Cuatro puñaladas al corazón del barcelonismo (4-0)
El Liverpool gana la eliminatoria en una de las noches más oscuras de la historia del Barça
Enviado especial a LiverpoolLos fantasmas perseguirán al Barça durante meses, con pesadillas que le recordarán una de las noches más oscuras de la historia del club, en Liverpool. Justo un año después de Roma, el equipo de Ernesto Valverde volvió a desaprovechar tres goles en Europa y se quedó con la miel en los labios, con los hoteles reservados en Madrid, con un palmo de narices. Una derrota que dejará una herida difícil de cerrar en un proyecto que tendrá que pasar de soñar con el triplete a convivir con el hecho de no haber podido ganar más Champions durante los años de plenitud de Lionel Messi. Pero, en Liverpool, ni Messi fue Messi. Fue de los mejores, pero no siempre puede hacer milagros. El Barça quemó como un muñeco de fallas en el infierno de Anfield.
Lo peor de todo es que fue una derrota merecida. Si alguien hizo méritos para pasar fue un Liverpool valiente, descarado, ambicioso. Ya en el Camp Nou merecieron marcar alguno de los goles que se guardaron para una noche de Anfield en la que el Barça, empeñado en abandonar el centro del campo, se fue haciendo pequeño a medida que los jugadores del Liverpool se convertían en gigantes.
La semifinal era una oportunidad para afrontar a los fantasmas del pasado. Sin embargo, como si el destino quisiera recordar a una generación de ganadores a quienes nadie les regalará nada, una vez que empezó a rodar la pelota, el Barça tuvo que luchar contra un estadio convertido en un animal vivo, que respira, muerde, asusta. Anfield es un estadio como los de antes, en el que un solo corazón late al mismo tiempo y lo convierte en un escenario incómodo, por momentos desagradable, con aficionados que celebran córneres como si fueran un aumento de sueldo y como si cada decisión arbitral, sea clara o no, fuera un atraco en el que te roban este sueldo que te han pagado.
Sin Salah o Firmino, el Liverpool colectivizó los esfuerzos, con todos los jugadores siguiendo las órdenes de Jürgen Klopp, dejándose la vida en cada acción. Presión alta, ataques verticales, faltas al límite del reglamento. Todo lo que incomoda un Barça que prefiere los bailes de salón más que las peleas en los callejones. Valverde cayó en el juego de los ingleses y concedió demasiados errores en los primeros 15 minutos, cuando Origi marcó el 1-0, después de un grave error de Jordi Alba. El Liverpool convirtió un partido de fútbol en un aquelarre, incendiándolo todo entre exorcismos y miradas encendidas que pusieron al Barça contra las cuerdas. Bien, a Arturo Vidal no. El chileno, en medio del caos, parecía que se lo pasara bien recuperando un montón de pelotas, sudando la camiseta, lanzándose a tierra una y otra vez para enmendar errores de un Barça que poco a poco consiguió aprovechar el cansancio local para conectar con Messi. Una vez que el Barça conseguía superar la primera línea de presión red, creaba peligro, pero Coutinho y Messi no pudieron batir a Alisson. Trenes perdidos, ocasiones desperdiciadas. A los dragones, cuando puedes, les tienes que cortar la cabeza. O te volverán a atacar.
Y en 15 minutos negros como la habitación de pensar donde se tendrá que encerrar Valverde, el Liverpool prendió fuego a los sueños del Barça marcando dos goles tan solo empezar la segunda parte. Justo cuando no lo debían hacer. Dos puñaladas al corazón del barcelonismo de Wijnaldum, entrando desde la segunda línea como una daga que destripaba la unidad del Barça, que se sintió siempre incómodo con un vestido que normalmente no le queda bien: el de equipo defensivo.
Con la eliminatoria igualada, al Barça le desfilaron por delante los fantasmas de tres años de decepciones, mientras la afición local insultaba a Suárez y Coutinho recordándoles que prefirieron marcharse en lugar de quedarse. Valverde reaccionó sacando del campo a un Coutinho convertido en un alma en pena y poniendo en su lugar a Semedo para reforzar el centro del campo con Sergi Roberto. Poco después, para recuperar el control, entró Arthur Melo. Y por primera vez en toda la eliminatoria el Barça intentó llevar el ritmo del partido.
Pero ya era demasiado tarde. El viento hinchaba las velas de un Liverpool astuto que hizo el 4-0 en un córner servido tan rápido que la defensa azulgrana no supo ni cómo les habían dado el golpe definitivo. Quedaban 10 minutos, pero la sentencia ya estaba escrita hacía tiempo. Europa, escenario de grandes noches de un Barça que quería escribir el relato de los partidos, relegó al equipo de Valverde al peor de los escenarios: el de actor secundario. Tanto en el juego como en los resultados. Y seguramente las dos cosas están relacionadas. El Barça quiso ganar olvidándose de jugar. Un pecado capital por el que ardió en el infierno de Anfield.