Unas 4.000 personas viven en los barrios de Font de la Pólvora, Vila-roja, Mas Ramada, Grup San Daniel y la Creueta, creados a finales del franquismo. Es una de las zonas más vulnerables y olvidadas de la ciudad, donde pocos gerundenses han ido.
"Solo pedimos que nos escuchen y nos tengan en cuenta"
Los vecinos del Sector Est de Girona piden que se les trate como al resto de gerundenses y que se acabe con la impunidad de los delincuentes
Muy pocos gerundenses saben que una de las actividades predilectas de sus antepasados era ir a pasar el día a la Font de la Pólvora. Entre mimosas y avellanos, solían juntarse familias y amigos para celebrar fiestas y fechas señaladas. Sin embargo, en unos 40 años, el imaginario colectivo del paraje se ha transformado radicalmente: la mayoría no han pisado nunca la zona por un miedo basado más en leyendas urbanas que en experiencias propias. De hecho, muchos ni saben que en el mal llamado Sector Est de Girona hay cinco barrios que, con una historia y características diferentes, comparten unas problemáticas y, a la vez, un sentimiento muy profundo de abandono.
“Estamos dejados de la mano de Diós” y “Somos gerundenses de tercera categoría” son las frases más repetidas por los vecinos de Font de la Pólvora, Vila-roja, Mas Ramada, Grup Sant Daniel y la Creueta. Reclaman más controles policiales, políticas de ocupación y buscar fórmulas para crear vínculos con el resto de vecinos de su ciudad, Girona, que hasta ahora siempre les ha escondido en todas sus postales.
El Sector Est es como una isla a 3 km del centro, rodeada de bosques y valles. A la derecha está Vila-roja, en el centro Mas Ramada, arriba a la izquierda Font de la Pólvora y abajo a la izquierda el Grup Sant Daniel. Cada barrio tiene una historia y fisonomía diferente: el régimen franquista fue construyendo las viviendas por fases, entre los años 60 y 80, para ofrecer un recurso habitacional a los miles de migrantes de Andalucía y Extremadura que malvivían en barracas por las Pedreres, Montjuïc o Sant Daniel.
Sin embargo, al poco tiempo de instalarse en los nuevos pisos, a finales del siglo XX, algunos vecinos optaron por dedicarse al tráfico de drogas ante la imposibilidad de ganarse la vida de manera legal. Desde entonces, los problemas relacionados con la venta de estupefacientes han acabado estigmatizando toda la zona, que vive con impotencia que los traten a todos de delincuentes.
De brollador a vertedero
“Aygua freda de Vila-roja (Font de la Pólvora) […] Es la mes apropiada pera curar tota mena d'Anemia y l'Orgarme sexual”. Es parte del anuncio, de 1902, de una embotelladora que obtenía el agua con propiedades mineromedicinales del brollador conocido como Font de la Pólvora, por el edificio próximo que durante siglos sirvió para guardar pólvora.
“El agua era un poco picante y todo esto era precioso: estaba lleno de árboles, había encinas, limoneros, mimosas… Era muy bonito”, recuerda con los ojos mojados Antonio Heredia, que, con 5 años, llegó de Granada con su familia. Al principio vivieron en una barraca en les Pedreres, hasta que se instalaron en uno de los pisos acabados de levantar.
El paisaje que describe Antonio de su niñez tiene poco que ver con el actual. La antigua fuente es ahora una mancha en el suelo de piedra y cemento mal mezclados. Y la llanura de hierba es ahora un vertedero: coches quemados y abandonados sobre una alfombra de plásticos, maderas y todo tipo de basura ya imposible de reconocer.
“Aquí todo el mundo tira mierda, y muchos vienen de fuera porque saben que aquí no les multarán. ¡No hay derecho!”, se queja el vecino. Su apellido es uno de los más comunes en el barrio: “¡La mitad somos Heredia!”, dice riendo. A su lado, su hermana, Palmira, asiente. Ella es la matriarca de la familia Heredia Ramírez, Los Chaquetas, y, con 51 años, tiene 6 hijos y 14 nietos . Ellos tienen muy clara la lista de los agravios del barrio (“No arreglan nunca nada, está todo sucio”), pero, por encima de todo, reclaman una solución urgente a los cortes de luz que cada día sufren durante horas y que les dejan sin poder cocinar, hacer los deberes o poner la calefacción. “Nos hemos tenido que comprar generadores, y cada día tienes que pagar 10 o 15 euros en gasolina y, después, también tienes que pagar la factura”, critican muy hartos de una problemática que hace años que se arrastra.
