Violencia sexual

Reabrir el juicio de tu violación diez años después

En el año 2012 Mònica no pudo señalar al agresor porque había sido víctima de "sumisión química"

BarcelonaEl 22 de junio hizo diez años. A las 3 de la madrugada. Bajo una arboleda a la entrada de la Masia Moroder, en Moncada, cerca de Valencia. Allí violaron a Mònica. No hubo culpable porque no se pudo acusar a nadie: ella tuvo un vacío de unos minutos –cree que fue víctima de sumisión química– y el caso se archivó. Pero los restos de los espermatozoides que encontraron en su cuerpo siguen guardados. Cuando supo que las muestras se mantenían durante unos años en el Instituto Nacional de Toxicología de Barcelona, Mònica retomó su lucha y empezó a "juntar piezas" investigando los vacíos que tenía de aquella noche. Se ha preparado durante una década, recurriendo muchas veces a un camino doloroso y solitario, hasta pedir la reapertura de su causa, a pocos meses de la prescripción, señalando a quien siempre creyó que fue su violador. Si hay un presunto autor, el juzgado de instrucción número 3 de Moncada (Valencia) podría reabrir el caso y comparar los perfiles genéticos.

Proceso humillante

Bajo un árbol del Centro Cívico Can Déu, en la plaza de la Concordia de Barcelona, Mònica reconstruye "el viaje de sanación" de estos últimos diez años, un proceso "parecido al luto de una muerte". Tiene un discurso firme, madurado, profundo. Ha trabajado mucho sobre lo que implica la violencia sexual, la violencia contra las mujeres, aquello que empezó a entender cuando era una niña y estalló el caso Alcàsser. Es periodista –aquel 22 de junio iba a la fiesta privada de la marca Jägermaister para hacer un reportaje– y a través del arte ha intentado canalizar el dolor de aquella noche. Un dolor que siguió durante todos los años posteriores. "La violencia nunca se acaba. La violencia sexual te mutila. Me sentía un maniquí: primero en la violación, después del Estado", relata, consciente de que detrás su caso hay también un problema social: "Si hubiera formado parte de una familia poderosa todo esto no habría ido así, pero no tenía recursos". Todo fue frío, deshumanizado; en el hospital, con el forense, con el abogado de oficio, con los funcionarios. Fallaron los protocolos y hubo irregularidades. Se sintió cuestionada siempre. Los guardias civiles que le tomaron declaración la cosieron a preguntas "humillantes". "¿Cómo sabes que te han violado si no estabas consciente?", lo inquirían, buscando incongruencias en su relato para evitar una denuncia falsa. "Una víctima de violencia sexual por sumisión química no puede declarar con firmeza un par de horas después de haber sido violada. Después de haber recibido un choque postraumático, sin ayuda judicial ni terapéutica; ni haber dormido ni comido ni haber bebido un vaso de agua", argumenta.

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En procesos como estos necesitas que la familia y los amigos no te cuestionen. No fue así, la juzgaron. Primero recurrió a su expareja: "Esto te pasa por ir a estos lugares", le espetó antes de recomendarle, con el coche parado ante los juzgados, que quitara la denuncia. En casa las cosas cambiaron. Gestionarlo fue complejo. "La violación es el dolor social del yo y del entorno. Cuando te violan, te violan a ti, a tu padre, a tu madre, a tu pareja, a todo el mundo", sentencia. Afecta a todos los niveles. "Te sientes mal por estar mal porque ves que tu entorno también sufre y es muy difícil de gestionar. Te acabas aislando porque solo tú eres capaz de gestionarlo", relata. La experiencia la ha empujado a años de diazepam, insomnio, migrañas, dolor pélvico, miedos y dudas, a convivir con un trastorno de ansiedad crónica y múltiples síntomas físicos y psicológicos. "El cuerpo tiene memoria", repite siempre: "Me he sentido culpable por sonreír; estoy cansada de estar en una sociedad que te dice incluso cómo tienes que llorar". Ha dudado de la ropa que podía llevar. Le ha afectado a su sexualidad. Tuvo miedo de bañarse en el río donde siempre había ido a nadar con su padre, alló donde había pasado su infancia.

