Infancia

La desconfianza sobre la edad de los menores gambianos les expulsa del sistema de protección: "Es como si no existieran"

Dos chicos sobreviven con la ayuda de activistas y profesionales de Girona después de que la Fiscalía haya determinado que son mayores de edad y haya invalidado su pasaporte

GeronaDos coches de los Mossos d'Esquadra acudieron a la llamada. El chico lloraba sin entender nada. Indefenso. Perdido. Superado. Era una noche de diciembre del año pasado en las afueras de Cabanes, un pequeño núcleo urbano del Alt Empordà. El resto de compañeros del centro lo miraban entre la resignación, la rabia y la pena. Mucha pena. Los agentes cogieron al chico y le condujeron a la estación de Figueres, y le despidieron con un frío "buena suerte".

La –un nombre para mantener el anonimato del joven– tiene 16 años y cara de niño. Es reservado y educado. Mide bien las palabras y solo le brillan los ojos cuando habla de fútbol y enseña un vídeo en el que se le ve jugando un torneo en Salt. Juega muy bien. El 10 de diciembre del 2024 le echaron del centro de acogida de menores La Perdiu de Figueres. Fue uno de los 356 chicos a los que la Fiscalía realizó una prueba de edad y determinó que eran adultos pese a que su pasaporte dijera lo contrario. La mayoría eran gambianos.

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"Me gusta Girona"

En junio del 2024 el La llegó a España con patera. Primero Tenerife, después un breve paso por Valencia y finalmente Girona. "Me gusta Girona", confiesa con una sonrisa. Un amigo suyo que vive cerca de Salt, el Bahore, le regaló la camiseta del equipo de fútbol gerundense en uno de sus viajes a Sukuta, el pueblo donde ambos vivían de pequeños. Y cuando llegó a tierras catalanas, llevaba con orgullo y esperanza la camiseta rojiblanca.

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La vida en La Perdiu era aburrida. La treintena de chicos que convivían hacían cursos de catalán y castellano por la mañana, juegos por la tarde y tareas rotatorias en el centro –ayudar a la cocina, limpiar aseos, barrer...– que les permiten recibir 60 euros al mes para sus necesidades. "Estábamos muchas horas sin hacer nada", admite La, que sonríe cuando se le pregunta sobre los educadores. "No sé por qué algunos eran malos conmigo", confiesa con timidez.

Cuando la Fiscalía le hizo la prueba de edad le arrancaron de un refugio que al menos le servía para adentrarse poco a poco en el nuevo país. Se puso a llorar y en dos horas la policía le recogía para llevárselo del centro. "Te quedas en choque. No tenía familia, lo pasé muy mal", rememora. Lo primero que hizo cuando llegó solo a Girona fue llamar a su padre, que le puso en contacto con la familia de Bahore, su amigo de infancia, para que le ayudaran. Por lo menos, durante un tiempo. Ocho meses más tarde, todavía vive allí. Están siete en casa y sabe que, por mucho que él contribuya con la comida que una vez al mes le da Cruz Roja, la situación no es sostenible. "Necesito papeles y un lugar donde dormir, no sé cuándo tendré que irme del piso de mi amigo. Vivo aquí sin ningún papel", explica con preocupación.

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El mismo día que el La se marchaba del centro acompañado por dos coches de patrulla de los Mossos, como si fuera un joven detenido por algún delito, el Ba llegaba a La Perdiu. Caminos que se cruzaban y que ahora se entrelazan. Estos días, a primera hora para evitar el calor sofocante del verano, salen juntos a correr por el bosque, pasando así horas juntos para combatir la soledad de estar en un país extraño que no les reconoce.

"Salen sin padrón ni tarjeta sanitaria ni esperanza, solo un pasaporte que la administración no se cree. Es como si no existieran. Es una aberración ética", relata Lluís, un trabajador del campo social que durante unos meses hizo de educador en La Perdiu y se ha convertido durante este año en pieza clave. Lluís se desplaza cada semana a Girona para ayudar al grupo de jóvenes que han sido expulsados ​​de los centros de menores. También se ha volcado Núria, de la entidad Girona Acull. "Son ángeles, los quiero mucho", confiesa el joven gambiano.

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El Ba es muy diferente a su compatriota. Con su 1,95 cm de estatura, impone. También es más arrojado. En julio cumplió los 18 años según su pasaporte. Pero para la Fiscalía, antes de su cumpleaños ya era mayor de edad. Llegó a España el 22 de agosto del pasado año, después de 12 días de periplo desde que salió de Manjai Kunda: con patera hasta Canarias, después Tenerife, Alcalá de Henares y finalmente Girona. En la localidad madrileña, cuando le dijeron que iba a marcharse, fue él quien propuso ir a tierras catalanas. Había visto vídeos y tenía claro su destino.

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"Yo quería ir a Catalunya, me gusta mucho. Y conocía a Girona por el equipo de fútbol", explica Ba, que se marchó de su tierra porque "para los jóvenes" no hay perspectivas de futuro. Y más para gente como él con una característica especial: quiere ser atleta. "Pensaba que tenía talento, pero ninguna oportunidad, y por eso me fui", dice confiando en que el día de mañana pueda cumplir su sueño de dedicarse al atletismo. Además, admite que la situación familiar, con muchos hermanos y aún más pobreza, le empujaba a buscarse la vida lejos. "Los padres no tenían nada que ofrecerme", dice con rostro serio.