Endesa alega que saltan los diferenciales por la sobrecarga que provocan las plantaciones de marihuana. “Pues si es así, que venga la policía y los denuncie, ¿no?”, argumentan los vecinos que están hartos de pagar justos por pecadores. “Somos personas, no animales”, recalcan.
Poco control policial
Font de la Pólvora está situado justo a la otra punta de la única vía de entrada en coche: solo se puede acceder al Sector Est por la calle de Carme. “Es como una ratonera diseñada para controlar. Y es muy peligroso: solo hay una vía de entrada y salida para los servicios de emergencia”, opina el vecino de Font, Àngel Fernàndez, Nene, que es educador social.
Esta característica urbanística también provoca que, cuando entra la policía al sector, haya tiempo de hacer correr la voz, antes de que la patrulla llegue hasta la parte alta de Font. Allá hay algunos puntos de venta, que se pueden ver a simple vista: mal puestos en un saliente, hay un grupo de hombres con dos jaulas de pájaros, que sirven para esconder las papelinas.
“Son una minoría los que trafican. El problema es que los que compran suben y bajan por aquí, y a veces te cruzas con yonquis”, indica Brigit Molina, señalando la calle Guadiana de Mas Ramada, donde se concentran la mayoría de instalaciones municipales: el centro cívico, el hogar de jubilados, el pabellón y el CAP. “Van arriba a comprar heroína y, de vuelta, se paran por cualquier rincón a pincharse y dejan las jeringuillas por el suelo, incluso junto al parque infantil”, critica el presidente de la Asociación de Vecinos de Mas Ramada, Miquel Àngel Garcia.
Se venden todo tipo de drogas, pero la más común es la marihuana: andando por la calle llegan fuertes olores de algunas casas de Font y de Vila-roja, pero no de Mas Ramada ni de Sant Daniel. “Yo las llamo las huertas”, admite el presidente de la Asociación de Vecinos de Vila-roja, Tomás Cebra, que reclama “más seguridad”. “Si en Girona aparcas mal te ponen multa. Pero aquí pasan chicos sin casco o coches a toda velocidad… y no pasa nada”, denuncia Cebra desde la terraza del bar Cuéllar, el epicentro social de esta barriada que durante los últimos tiempos se ha erigido como feudo del sentimiento españolista de la ciudad más independentista.
Convivir con el estigma
“Cuando dices que vivos aquí, la gente tiene miedo. Porque no saben que hay cuatro barrios y que son diferentes. Aquí, en el Grup Sant Daniel, no hay tráfico ni nada, es muy tranquilo”, certifica la vecina Carmen Martil. Todos los entrevistados coinciden que notan que se sienten discriminados a partir de secundaria, cuando se reparten los alumnos de las tres escuelas por los diferentes institutos. “De golpe se encuentran solos y se sienten estigmatizados por culpa de lo que hacen los adultos aquí. Y esto también contribuye a aumentar el abandono escolar”, expone la directora de la escuela de Font de la Pólvora, Pilar Marco.
Tanto ella como su homóloga en el centro de Vila-roja, Laura Chaparro, hacen esfuerzos ingentes para combatir el absentismo escolar, con recursos muy exiguos. “Nos recortaron al administrativo, sin tener en cuenta que tenemos que hacer otros muchos trabajos como ayudar a todas las familias con la preinscripción”, lamenta Chaparro, y Marco añade: “No entendemos que en Girona la policía pare a los niños que no van a clase, pero que aquí no les digan nada”. En la escuela de Font todos los alumnos son gitano-españoles o gitano-portugueses, y a la de Vila-roja se mezclan las cinco etnias que conviven en los cuatro barrios: además de gitanos, también hay payos, marroquíes e hindúes.
Hace años que las diferentes instituciones y entidades actúan de manera coordinada a través del programa PIA, pero no todas las intervenciones han sido exitosas. La principal actuación que se tendría que hacer, según los vecinos, es acabar de una vez “con la impunidad de los delincuentes e incívicos”, tal como subrayan Marco, Garcia y Cebra. Para la vecina Lorena Prieto, hay que poner la educación en el centro de todo, y Fernández prioriza las políticas de ocupación.
Sin embargo, por unanimidad, todos suplican que, se haga lo que se haga, no se continúe cometiendo el mismo error: “Hacen inversiones sin preguntarnos qué necesitamos. Solo pedimos que nos escuchen y que nos tengan en cuenta”. Un grito de ayuda de los vecinos de Font de la Pólvora, Vila-roja, Mas Ramada y Grup Sant Daniel que nada desearían más que sentirse queridos por su ciudad; y que aquella antigua fuente de agua picante vuelva a ser un brollador de encuentros, fiestas y carcajadas entre gerundenses de todos los barrios.