Amelia Tiganus: "Siempre me habían dicho que era culpa mía porque una vez dije que sí"

BarcelonaEn el libro La revuelta de lasputas (Sine qua non), Amelia Tiganus (Galati, Rumanía, 1984) explica cómo el hecho que un grupo de hombres la violaran cuando tenía solo 17 años hizo que pasara a ser una adolescente marcada por el estigma y con tan pocas perspectivas de futuro en su comunidad que lo más fácil era entrar en el mundo de la prostitución. En España la ejerció en una cuarentena de prostíbulos y no fue hasta que empezó a hacer terapia y a contactar con el feminismo que armó un discurso a favor del abolicionismo de la prostitución. 

¿Su biografía es un ejemplo de cómo se fabrica una puta, una expresión que utiliza a menudo?

— Es la historia de muchas mujeres que tenemos en común haber nacido en países empobrecidos, donde no sabemos que tenemos derechos y donde la violencia sexual es habitual. Los hombres que viven en nuestros países abocan a las niñas y las adolescentes a ser putas porque nos expulsan de la comunidad y nos ponen en riesgo una vez han abusado de nosotras y nos han violado. Yo creí que la prostitución podría ser mi salvación.

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¿Nos podemos referir a la prostitución como un trabajo ordinario?

— La prostitución se basa en una relación desigual: un hombre con dinero y en condiciones de superioridad que paga por sexo con una mujer en inferioridad. Sin dinero por el medio, la relación sexual sería una violación.

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¿Y dónde queda el derecho de decidir voluntariamente si quieres prostituirte?

— A la industria de la explotación sexual no le es difícil crear putas orgullosas, porque si te sientes como una víctima te hundes. Muchas mujeres que están en la prostitución me dicen que quieren continuar porque tienen que dar comida a sus hijos. Primero tenemos que lograr la igualdad y la justicia social y después ya hablaremos de la libertad. ¿Qué lugar estamos dando a las mujeres más vulnerables del planeta, a las migrantes? Me duele que solo les dejamos el lugar de puta. 

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¿Qué Amelia era cuando salió del prostíbulo?

— Me peleé durante muchos años conmigo misma porque me habían inculcado que no servía para nada más y me ha costado mucho esfuerzo creer que valía para otra cosa. El momento más crítico fue cuando una pareja maltratadora me echó de casa estando yo embarazada. Me enfrenté al dilema de mi vida: abortar fuera de término o volver a la prostitución porque los puteros pagan más con una embarazada. Finalmente tuve la capacidad de resistir porque había empezado a hacer terapia.

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¿En qué momento dijo "Yo ya no soy puta"?

— Con la psicoanalista entendí que había vivido una situación traumática, en que tienes que luchar o huir pero si no puedes hacerlo, te acabas sometiendo para sobrevivir. Y, claro, los hombres no consideran el sometimiento como un acto de aferrarte a la vida, y entonces pasa que se trata como sinónimo el consentimiento y el sometimiento. También el feminismo me salvó la vida muchos años después de dejar la prostitución porque me dio unos conceptos para poder poner nombre a todo lo que había vivido, para entenderlo como un acto político más allá de una experiencia personal. Siempre me habían inculcado que era culpa mía, responsabilidad mía, porque un día había dicho que sí, pero sin tener herramientas para entender el contexto.

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¿Por qué apuesta por el modelo abolicionista?

— Vivimos en un país democrático en que se penaliza fumar en según qué lugares y tendría que haber otra prohibición para que los hombres no puedan pagar para convertir a las mujeres en instrumentos para eyacular en concepto de diversión. No quiero que se puedan pagar impuestos para ser penetrada por boca, vagina y ano por hombres que no quieren estar de igual a igual con las mujeres. Quiero que se persiga el proxenetismo y que se desactive la demanda.