Una noche sin techo

Unos 600 voluntarios de la Fundación Arrels recorren las calles de Barcelona para hacer el recuento anual de personas que duermen al raso

BarcelonaDormir en la calle no admite muchas poéticas, ni siquiera la de tener por techo el firmamento, invisible detrás la contaminación lumínica de la ciudad. Dormir en la calle admite mejor el enfoque metódico y perseverante de quien intenta poner fin al fenómeno del sinhogarismo. La madrugada pasada, Arrels sacó a la calle un ejército de unos 600 voluntarios para hacer el recuento anual de personas que duermen cada noche en la calle en Barcelona, que se estima que son un millar largo. En grupos de dos o de tres, estos voluntarios hicieron a pie una buena kilometrada, recorriendo las calles que se les habían adjudicado para recoger no solo el número sino también tanta información como fuera posible sobrelas personas que pasan la noche al raso. Esta información, explican desde Arrels, “es oro” para el equipo de calle que hace el seguimiento personalizado y para una organización que quiere detectar la evolución de un colectivo estigmatizado.

La consigna era salir de madrugada, sobre todo en los barrios del centro, para dar tiempo a la ciudad para calmarse y, con esto, a las personas sin hogar para instalarse en el portal, banco o parque escogido. El ejército de contadores, equipados con consejos, papeles y herramientas digitales, se adentraron en la bochornosa y maloliente intemperie de la capital catalana y no tardaron en encontrar decenas y decenas de personas a quienes les falta el techo y todo el resto de la casa, porque por pavimentos y paredes tienen la mugre de las aceras y la suciedad de las persianas grafiteadas. Con delicadeza les pidieron permiso para hacerles unas preguntas, y, en caso de obtenerlo, se sentaron un largo rato con ellos para descubrir historias vitales estremecedoras donde se dan todas las variaciones y los itinerarios que conducen a la pérdida de las redes de seguridad, de la familia, de los amigos, de las relaciones humanas. Los voluntarios han entrevistado a 350 personas en una noche. Es el primer recuento en el que se espera poder percibir con claridad los efectos del covid, y efectivamente ayer se registró el caso de un hombre a quien la pandemia ha consolidado en la situación de calle: después de sufrir neumonía, un día, mientras se dirigía hacia el centro donde le permitían ducharse, notó que las piernas no le llevaban al otro extremo del paso de peatones. Ictus, regreso al hospital y, al salir, una ligera afectación en el habla que hoy le supone una discriminación añadida por parte de quien podría darle trabajo o alquilarle una habitación.

Cargando
No hay anuncios

Los Nitbus, con su ruidera antigua, interrumpían por unos momentos los cuestionarios largos y detallados con los que personas de vidas normales indagaban en los antecedentes y la situación actual de los encuestados. “Manuel, háblale bien”, le decía un sintecho a otro, compañero de portal, cuando le oía una respuesta agria. Se trataba de cuidar, entre todos y al menos por una noche, los puentes de una comunicación preciosa y extraña.