“Si la gente siente que los gobiernos improvisan, pierde la confianza”
La angustia y la rabia condicionan el comportamiento ante restricciones más duras
Santa Coloma de GramenetEn casa, en el trabajo o en el chat con amigos: la frustración ante la idea de volver a un confinamiento para parar el adelanto del coronavirus está en boca de todo el mundo. Y todavía más desde que se ha desplegado el toque de queda y se insinúa la posibilidad de que se decrete el encierro en casa durante los fines de semana. La gente teme que su vida sea solo ir de casa al trabajo y del trabajo a casa -si no se teletrabaja-, pasando por el supermercado, y sin espacio para el ocio. “No miro ni las noticias porque me irrito”, dicen algunos. Otros aseguran que casi no salen de casa y que “acabarán pagando justos por pecadores”. Pero si hay un punto claro según las expertas consultadas por el ARA es que cada vez cuesta más convencer a la población de que estos grandes sacrificios sociales -y económicos- son útiles.
“Los humanos necesitamos entender las cosas, no sabemos obedecer sin ningún tipo de explicación detrás”, afirma Ingeborg Porcar, directora de la unidad de trauma, crisis y conflicto de la Universitat Autònoma de Barcelona. Si la gente se enfada no es porque el confinamiento por sí solo genere irritabilidad o porque estén en contra de lo que dice un político, sino porque no entienden la gestión que se está haciendo. “Nos dictan órdenes y la percepción general es que nos están explicando las cosas mal, o bien que hacen las cosas a trozos. Tambalea la cooperación -continúa la experta-: si la gente siente que los gobiernos improvisan, pierde la confianza”.
Según las expertas, los ciudadanos rechazan las limitaciones si las autoridades demuestran que no saben por qué las imponen, si falta liderazgo o si actúan en base al ensayo y error. Ayer, por ejemplo, se anunciaron excepciones al toque de queda y se tuvieron que matizar las palabras horas después, para aclarar, por ejemplo, que los servicios de restauración a domicilio podrían funcionar hasta las 22 horas, solo en lo que respecta al reparto. “Las autoridades tienen que ser creíbles y coherentes para tener la complicidad y la colaboración de la gente. Admitiendo errores, evitando promesas que no se pueden cumplir o no poniendo encima la mesa cosas que todavía no tienen aseguradas ganan credibilidad y cooperación ciudadana”, resume Porcar.
La pérdida de libertades
La psicóloga y vocal de la junta de gobierno del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya Dolors Liria defiende que si la población recibe las restricciones como un castigo o un cuestionamiento del propio comportamiento quizás valorará saltarse la norma. “Y por eso es tan importante trasladar a la ciudadanía que no tiene toda la responsabilidad, pero que tiene un papel destacado”, explica la psicoterapeuta.
Coincide con ella Porcar, que asegura que un buen liderazgo político pasa por analizar por qué no funcionan las restricciones. “Lo que no se puede hacer, y lo que se puede pagar muy caro, es estar todo el día regañando a la población, sin admitir los propios errores o dar explicaciones. Si nace la idea del confinamiento los fines de semana no es solo porque la gente no haga caso, porque hay mucha más que sí se sacrifica y obedece día tras día”, asegura la experta. “Y si solo se habla de los incumplimientos, llega el hartazgo y la rabia entre los que cumplen”, concluye Porcar.
La segunda oleada revive algunas de las situaciones más duras y angustiosas de la primera, como el miedo al colapso sanitario. En marzo, precisamente para evitar el desbordamiento asistencial, todo el mundo entendió relativamente bien el confinamiento en casa, salvo algunas excepciones. “Era muy estricto y sobrevenido, pero todo el mundo era consciente de que se hacía por el bien común y de que no era el momento de cuestionarlo”, explica Porcar.
Para Liria, sin embargo, a medida que se va alargando la crisis, el proceso de convivir con el virus y las restricciones que comporta se hacen más angustiosas y aumentan las “conductas de riesgo” para recuperar una normalidad que se considera arrebatada. “Volvemos a un escenario complejo y perdemos progresivamente nuestras libertades. A la angustia de vivir la epidemia -dice- se suma la frustración de revivir la cara más oscura: ya sabemos el golpe que supone para nuestras vidas”.
“La gente está más cansada”
Una de las características más humanas y más afectadas por el covid es la socialización. Perderla de nuevo, a medias o completamente, genera una sensación general de tristeza, sea por los planes truncados o por los que no se pueden ni siquiera proyectar. “Estamos enfadados, a la espera de saber qué pasará y cuánto tiempo más hará falta que hagamos sobreesfuerzos, pero también es cierto que las personas tenemos una gran adaptabilidad”, sentencia Liria.
El abordaje de la crisis, individualmente y colectivamente, no puede ser el mismo que hace ocho meses. El tsunami vuelve a sacudir el país, pero ni se da el mismo contexto ni la gente sale de la casilla del desconocimiento. Lo único que persiste es la incertidumbre ante la fecha de caducidad del virus y, mientras algunos lo canalizan a través del escepticismo y la desobediencia, otros se alimentan de emociones, como el miedo y la ansiedad.
“La población está más cansada y no todo el mundo vive la pandemia del mismo modo”, explica Liria, que apunta que los que ven comprometida su economía familiar, como por ejemplo los trabajadores del sector de la restauración, son más exigentes con las autoridades porque “está en juego su supervivencia”. “De hecho, toda la crisis versa sobre la supervivencia: la sanitaria, la económica y la personal”, afirma la psicóloga.