Infancia

Los menores en familias de acogida, más felices y estudiosos que los de los centros tutelados

La DGAIA evalúa por primera vez el sistema de protección preguntando a los jóvenes y un 74% afirman sentirse satisfechos con su vida

Barcelona¿Cómo se sienten los menores tutelados por la Dirección General de Atención a la Infancia y Adolescencia (DGAIA)? Claramente, la pregunta no tiene una única respuesta, pero es la primera vez que se plantea directamente a los niños y adolescentes que, por varios motivos, no pueden vivir con su familia biológica y viven en centros o con familia extensa (tíos, abuelos) o de acogida. La iniciativa la puso en marcha en 2022 el departamento de Derechos Sociales con una macroencuesta anual entre los tutelados de 10 a 17 años (se han excluido a los extranjeros que llegan solos) para que pongan nota en el sistema de protección de la infancia y, a partir de aquí, realizar los cambios de orientación y planificación, explica la directora de la DGAIA, Ester Cabanes.

Los resultados preliminares de las tres primeras oleadas de preguntas recogen que tres cuartas partes (74%) de los menores tutelados afirman estar satisfechos con su vida, un 68% se han sentido protegidos en el lugar donde viven y en un porcentaje similar también creen que se les prepara para la edad adulta. Bajando al por menor se constata que prácticamente no hay diferencia entre los menores que se quedan dentro de su familia y los que están en una acogida externa. En cambio, entre los que viven en un centro o piso tutelado, las variables son siempre inferiores. Por ejemplo, este último grupo presenta más absentismo escolar y menos amigos, y también necesita mayor apoyo en la salud emocional. El punto a favor es que los centros se sienten mejor preparados para hacer frente a la mayoría de edad.

El cuestionario, ideado en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y en la propia DGAIA, evalúa anualmente hasta 80 indicadores que abarcan desde la educación hasta la socialización, la seguridad o la salud mental de las criaturas. Para Cabanes, los resultados "rompen falsos mitos asociados a la DGAIA", un organismo al que a menudo se reprocha o bien que se excede a realizar retiradas de tutelas por motivos racistas o de pobreza –dos supuestos que rechazan y que no pueden ser causa de retirada– o bien que su tardanza o negligencia en la retirada ha provocado más daño al menor.

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Els menors tutelats a Catalunya

Durante la presentación de este termómetro un grupo de adolescentes bajo la tutela de la DGAIA y un extutelado aseguran que los resultados se ajustan bastante a sus vivencias personales, en familias o centros. "Tener los datos es el primer paso para poder priorizar qué modificar primero", apunta Josefina Sala, catedrática y directora del Grupo de Investigación en Infancia y Adolescencia en Riesgo de la UAB, que ha ideado el cuestionario y "donde se pone el foco" . Sala subraya que la situación de estos menores mejora cuanto antes entran en el sistema de protección porque se les ha apartado del conflicto, como situaciones de violencia o desatención grave, cuanto más llevan (pasan más tiempo en un ambiente estable) y cuando viven en familias.

El desamparo

"Separar a tiempo salva vidas", dice Natalia (nombre ficticio) que a los 16 años vive en un centro y que señala que no siempre quedarse con sus padres es la mejor opción para el menor. Erik, que acaba de cumplir 20 años y ya se ha podido independizar con su pareja, comparte que son las criaturas las que deben estar en el centro del sistema y no los adultos. Con todo, dice que ha aprendido que no puede juzgar a la familia que no puede o no sabe criar a un hijo –"a nadie le enseñan a ser padre", afirma–, y, en cambio, ha conseguido deshacerse de "l 'autoculpa'', del sentimiento de sentirse responsable de que las cosas no fueran bien a casa.

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Aunque las familias son la mejor opción, en Cataluña existe un gran déficit de solicitudes que hace que casi la mitad de los 6.700 desamparados (sin contar los 2.300 menores extranjeros solos) tengan que vivir en centros por la falta de solicitudes de acogida. "Es un grave problema", señala, porque está demostrado que crecer en un núcleo familiar da más bienestar emocional y material, mayor estabilidad y seguridad.

En este punto, incluso las familias ajenas sacan mejores notas que las extensas, porque a menudo son los abuelos o parientes con pocos recursos económicos los que se encargan, y las desconocidas, por el contrario, cuentan con un nivel socioeconómico más alto, relata Sala. Por eso, dice que urge replantear el sistema de organización del modelo de los centros y apostar por pisos o unidades pequeñas, de como máximo 10 menores conviviendo como si fueran una familia.

El estigma y el 'bullying'

En esta reorganización la experta también dice que resta calidad al sistema que los menores cambien de tutores (los profesionales de referencia) con demasiada frecuencia porque dificulta que se teja una relación de confianza. Más de la mitad de los chicos han tenido al menos a dos tutores en el último año y tres cuartas partes de los jóvenes han cambiado de centro o de familia, o han ido y regresado con los progenitores. "Son demasiados cambios y se profundiza el sentimiento de abandono", apunta Sala.

