La historia de una mujer que tiene miedo de volver a enamorarse de su agresor

La Generalitat pretende poner en marcha un programa piloto para que cambien ellos de casa y para que ellas no tengan que continuar huyendo

BarcelonaHabría preferido que el confinamiento no hubiera acabado nunca. Suena extraño pero es así: cuando en la primavera no se podía salir a la calle es cuando ella estaba mejor. Su marido estaba en casa, no trabajaba, pero tampoco bebía. No como cuando todo volvió a la normalidad (o, mejor dicho, a la nueva normalidad): su marido se reincorporó al trabajo y volvió a llegar a casa borracho. Y, además, más que nunca.

Ella es una de estas mujeres con un nombre que no se puede revelar, ni tampoco se puede mostrar su imagen, y mucho menos decir de donde es. Vive en un piso de la Generalitat para víctimas de violencia machista. Ella y sus cuatro hijos, y también otra mujer que está en la misma situación. El piso parece amplio: tiene una cocina y un comedor generosos y varias puertas dan al pasillo central, que se supone que son las habitaciones.

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"Llegué a España en 2017 huyendo de él", empieza relatando la mujer con cara desencajada, sentada en un rincón del sofá del comedor. Parece nerviosa pero tiene ganas de hablar y explicar lo que le pasó y lo que le continúa pasando ahora. Llegó procedente de un país de América Latina y dejando atrás sus cuatro hijos. El más mayor tiene ahora 15 años, y el más pequeño 6. Ella apenas tiene 33 años y llevaba diecisiete con su marido, casi media vida. Quizás por eso se le ablandó el corazón cuando su madre la llamaba insistentemente desde el otro lado del océano diciéndole que su marido se pasaba el día llorando desde que ella se había marchado. Así que tomó la decisión y aceptó que él también viniera a España, y después vinieran los hijos. "Pensé que él había cambiado y que el problema era mi país", comenta. Pero no, el problema continuaba siendo él.

Aquí él volvió a beber y a abusar de ella, aunque ella lo explica con otras palabras: "Le tenía asco, lo rechazaba, no quería que se me acercara". La gota que hizo colmar el vaso fue que el marido golpeara al hijo mayor cuando el niño se interpuso en su camino para intentar proteger a su madre. "La asistenta social me ofreció irme de casa. Me dio dos horas para prepararme", recuerda ella. Y esto es lo que hizo: coger las maletas y sus hijos y marcharse. Volver a huir, en definitiva.

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Primero les llevaron a un hotel. Estuvo diez días. "Nos dieron dos habitaciones. No hacía nada, mirar la televisión", explica de aquellos días. De allá les trasladaron a un piso para mujeres víctimas de violencia machista, que compartían con otra mujer y sus dos hijos. Después fueron a un segundo piso, y finalmente llegaron en el que están ahora. "Cada vez que nos cambiaban, los niños me decían «¿Otra vez, otra casa?» Y me pedían que volviéramos con su padre", afirma ella. Y se lo continúan pidiendo.

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"He vuelto a hablar con él, está en tratamiento [para dejar la bebida] y asegura que hará todo lo posible para cambiar", relata la mujer. Cuando le preguntamos si tiene miedo que la localice y que la vuelva a agredir, contesta que no, que de lo que tiene miedo es de volverse a enamorar. "A veces me vienen ganas de irle a ver, lo continúo queriendo". Porque ¿cómo es posible odiar de la noche a la mañana alguien con quien has compartido media vida, con quien has sido feliz y que es el padre de tus hijos? "Lo que me estresa es que aquí me siento atrapada, no trabajo, no hago nada", lamenta. Cuando huyó con sus hijos, también tuvo que dejar atrás su trabajo como mujer de la limpieza, además de la casa.

El año pasado el departamento de Treball, Afers Socials i Famílies pasó de tener nueve pisos para mujeres en situación de violencia machista a 39, de forma que se va cuadruplica el número de plazas. Este año tiene previsto poner en marcha tres programas piloto destinados a los agresores porque el objetivo ahora es que ellos cambien de lugar, y que no tengan que continuar huyendo ellas.