Matrícula viva

Cuando a una escuela llegan 40 alumnos a medio curso: "Debemos decidir a quién desatender"

Varios centros alertan de que les faltan psicólogos y trabajadores sociales para acoger en condiciones a los 75.000 estudiantes de matrícula viva

BarcelonaFátima tiene 12 años. Hace pocos meses entró en un espacio que no le era nada familiar. de escuela su profesor centró gran parte de la atención en ella. Le hizo preguntas e intentó conectar con ella. Docentes, directores y orientadores describen que los motivos para llegar a la escuela cuando el curso ya ha comenzado –lo que se conoce como matrícula viva– son casi infinitos y se repiten en los centros de todo el país.

Sea cual sea la casuística, la mochila emocional del alumno que llega está llena y, a veces, aprender matemáticas o literatura es lo menos urgente. Más aún teniendo en cuenta que sólo durante este curso escolar han llegado a las escuelas catalanas. casi 75.000 alumnos a través de su matrícula viva. Son más de 400 alumnos nuevos cada día.

Aunque el departamento de Educación no ha aclarado aún cuántos de estos niños y adolescentes son recién llegados y cuántos han cambiado de centro en Catalunya, las escuelas con las que se ha puesto en contacto el ARA aseguran que la mayoría pertenecen a familias que han emigrado y que muchos viven en condiciones de vulnerabilidad.

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Alumnos que llegan de un día a otro

"Es muy duro decirlo así, pero hemos llegado a un punto que debemos decidir a quién desatender", lamenta impotente Jordi Barberan, director de la Escuela Salesianos Rocafort del Eixample de Barcelona. Explica que ha habido etapas en las que en tan sólo quince días les han llegado una docena de alumnos nuevos. Se han encontrado con casos muy duros: alumnos que venían a clase después de pasar la noche durmiendo con la familia en una tienda en la calle, o adolescentes que no se sabía cuántos años tenían y que, por tanto, estaban escolarizados en un curso que quizás no les correspondía. "Es cierto que se necesitan profesores, pero más que docentes necesitamos trabajadores sociales y psicólogos, alguien que les pueda acompañar", pide Barberan.

También lo pide la coordinadora pedagógica del Instituto Enric Borràs de Badalona, ​​Anna Pascual. "Durante la primera mitad del curso hemos recibido a uno o dos alumnos nuevos cada semana. Lo gestionamos como podemos y los ubicamos en la clase de su nivel donde menos alumnos hay, pero esta gestión hace que sólo podamos seguir un criterio numérico, no pedagógico". Además, tanto ella como varios directores de escuela subrayan que les avisan "de un día a otro" que les llegarán nuevos alumnos y que eso hace aún más complicado el recibimiento.

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"Cada vez que llegan hay que modificar todas las planificaciones establecidas porque hay que realizar una primera acogida con la familia para recoger información del alumno y después hacerle un acompañamiento", advierte la orientadora del Instituto Lluís Domènech y Montaner de Barcelona, ​​Marta Noguera. Este curso les han llegado 40 alumnos nuevos, nueve de ellos en las últimas dos semanas.

Este acompañamiento es el que han necesitado Fátima y su familia. Su madre, que prefiere no decir su nombre, explica utilizando el traductor del móvil –aún no sabe catalán, castellano ni inglés– el periplo vivido hasta llegar a la escuela del Eixample. "Vivimos mucha violencia en nuestro país y yo no quiero que mi familia crezca con la misma injusticia en la que me crié yo. Por eso huí con mis hijas", recuerda. Detalla que llegó aquí con dinero suficiente para comprar una casa, pero la que le vendieron era ilegal y la policía las "echó".

Ahora, ella y sus dos hijas viven en un hostal "respetable" que les ha proporcionado el Servicio de Atención a Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados (SAIER). El día a día de Fátima y Wassila, pues, consiste en ir del hostal a la escuela y de la escuela al hostal. Su adaptación ha sido muy desigual. "La mayor se integra más fácilmente porque es sociable y habla inglés, pero la pequeña [Fátima] es más tímida y es muy difícil", explica la madre. De hecho, aunque está presente en la conversación, el adolescente no ha dicho ni una palabra.

