Ir a vivir al pueblo con menos habitantes de Catalunya
Una familia explica por qué se ha instalado en Gisclareny, que solo tiene 26 habitantes
GisclarenyEl núcleo del pueblo lo forman cinco únicos inmuebles: la iglesia, la rectoría, el Ayuntamiento y dos casas particulares. Todos con paredes de piedra que confieren al conjunto una apariencia de pueblo de postal. También hay un cementerio minúsculo y una fuente de la que no deja de manar agua. En recorrerlo se tarda dos minutos a pie. No hay escuela, ni dispensario médico, ni por supuesto ninguna tienda. La cobertura de teléfono falla en algunas zonas y el camión de la basura solo pasa una vez cada dos semanas. Es Gisclareny, en el Berguedà, el pueblo con menos habitantes de Catalunya. Hay empadronadas 26 personas, pero durante el año las que viven ahí son menos, una quincena. Con todo, allí es donde Óscar Pérez Gutiérrez y Gemma Baños Dieste se trasladaron a vivir en abril con su hijo Kai, de un año. Ellos no lo hicieron por el coronavirus sino por convicción, aseguran.
El pueblo es, sin duda, un lugar idílico. Está situado en el Parc Natural Cadí-Moixeró, a pie del Pedraforca, y las vistas son impresionantes. Casi no tiene habitantes pero su término municipal es inmenso: se extiende a lo largo de 37 kilómetros cuadrados. Esto significa en la práctica que hay que ir en coche a todas partes o hacer unas buenas caminatas. Por ejemplo, desde el Ayuntamiento hasta la nueva casa de Óscar y de Gemma se tarda unos quince minutos en coche, o mejor dicho en todo terreno, porque el camino de tierra -y ahora con hielo- es impracticable para un turismo convencional.
Una casa aquí, otra allí. Así están las viviendas en el pueblo, diseminadas. Si cruzarse con alguien es difícil por los pocos habitantes que hay, las distancias lo hacen casi imposible. Óscar y Gemma admiten que se pasan días sin ver a nadie, o viendo solo a miembros de su propia familia, porque los padres y el hermano de Gemma también viven en Gisclareny. De hecho, la casa donde la pareja se ha instalado es propiedad del padre de Gemma: la compró como segunda residencia hace 28 años y la fue arreglando poco a poco. Es un antiguo molino de harina junto a un río. El sonido relajante del agua corriente se oye de fondo.
"No queríamos que nuestro hijo se criara en la ciudad", argumenta Gemma mientras mece al niño dormido en sus brazos. Por ello, explica, ella, una músicoterapeuta de 38 años con trabajo en dos escuelas de música, y él, un diseñador gráfico de 47 años que trabajaba en una imprenta digital, dieron el paso y dejaron Vacarisses, en el Vallès Occidental, donde vivían hasta entonces. Vacarisses también es un pueblo, pero comparativamente no tiene nada que ver con Gisclareny. Al menos tiene 6.800 habitantes. Pero se les acababa el contrato de alquiler, así que Gemma y Óscar tampoco podían seguir viviendo ahí aunque quisieran. Admiten que primero buscaron casa en la Costa Brava, pero ¿quién puede pagar un alquiler con precios por las nubes? Así que finalmente se instalaron en Gisclareny. Los padres de Gemma tienen una casa rural donde Óscar podía trabajar. Lo que no se esperaban, sin embargo, es que una pandemia cambiara de pies a cabeza la vida en el pueblo.
“Comemos lo que plantamos”
"Estamos haciendo obras en la casa rural", explica Óscar. Así ocupa ahora las horas, y también cuidando a los caballos, las gallinas, los panales de abejas y el huerto. De hecho, asegura, no para durante todo el día. "Comemos lo que plantamos", añade ella, que enumera todo lo que han cultivado: judías, calçots, patatas, lechugas, pimientos... "Con lo que nos gastábamos en Vacarisses en un mes, aquí podemos vivir cuatro o cinco".
De lo que no hay duda, sin embargo, es de que se han tenido que adaptar a la vida de pueblo. Óscar dice que se ha convertido en un manitas, porque "no puedes llamar a un electricista para que venga aquí, y si peta una tubería, también te lo tienes que arreglar tú mismo". Se han acostumbrado a tener una gran despensa y a relativizar el tiempo. "Aquí te tiras un día para ir de compras", declara. Van al pueblo de al lado, Bagà, que solo está a unos siete kilómetros, pero el trayecto ya supone media hora en coche por una carretera de curvas. Suelen ir una vez al mes o a veces más a menudo si se agobian de estar en Gisclareny sin socializar con nadie. Gemma también dice que se ha aficionado a comprar por internet, pero igualmente también tiene que ir a Bagà. El mensajero no llega a Gisclareny.
"‘¿Y si le pasa algo al niño?’, me preguntan", confiesa Óscar. Contesta él mismo: "¿Y si no pasa?". Asegura que ellos prefieren vivir al día, sin darle demasiadas vueltas a la cabeza. El CAP más cercano está en el pueblo de Guardiola de Berguedà, a media hora en coche. Y si se quedan aislados por la nieve, el hermano de Gemma es el encargado de conducir el quitanieves que Gisclareny comparte con otros cuatro pueblos. Por lo tanto, es un tema que tampoco les quita el sueño. "Cuando el niño tenga que ir a la escuela, entonces ya veremos qué hacemos", resuelven.
El alcalde de Gisclareny, Joan Tor, explica que el pueblo tuvo escuela décadas atrás. Estaba en lo que son ahora las dependencias del Ayuntamiento pero cerró a finales de los años sesenta. De hecho, aclara, Gisclareny nunca fue una gran población: en 1800 llegó a tener 600 habitantes, pero en 1979, cuando él fue elegido alcalde por primera vez, ya solo había una treintena. Con todo, afirma: "No somos el clásico pueblo abandonado". La población de Gisclareny se multiplica por tres o por cuatro en verano, y el pasado no fue una excepción a pesar del coronavirus. Pero desde que el Govern decretó el confinamiento municipal, el pueblo se ha quedado sin visitantes. Con todo, Óscar y Gemma confiesan que, con o sin restricciones de movimiento, en Gisclareny se sienten como si estuvieran "confinados" pero, eso sí, "voluntariamente" y "en un espacio natural".