Cuando el catalán era útil
Joan Mena presenta en Santa Coloma de Gramenet 'No parlaràs mai un bon català: les mentides sobre la immersió lingüística'
BarcelonaA principios de los ochenta, en el barrio de Torre-romeu de Sabadell había una mujer mayor a la que los vecinos conocían como “la catalana” porque era la única que hablaba esa lengua extraña. Es uno de los recuerdos que utiliza Joan Mena, diputado de los comunes en el Congreso, para que la gente tome conciencia de la anormalidad lingüística del lugar donde se crió, que era la misma de tantos otros lugares habitados por la diáspora andaluza. El político perfecto es aquel cuya historia personal demuestra los ideales de su partido y Mena es un argumento ad hoc con patas inmejorable para explicar la inmersión en Catalunya como una patraña con un final feliz. Sin haber escuchado nada más en casa que granadino cerrado, un mozo se hace mayor y acaba defendiendo la inmersión lingüística en Madrid con un catalán impecable. Encima, es profesor de castellano, lo que desmiente el mantra del adoctrinamiento. Esta biografía convertía a Mena en el parlamentario perfecto para desmontar las mentiras de Ciudadanos.
Pero en Santa Coloma de Gramenet, las elecciones en el Parlament de 2017 las ganó Ciudadanos triplicando el resultado de los comunes, y en 2021 llegó un Salvador Illa que hace mítines bilingües y cree que quizás se tendría que flexibilizar la inmersión. Hablamos de Santa Paloma porque es allí donde Mena decidió que haría la primera presentación de su libro No parlaràs mai un bon català: les mentides sobre la immersió lingüística (Eumo Editorial), en la Biblioteca del Fondo. La gracia es que la inmersión empezó en una escuela de la ciudad en 1983 y en la sala hay padres, activistas y profesores que la impulsaron con sus manos. Presenta Antoni Bassas, una estructura de estado de la inmersión radiofónica en sí misma, y en primera fila lo acompaña Jéssica Albiach, el acento valenciano más reconocible del Parlament. Estamos dentro de una burbuja de historias de compromiso con la lengua fácilmente idealizables.
Así es normal que Mena sea optimista. Contrariamente al clima angustioso que ha proliferado entre el independentismo del pos-Procés, Mena no está preocupado por la desaparición del catalán, sino por cuando la lengua se utiliza para tapar cuestiones de clase. Contra la derecha española en general y “la parte más identitaria de la derecha catalana” en particular, la mentira que da subtítulo al libro y que más molesta al diputado es una que dice que los alumnos catalanohablantes tienen mejor rendimiento académico que los castellanohablantes por el hecho de serlo. Mena repite dos veces que el problema es que hay familias ricas y familias pobres, no familias catalanas y familias castellanas. Sin fisuras ni sorpresas en el argumentario de los comunes: “Está claro que la lengua es un elemento identitario, el problema es cuando se convierte en un elemento de confrontación identitaria”.
Lo más interesante y emotivo llega cuando intervienen los septuagenarios del público. Emerge un consenso del que no se habla suficiente: la motivación de los inmigrantes castellanohablantes para abrazar la inmersión no fue política, ni cultural, sino económica. Lo explica Jesús, que lo vivió en primera persona: “Mi obsesión era que mis hijos vivieran mejor, que tuvieran igualdad de oportunidades. No tenía ni idea de todo lo que significaba la inmersión”. Es entonces cuando Bassas intenta frenar la alegría militante de la sala con pesimismo periodístico: ¿Y si el auge del inglés y la digitalización del consumo audiovisual hacen que en la Catalunya de hoy el catalán no sea percibido con el brillo del que disfrutaba en el posfranquismo? No queda claro que en la Santa Coloma de 2022 los castellanohablantes vean el catalán como el botón rojo que acelerará su ascensor social. Es un utilitarismo lingüístico que, si tenemos que hacer caso a los padres que lo vivieron, contiene el porqué de todo.