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Los cambios de domicilio tienen una derivada en la escuela y en el desarraigo del barrio o ciudad. En cada mudanza, deben hacer nuevas amistades, nuevos compañeros y no siempre son bien recibidos porque el desconocimiento y la ignorancia en torno a qué son los menores tutelados origina casos de bullying y discriminaciones. "Nos confunden con delincuentes", lamenta Natalia, que se ofrece a ir "por las escuelas o por donde sea" para hacer pedagogía. Los adolescentes relatan momentos incómodos en la escuela o en la calle, o miradas que les hace sentirse señalados. "Para evitarlo y no tener que contar nada, hay gente dice que está viviendo con sus tíos", indica Erik.

Amistades y socialización

Sala apunta que la labor de la DGAIA de velar por la seguridad de los menores desamparados que tutela hace que en demasiadas ocasiones exista un exceso de celo por la seguridad y el control que no se da a las familias. "¿Por qué no se abren los centros a niños de la calle para que jueguen o se facilita que los menores se queden a dormir en casa de un amigo?", se cuestiona.

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Niveles de estudios

Una de las grandes diferencias según viva el menor es el nivel de estudios. Entre los que se están en un centro, el 65% alcanza los 17 años sin estudiar, por el 40% que no estudia en familia extensa o el 18% en ajena. La brecha enorme puede justificarse, en parte, porque quienes viven en un centro suelen tener más problemas de aprendizaje o un historial familiar y médico más complicado, lo que seguramente les facilita que dejen los estudios prematuramente. En este punto, Sala confía en que la DGAIA y el departamento de Educación trabajen conjuntamente para impulsar programas o recursos para cubrir las necesidades de este colectivo, al igual que en 2022 se hizo con las universidades para que reservaran unas plazas para estos jóvenes.

Conocer la verdad

Cabanes admite que "hay camino por recorrer" en las mejoras de funcionamiento, aunque no esconde también cierta satisfacción por "resultados que se consideraban negativos y que los niños los ven positivos". Se refiere a que a sólo seis de cada diez menores les explicaron por qué no pueden estar con sus padres. En el interior de la DGAIA se interpretó que era un porcentaje muy bajo, pero en realidad para los adolescentes no es un asunto que les preocupe. Gisela (un nombre falso para una chica tutelada que vive en familia de acogida) afirma que no tiene "necesidad" y se cuestiona los beneficios de saberlo. También Natalia está en esta misma línea y explica que se teme que al "abrir el armario salgan piezas que duelen demasiado daño".

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Érik, extutelado: "Los padres deben entender que no son el centro del sistema"

Erik, 20 años

Extutelado

Erik participó en el primer año de la macroencuesta de la DGAIA para conocer qué piensan los jóvenes como él, tutelado desde los 12 años, del sistema de protección. Afirma que los resultados son "fieles a la realidad".

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¿Compartes lo que dicen los chicos tutelados de la DGAIA?

— He vivido algo similar, pero entiendo que haya gente que no lo vea así. A medida que creces te das cuenta de lo que te hace bien y de lo que te duele, y entiendes que no todo lo que quieres te hace bien. Los adultos, los padres, deben tener en cuenta que el centro del sistema de protección somos los menores porque debe pensarse cómo crecemos. En mi caso, en la escuela notaron que algo iba mal, no por falta de rendimiento sino porque emocionalmente era un niño muy inestable. En ocasiones la conducta de los padres afecta negativamente al desarrollo de los hijos.

¿Pensó que le arrancaban de su casa?

— A mí personalmente me ha marcado más la infancia y el tiempo de antes de tener que irme de casa. No me siento ni un niño ni robado ni arrancado de casa. La primera vez que entré en un centro tenía 10 años y durante ese año que estuve allí, tanto mi familia como yo hicimos mucha presión para volver a estar juntos. Y volví. Yo había hecho terapia, pero no era el caso de la familia ya los 12 volví a un centro por segunda vez. Me hubiera gustado que hubieran ido con más cuidado a la hora de la evaluación.

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Estuvo en un centro hasta los 18 años. ¿Le hubiera gustado tener una familia de acogida?

— Tuve la suerte de que mi centro era muy pequeño y casi éramos como una familia. En la escuela íbamos con el Picasso verde con el logo del centro y cuando bajábamos el tutor del centro me llamaba «Adiós, Érik, que vaya bien el día!!». No me gustaba nada [ríe] porque me moría de vergüenza. Quizás me hubiera gustado tener una habitación para mí solo porque, sobre todo en la adolescencia, necesitas un espacio para cuando no tienes ganas de estar con nadie y en un centro es difícil encontrarlo.

¿Cuál es su experiencia en la escuela?

— Era muy desagradable cuando nos decían los niños del centro, porque nos lo decían con una negativa connotación. A mí no me define ser de un centro, pero cuando te dicen te determina. Cuando los padres de un amigo me negaron la entrada a su casa y me dijeron que mis padres seguro que estaban en prisión y yo sería un yonquio. La gente no sabe lo que es el sistema de protección.

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¿Cómo fue la mayoría de edad?

— Es un aspecto mejorable. El día antes de dejar el centro sentía cosquillas en la barriga porque uno nunca está preparado para salir fuera. No tenía a nadie con quien compartir las decisiones que debía tomar y, a veces, tener ese apoyo es lo que más necesitas, que alguien te ayude a saber qué camino tomar. Sin embargo, yo pasé por un piso de autonomía y ahora comparto piso con mi pareja, trabajo y estudio informática. Soy una persona muy resiliente que se adapta a los cambios.