César Bona: “Pongámonos en el lugar de los alumnos: es difícil estar cinco horas escuchando cosas y tener ganas de volver al día siguiente"

BarcelonaCésar Bona (Ainzón, 1972) pasó de dar clases en una escuela rural en Zaragoza a ser considerado uno de los 50 mejores maestros del mundo en 2015, según el Global Teacher Prize, el llamado premio Nobel de la educación. Rehúye los méritos personales, pero reivindica su posición mediática para pedir a los políticos “hablar más de educación” y escuchar las necesidades de los niños. También es el autor del libro Humanizar la educación.

¿Qué nos ha enseñado la pandemia en educación?

— La primera lección es que si en muchos ámbitos de nuestra vida la pandemia cambiará cosas, en educación no podemos cerrar los ojos, cerrar los puños y desear que todo pase para que todo vuelva a ser como antes. Y la segunda es que niños y adolescentes merecen que nos pongamos en su lugar. 

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¿Qué tendría que cambiar?

— Empezamos por lo que más nos importa: la salud. Tenemos que preguntarnos qué peso tiene la salud en las escuelas. Ahora todo el mundo sabe qué es una PCR, pero no una RCP (reanimación cardiopulmonar). Estamos hablando de salud física, de nutrición o de salud mental. Y si la sociedad que tenemos está en las escuelas que tenemos, tendríamos que hablar de qué necesita nuestra sociedad. ¿Necesitamos diálogo? Pues tenemos que encontrar más tiempo para dialogar en las escuelas. Miles de docentes están deseando encontrar este tiempo, pero el peso del currículum lo impide.

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La ley Celaá quiere sacarle contenidos y hacerlo menos memorístico. 

— Es que por poner más, y más, y más, y más datos los alumnos no saldrán más, y más, y más, y más preparados. A veces simplificamos el debate en educación: ¿por qué tenemos que elegir si memorizar sí o no? Creo que tan importante es memorizar contenidos como conectarlos los unos con los otros y con la vida de los alumnos.

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¿Esto es lo que significa “humanizar la educación”?

— Humanizar la educación es hacerse preguntas, reflexionar y ponernos en el lugar de las personas a quienes pretendemos educar. Pensemos cómo reaccionaríamos los adultos si nos pusieran un montón de datos en la cabeza aunque no nos interesaran. Nos tenemos que poner en el lugar de los niños y entender que es muy difícil estarse cinco horas al día escuchando cosas que no conectan con mis intereses y tener ganas de volver al día siguiente. 

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En el libro pone, precisamente, que la escuela tiene que ser “un lugar al que desear volver al día siguiente”. ¿Cree que a veces es un lugar hostil?

— No puedo decir que la escuela sea un lugar hostil, porque hay muchas que no lo son. El reto es hacer de las escuelas los lugares más parecidos a casa, porque los niños y niñas pasan ahí la mitad de la infancia y de la adolescencia. Lo que tenemos que hacer es ponernos en su lugar: ¿qué nos pasa a los adultos si no nos sentimos útiles o escuchados en el trabajo? ¿O si no participamos? Lo mismo pasa a los niños y a los adolescentes. Aunque hay muchos docentes que están deseando escuchar, la presión y la carga de los contenidos hacen que matices importantísimos no tengan suficiente espacio. 

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¿Las leyes son las que lo tienen que solucionar?

— Las leyes se tienen que hacer pensando en la realidad en las aulas y en la realidad de los niños. Es importante que la sociedad entienda que por poner más contenidos no saldrán más preparados. Lo que hace falta es saber asociar y utilizar estos contenidos. Ha habido muchísimas veces que yo no he acabado el temario. Y claro que sentía presión, pero tenemos que pensar cuál es nuestro objetivo real: ¿llenarles de contenidos o escucharles y crear debates para que tengan su propio criterio? Tenemos que ponerlo todo en una balanza y lo que tiene que pesar más es lo que más beneficie a los niños.

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Cuando se debatió la ley Celaá en el Congreso se habló sobre todo de la titularidad de los centros y de lengua.

— Este es uno de los grandes tapones de la educación en nuestro país. Cuando salimos a la calle para defender nuestras ideas, hablamos de cosas que corresponden a los adultos, y no a los niños, y esto es muy preocupante. 

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No hay manifestaciones sobre si se tiene que cambiar el currículum o no.

— Estaría bien que nos preguntáramos para qué nos gustaría que nuestros hijos fueran a la escuela. Nos tenemos que dotar de las herramientas que nosotros no hemos tenido: salimos a las calles a defender la educación emocional, o la educación física, o la educación en salud. Creo que hay mucha gente convencida de que hay que dar un giro a la educación, pero el problema es que la educación no da demasiados votos porque los resultados se ven a largo plazo. Es la gran paradoja: en educación, el futuro empieza hoy.