La desconfianza hacia las instituciones impulsa el negacionismo
Las redes sociales visibilizan las teorías de conspiración pero la campaña de vacunación en Catalunya y el Estado no se resiente de ello
BarcelonaUnos dicen que el virus no existe y que la pandemia es una conspiración para dominar a la población. Otros, en canales de Telegram con más de un centenar de miles de seguidores, que hace décadas que las élites querían convertir un virus en “una arma biológica para limpiar” el mundo y que las autoridades sacan provecho de la "pandemia" sometiendo la población con las mascarillas, el toque de queda o las vacunas. Pero en los últimos meses, con la campaña de vacunación masiva como telón de fondo, los mensajes de personas que hasta ahora no habían tenido conductas escépticas también se han radicalizado, sobre todo con las vacunas: creen que provocan graves efectos secundarios intencionadamente o que nos controlarán el cerebro “con el 5G”. La mayoría de los que defienden estas ideas son negacionistas y antivacunas, pero ahora debido a la situación excepcional que ha provocado el covid también hay población confundida o escéptica que las reproduce, intencionadamente o no. Tienen diferentes ideologías y provienen de clases sociales diversas, pero tienen un elemento en común: desconfían de los gobiernos y de las fuentes oficiales.
El coronavirus ha dado alas a colectivos que cuestionan todas y cada una de las evidencias científicas sobre el covid-19, a menudo con información manipulada. Demonizan el origen del virus, exageran los posibles efectos secundarios de las vacunas e incluso afirman que se usan para experimentar con la población. "El exceso de información que ha habido ha desinformado mucho y ha beneficiado las teorías negacionistas", afirma el periodista y doctor en comunicación especializado en rumorología Marc Argemí. Una prueba de esto, destaca, es que cualquier manifiesto negacionista aporta algún dato que proviene de las fuentes oficiales. "A veces los cambian y son categóricamente falsos, pero otros son ciertos y solo los sacan de contexto", explica.
Los mensajes negacionistas o antivacunas han aumentado en toda Europa, como el escepticismo respecto a la vacuna. Pero no se han esparcido en todas partes igual: lo han hecho en función de la confianza de los ciudadanos de un país en sus instituciones, autoridades científicas y sistema sanitario. "Es difícil comparar esta situación con cualquier otra, porque nunca habíamos tenido una pandemia mundial ni se había propuesto a la población una vacunación profiláctica masiva, inmediata y que funciona bien", admite Xavier Bosch, experto en vacunas e investigador en el Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (Idibell).
En España y en Catalunya no parece que estos discursos estén menguando el éxito de la campaña de vacunación, en que más de un 60% de la población ya está completamente inmunizada. En Francia, en cambio, sí que ha habido una oposición más clara, porque los movimientos negacionistas y antivacunas, en parte impulsados desde la extrema derecha, tienen más fuerza. "En cualquier país las tasas de cobertura son el resultado de sumar los miedos y las confianzas en el sistema y lo que vemos es que, en nuestro caso, la confianza vence por ahora los miedos", explica el sociólogo y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Josep Lobera.
Lobera ha dirigido la última encuesta de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), hecha a partir de 2.100 personas, que constata que a medida que ha avanzado la campaña de vacunación también se ha consolidado la aceptación de las vacunas. En julio de 2020, cuando todavía no había ninguna vacuna aprobada, solo un tercio de la población estaba del todo convencida de que querían vacunarse tan pronto como las autoridades sanitarias les ofrecieran la posibilidad. En mayo, la cifra ya era del 83%.
Esto no quiere decir que no haya personas con dudas o, directamente, con mentalidades conspirativas. "Pero tampoco significa que todo el mundo que decide no vacunarse es un antivacunas o se cree que la pandemia no existe", deja claro Lobera. Coincide Bosch, que dice que en la campaña de vacunación se vio rápidamente que en todos los países había un grupo pequeño de recalcitrantes, que decían que no se la pondrían nunca, y otro grupo que decía que se la pondría inmediatamente. "En medio está la llamada zona gris, la población que tiene que pensar, que puede ser escéptica, que tiene dudas, que querría esperar un tiempo antes de ponérsela, pero que podría acabar vacunándose", explica.