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Aulas de acogida masificadas

En todos estos casos lo ideal es que el alumno recién llegado pase dos o tres cursos teniendo el refuerzo del aula de acogida, pero los centros piden ayuda porque les faltan manos para poder ofrecer este recurso con condiciones. "Por ratio, en un aula normal de primaria deberíamos tener 22 alumnos. Nosotros en el aula de acogida tenemos 29", critica Olga Garrido, directora de la Escuela Antoni Gaudí de Santa Coloma de Gramenet. Además, alerta de que el aula de acogida sólo está disponible a partir de 3º de primaria. "Nos venden niños a infantil que no entienden la lengua, no hablan, no conectan... Eso es imposible gestionar en un aula ordinaria donde hay otros niños que también tienen necesidades especiales o que simplemente necesitan nuestra atención", lamenta.

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Ahora bien, la situación se complica aún más cuando los nuevos alumnos llegan al tercer trimestre o en el último curso de una etapa educativa, como le ha ocurrido a Wassila. "Puedes imaginar qué hace un alumno que llega a finales de curso a un aula donde no entiende el catalán ni conoce a nadie. Todo ello les deja en una situación muy complicada para poder acceder al aprendizaje y para seguir desarrollando tanto social como emocionalmente", lamenta Noguera.

"A mí me encanta el catalán, pero aún no lo domino como para poder hablarlo y sentirme segura –reconoce el adolescente–. Lo hablo un poco en la escuela con los compañeros, pero es agotador estar todo el día intentando hacerme entender en una lengua que no conozco", insiste en inglés. Pero añade: "Cuando sepa lo suficiente podré entender a la gente en la calle y creo que podré ser feliz aquí".

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"La primera palabra que aprendí es «vivir»"

A pesar de las muchísimas carencias y la impotencia de los docentes, también hay casos que dan sentido al trabajo. Heydi y Allen son un ejemplo. Él hace dos meses que llegó a los Salesianos de Rocafort y ella mes y medio. Ambos hacen 1º de ESO y se han hecho amigos en el aula de acogida. "Los primeros días la verdad es que me sentí abrumada, porque no entendía nada, no sabía dónde tenía que ir y pensaba mucho en mi familia", reconoce Heydi, en castellano y con alguna palabra puntual en catalán.

La chica explica que antes de venir desde Perú su madre le dijo que aquí se hablaba catalán y empezó a estudiarlo. "Lo que ocurre es que no es lo mismo estudiarlo allí que hablarlo aquí. En el aula de acogida le entiendo bastante, pero cuando damos clase normal, si Carme [la profesora] está lejos me cuesta saber qué dice", relata. Heydi añade: "Nos enseñan muchos verbos y palabras, pero la primera que aprendí es vivir".

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El caso de Allen es algo diferente. Vino con la familia desde Paraguay, aparentemente de vacaciones. "Cuando llegamos aquí me dijeron que nos quedábamos a vivir y que era lo mejor para mí –recuerda con una sonrisa–. El primer día fue difícil porque todo era nuevo y yo no sabía que hablaban en catalán, pero no pasa nada porque se asemeja al castellano. Estoy aprendiendo rápidamente, quizá demasiado rápido y todo", defiende. Ahora él va a los Salesianos, pero a su hermano le ha "tocado" otro centro. "Le echo de menos porque siempre íbamos juntos y es un poco complicado para mi madre llevarnos a lugares diferentes desde Badal".

"Me lo paso bien, me han enseñado a presentarme, pero también hemos podido probar los buñuelos y hemos aprendido pedazos de Mar y cielo –responde él cuando se le pregunta por el aula de acogida–. También nos enseñaron aquel baile de aquí que todo el mundo se agarra las manos y hacen un círculo", explica. Lo que más ha impactado Heydi desde que llegó ha sido el día de Sant Jordi: "En mi país no se hace, pero veo que aquí es una tradición para todos y me gusta".

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"Allen quiere estudiar aunque sea imposible", reconoce. Heydi tiene claro que quiere ser juez. "Sé que primero tengo que sacar la carrera y me han dicho que después hay que hacer oposiciones. También si tuviera tiempo quisiera ser veterinaria", detalla. Y Wassila también lo tiene claro: "Desde pequeña tenía el sueño de ser ingeniera y ahora tengo claro que quiero hacer tecnología y física".