativas y de autoconocimiento”.
La introducción del concepto consentimiento sexual en el debate social ha hecho que se tenga mucho en cuenta en series televisivas, libros y películas. El objetivo final: tomar conciencia de un asunto que muchas veces es difícil de gestionar. Os proponemos las siguientes recomendaciones:
- Habla con ellos de sexualidad*, de Elena Crespi (Lunwerg Editores, 2019)
- ¡Hola, consentimiento!*, de Yummy Stynes y la doctora Melissa Kang (Editorial Liana, 2021)
- Consentimiento sexual*, de Milena Popova (Editorial Cátedra)
- La serie británica Podría destruirte, creada y protagonizada por Michaela Coel
- Y las series LosBridgerton (Netflix) y The Morning Show (Apple TV)
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