En Ponent los colores no están solos

El colectivo LGTBIQ+ de la demarcación de Lleida, Colors de Ponent, gana el 8º premio Tatiana Sisquella a la contribución social

Oriol Jové
3 min
Los miembros de la asociación Color de Ponente a su sede

LleidaPuta, gorda y maricón. Estos son los insultos más pronunciados en las escuelas ya desde los cinco años, apunta Héctor González Quiles. Es el presidente de Colors de Ponent, la asociación que querría no tener que existir. "Pero nos encontramos con una realidad en la que cada vez somos más grandes y hacemos más falta", reconoce. Colors de Ponent es el colectivo LGTBIQ+ de Lleida y ha ganado el 8º premio Tatiana Sisquella a la contribución social, galardón que se entregó el jueves en el Palau de la Música durante la Nit de l'ARA.

Colors de Ponent emerge entre el frío y la grisura de un día de otoño en el Centro Histórico de la capital del Segrià. Está ubicado en un pequeño local de este barrio, pero, a la vez, “es todo un mundo y lo que hay dentro”. Con esta frase Héctor define un colectivo que ya tiene prácticamente seis años de vida y que “es lucha, es una idea y es familia”. Las 120 personas asociadas que forman parte de él tienen una idea en común: romper con la cisheteronormatividad. Y con este único nexo en común es suficiente como para crear la familia a la cual se refiere Héctor: “Aquí todas somos diversas, no hay ninguna sexualidad que sea igual porque ninguna persona tiene el mismo cuerpo, expresión, atracciones o deseos, y, a pesar de que nos quieren encasillar, nosotros luchamos por una sociedad donde la diversidad sea la norma”.

Colors de Ponent gana el premio Tatiana Sisquella 2021

La lucha de Colors de Ponent es en varios frentes. Desde hace un tiempo ha podido contratar a tres personas que se dedican al acompañamiento profesional y a participar en talleres y en proyectos, pero no ha dejado de lado su vertiente asamblearia, encargado de reivindicar los derechos del colectivo en un territorio “lejos de Barcelona, donde sí que hay muchos espacios de socialización LGTB”. “Si alguien llama a nuestra puerta pidiendo un apoyo o acompañamiento, lo atenderá, en primer lugar, la coordinadora, y después de una primera acogida valorará cuál es la necesidad de esta persona”, dice Héctor. Y las necesidades son diversas: “Puede ser la socialización, estar con personas iguales, un acompañamiento más profesional o incluso la reinserción laboral”.

Con la etiqueta histórica de supervivientes estrechando fuertemente la mano a la bandera del arcoíris, Colors de Ponent “sobrevive” como puede: “A pesar de que en los últimos dos años hemos tenido un incremento en cuanto a subvenciones, recibimos menos de lo que nos gustaría”. Lo dice Hèctor consciente del camino que todavía les queda por recorrer: “Intentamos ir a los centros educativos y hacer talleres, pero vamos a muchos menos de los que nos gustaría, porque intentamos ir gratuitamente pero no siempre se puede. Estar presentes en las escuelas sería lo ideal porque la educación sexual es lo que nos ha faltado toda la vida”, asegura Héctor.

Un espacio para los más pequeños

A pesar de que el local de Colors de Ponent no es muy grande, el colectivo se ha extendido rápidamente por toda la demarcación, yendo a muchas comarcas y haciendo talleres o visitando institutos de todas partes. Avanzando por el pasillo, hay una pequeña biblioteca, una gran sala para las reuniones y los encuentros de cualquiera de los grupos que integra –el de jóvenes, el de mujeres, el de personas trans– y, al fondo de todo, una sala para las personas pequeñas, donde Cel hace una construcción con la carta de su restaurante escrita en la pared del fondo. “Cada persona tiene unas necesidades muy diferentes, y desde el minuto uno quisimos habilitar un espacio para que los niños tuvieran al alcance juguetes diversos”, explica el presidente del colectivo, que dice que esto les permite “ofrecer una atención más profesionalizada a las familias”.

La lucha diaria de Colors de Ponent seguramente evitará que Cel, dentro de unos años, pronuncie una de las frases que más han oído las paredes de los bajos del número 17 de la calle Lluís Besa: “Ojalá hubiera habido un Colors de Ponent cuando era joven, porque sufrí mucha soledad”.

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