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"Quería sentir dolor para demostrar qué me había pasado, pero estaba muerta por dentro", recuerda de aquellos primeros meses en los que vomitaba cada vez que tenía que ir a declarar. Se marchó a Finlandia de Erasmus y allí pudo respirar. Nadie la juzgaba ni la cuestionaba cuando se recluía en ella misma recordando lo que había pasado aquel 22 de junio.

Sin acusación

Llevaba unas horas en la fiesta. Tenía material para el artículo y empezó a conversar con un chico mientras bebían cerveza. Mònica tiene claro que hubo algo más. "Hay un momento en el que tengo un vacío. Cuando me despierto, me veo fuera de mi cuerpo, disociada. Notaba que me arrastraban. Me salió una fuerza, un instinto de supervivencia y me quité de encima a una persona, que se marchó corriendo", relata. "No tenía el móvil ni la cartera, lo tenía un amigo mío que me había acompañado. Me dio un ataque de ansiedad. Me colapsé y en la ambulancia empecé a convulsionar", rememora: "Aprendí que te puede pasar en cualquier lugar, también en un entorno seguro, y que te lo puede hacer cualquiera". El que entonces era uno de sus amigos más cercanos –y que había ido como fotógrafo– identificó a la última persona con quien había visto a Mònica. "Decidí no hacer una acusación directa a pesar de que señalé claramente a una persona como la persona que recuerdo quitarme de encima. Pensaba que me destrozaría en el juzgado porque en aquel momento psicológicamente estaba muy vulnerable. Necesitaba digerir y cuidarme", escribió una década más tarde Mònica en un texto dirigido al juzgado para pedir la reapertura del caso.

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Pero entonces, con ella desubicada y superada por los hechos, llegó el primer sobreseimiento: Como "la perpetración" no se pudo "atribuir" a una persona determinada, el 18 de julio de 2012 se cerró la carpeta. Recurrió y se reabrió. El chico con quien había estado hablando y bebiendo acabó declarando –después de vivir un tiempo en el extranjero– y dijo que no recordaba a Mònica y que se enteró de los hechos al día siguiente, a través de la prensa. Aquella noche, sin embargo, la fiesta se canceló y los más de 300 invitados –todos registrados, la policía los tenía a todos identificados– tuvieron que irse a casa más temprano de lo previsto. La noticia corrió como la pólvora entre todos los asistentes. El Instituto Nacional de Toxicología requirió "muestras indudables de sospechosos" para hacer la comparativa y encontrar al autor de la violación, pero no se hizo y el caso se archivó nuevamente el 18 de julio de 2013, justo un año después del primer revés judicial.

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Durante aquellos meses Mònica vio como el testimonio que más la podía ayudar, su amigo fotógrafo, cambiaba su relato, cada vez menos convencido de quién era la persona con la que había estado la chica en el último momento, antes de la violación. Además, el chico "se victimizó, me hizo sentir mal por hacerlo sentir mal", lamenta ella. Aquella noche el amigo desapareció y no la acompañó al hospital. Del móvil y la cartera no se supo nada. También le desapareció un anillo que llevaba en el dedo índice. Sí que la ayudó un músico conocido que estaba en la fiesta. Acudió en el hospital, se la llevó en casa y le prestó ropa de su pareja. "Él me compró la pastilla del día siguiente", recuerda. Incluso en esto falló el sistema.

Después de años luchando por sobrevivir, con chascos constantes con abogadas y asociaciones, la gente que teóricamente lo tenía que ayudar, hace unos meses encontró fuerzas para dar el paso de la mano de la abogada Sònia Ricondo. Ahora sí, señalando el presunto autor. "Me habría gustado que esto pasara hace años, pero el curso natural de la vida nos ha llevado a 2022. Busco el amparo del juez para conseguir la justicia que siento que en aquel momento no tuve. Simplemente, quiero descansar, poder andar por la calle tranquila y estar en paz. Poder vivir en paz, la paz que no he tenido a los veinte me gustaría tenerla a los treinta", pide Mònica en el escrito para reabrir la causa e intentar cerrar la herida que se abrió aquel 22 de junio de 2012.

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