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En marzo, el director del centro le dijo que ese día no tendría escuela. Para empezar los trámites para conseguir la documentación, tenía que realizar las pruebas de edad. Al poco, le comunicaron que debía abandonar La Perdiu. Como La, se fue a Girona. Y no se atrevió a llamar a casa para contarlo: "No hubieran podido dormir". Gracias a un compañero que también hacía atletismo en Figueres, se puso en contacto con Girona Acull, que le salvó de la calle. La entidad le costeó un albergue y después le encontraron un piso compartido del ayuntamiento.

Sueños de futuro

"Están en el limbo –lamenta Núria–. Son niños para algunas cosas y adultos para otras". Dado que en el pasaporte son menores, no pueden acudir a algunos recursos que sólo son para adultos. Pero, al mismo tiempo, la Fiscalía los considera mayores de edad y esto les priva de poder acceder a otras ayudas. "La gente quiere trabajar, pero sin papeles, no puedes hacer nada", lamenta Ba. Ni trabajar ni hacer lo que más les gusta: La no puede jugar al fútbol, ​​y solo puede entrenar tres días a la semana en el campo de las Guixeres gracias a la generosidad de Edu, un entrenador que ayuda a chicos como él, o como Ba, que no puede competir en sus dos pruebas de atletismo, los 800 y los 400 lisos. Solo puede entrenar en el GEiEG y, al menos, ahora no paga los 45 euros que antes abonaba a Figueres; 45 de los 60 euros que ganaba en La Perdiu haciendo trabajos.

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"Siempre pienso que un día seré el nuevo Usain Bolt. ¡Y iré a los Juegos!", dice radiante el Ba antes de saludar a Hamza Bouchallikh, un joven marroquí que vive en Girona y está entre los mejores atletas del mundo en los 1.500. Se abrazan en un encuentro casual cerca de la estación de trenes y el marroquí se interesa por los entrenamientos del gambiano. Momentos como éste son los que le dan esperanza. "Soy feliz, tengo compañeros, la gente se ha llevado muy bien conmigo, pero me falta hacer amigos de verdad, gente de aquí", relata Ba.

Si para él el sueño es el atletismo, para el La lo es el fútbol, ​​poder jugar en algún equipo de la zona. Conoce a todos los clubs gerundenses, incluso reconoce a un jugador del Barça de 13 años en una fotografía –"¡Es el Fode! ¡El Fode Diallo!", exclama con los ojos aterrados– y sueña con poder ir a ver un partido del Girona, un sueño compartido con el Ba. "Soy feliz cuando juego, pero cuando estoy solo pienso mucho, doy muchas vueltas a mi situación y eso no es bueno", explica en un catalán con un marcado acento gerundense. "Mi catalán no es bueno, pero lo intento hablar", se justifica. Sin embargo, en realidad lo habla muy bien y ya tiene un certificado que lo acredita gracias a los cursos de idiomas que ha cursado, prácticamente el único que les ofrecen los centros de emergencia. Un catalán que debe servirle para poder estudiar fontanería, el trabajo al que quiere dedicarse cuando sea mayor.

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"Si tuviera una empresa, a los gambianos los contrataría todos. Tienen buen corazón, desprenden pacifismo y tienen unas condiciones físicas brutales", explica Lluís, que critica que con estas pruebas están abocando a los jóvenes al "sinhogarismo" y la "delincuencia". Y pone el ejemplo de un chico que le acaba de telefonear para decirle que se ha ido solo a Lleida para ganarse la vida en la campaña de la fruta. En Girona, durante 2024 se decretaron 149 mayorías de edad de jóvenes que tenían un pasaporte que determinaba que eran menores. Según la Fiscalía, cuando existen dudas de la fiabilidad del pasaporte, algo que ocurre sólo con Gambia, se solicita un informe policial y pericial, que en caso de salir negativo, conlleva las pruebas médicas forenses.

La presión "interna" de los educadores y la de las entidades ha hecho que estas pruebas "hayan bajado" un poco en los últimos meses, reconoce Núria, que pone el ejemplo de un joven que debía ser expulsado del centro y el proceso se ha paralizado. Estas pruebas de edad ya habían sido cuestionadas por Naciones Unidas y la Sindicatura de Greuges.

Un nuevo modelo de acogida

"Estos jóvenes ya los tienes aquí, no se marcharán, les tienes que dar una salida", defiende Lluís, al que le da igual que tengan 16, 17 o 18 años. Si los dejas en la calle sin nada, están perdidos. Por eso está liderando un proyecto para presentar a la nueva Dirección General de Prevención y Protección a la Infancia y la Adolescencia (DGPPIA). Un recurso destinado a jóvenes de entre 16 y 21 años que debería tener, aparte de alojamiento –también incluye familias de acogida–, una rama de asesoramiento legal, una de apoyo psicológico, así como un voluntariado para poder realizar el acompañamiento emocional y una mirada profesional para ofrecer un itinerario educativo y laboral a los jóvenes. "Debemos ir a buscar empresarios que se impliquen; tenemos muy potentes que podrían formar parte de un patronato", dice Lluís, que está acabando de definir el proyecto.