El 83% quiere vacunarse
Los colectivos antivacunas y los activistas negacionistas convencidos son anecdóticos en España, pero algunos de los mensajes que esparcen han ido cuajando. La encuesta de la FECYT también revela que uno de cada cuatro españoles (25%) cree firmemente que hay organizaciones secretas que influyen mucho en las decisiones políticas. "Las noticias negacionistas o antivacunas tienen más eco que dos años porque con el covid cualquier persona se siente interpelada, todo el mundo sigue qué pasa y busca información", explica Lobera. La retransmisión casi en directo del proceso de creación de las vacunas también ha sido un terreno fértil para las dudas y el escepticismo. Por ejemplo, a raíz de la suspensión de ensayos por precaución (un hecho que en realidad demuestra que el proceso cumplía las garantías de seguridad) o cuando se identificaron efectos secundarios, como la trombosis desencadenada por AstraZeneca en unos pocos casos en el mundo.
"Todos tenemos una dosis de mentalidad conspirativa, todos ponemos en entredicho algunas versiones oficiales. Y esto no es negativo. El problema es cuando esta dosis es muy alta y no solo dudamos, sino que estamos seguros de que nuestra idea es la única realidad aunque no haya evidencias que lo demuestren", plantea Lobera. Por ejemplo, el experto recuerda que no hay evidencias de que el coronavirus se haya creado en un laboratorio de guerra, que haya unos agentes internacionales que hace tiempo que preparan la pandemia o que Bill Gates quiera insertar nano robots en el cerebro de millones de personas con la vacuna. "Y aún así, hay gente que está segura de que es así", dice.
Estos grupos se sirven de las redes sociales y canales difíciles de controlar, como Telegram, para esparcir contenidos como noticias falsas e informaciones reales sacadas de contexto. De ejemplos hay muchos. El canal de Rafael Palacios, difusor en España y Latinoamérica de las teorías de la conspiración del grupo de extrema derecha Qanon, tiene más de 135.000 seguidores, y la plataforma de propaganda negacionista fundada por R. Delgado Martín tiene casi 152.000.
De hecho, más de la mitad (58%) de los participantes en la encuesta de la FECYT han visto o oído mensajes que animan a las personas a no vacunarse contra el coronavirus: el 27% aseguran haberlos oído o visto por televisión y el 34%, a través de las redes sociales. "Lo que demuestra la encuesta es que hay un sustrato fuerte de desconfianza hacia las instituciones, las autoridades sanitarias y los científicos, pero también hacia los medios de comunicación", afirma Lobera. “Y esto ya pasaba con el 11-S o con el terraplanismo”, constata el periodista Marc Argemí.
El papel de las redes sociales
La situación excepcional que ha vivido todo el planeta debido al coronavirus ha impulsado a algunas personas a legitimar algunos discursos negacionistas. "Hay personas que en situaciones de crisis graves como la pandemia son propensas a recurrir a las teorías de conspiración porque lo ven como una vía para dar sentido y controlar lo que está pasando", explica Lobera. Hasta ahora el escepticismo verso la vacuna se podía reconducir mediante los profesionales de la salud, que eran los intermediarios entre las recomendaciones científicas y la población. "Pero durante la pandemia este filtro se ha saltado y directamente son los políticos los que lanzan los mensajes. En aquellos entornos donde hay desconfianza con las instituciones y un problema de credibilidad con la información de las fuentes oficiales emergen con fuerza las llamadas versiones alternativas", destaca Bosch.
Los expertos consultados por ARA dirigen parte de la responsabilidad a las ideologías más extremas, tanto de derechas como de izquierdas: tienden a la reticencia porque, por definición, se asocian a un apoyo más evidente a la desobediencia y a la propensión a apoyar a las teorías de conspiración o las versiones alternativas. Unos mensajes que se transmiten muy fácilmente en redes sociales, donde estas personas reafirman sus ideas. “Las redes no son las culpables, solo visibilizan y ejercen de catalizadoras de esta desconfianza previa”, matiza Argemí. Y Lobera añade: "Estas personas se conectan, se organizan y al día siguiente hacen una concentración en la plaza Sant Jaume".
El ejemplo es bastante verídico. Miércoles se convocó por Telegram (y sin mucho éxito) un encuentro de antivacunas en la entrada del Hospital del Mar de Barcelona para abuchear a los profesionales sanitarios por "ser cómplices" de la campaña de vacunación. Y este sábado se ha convocado una manifestación en el centro de Barcelona contra la vacunación de los adolescentes. A los activistas más convencidos, dicen los expertos, acercarles evidencias científicas para hacerles replantear su posicionamiento posiblemente no tendría ningún sentido. Según Argemí, la transparencia es una condición necesaria pero no suficiente para anular las teorías negacionistas. No es que no se fíen de los datos, sino que desconfían de las fuentes que los proporcionan. "Simplemente perciben mala voluntad, sienten que se les esconde algo y esto va más allá de cualquier razonamiento", avisa.