Salud

La contaminación puede causar tantos muertos por ictus como el tabaco

Describen la veintena de factores personales y ambientales que han aumentado los casos en los últimos 30 años

BarcelonaLos casos de ictus han aumentado rápidamente en todo el mundo desde el año 1990. La principal razón es demográfica: hay más población que vive más años y, con la edad, se agudiza el riesgo de sufrir una interrupción del flujo sanguíneo en el cerebro. Pero como ocurre con cualquier enfermedad o problema de salud, hay muchos otros condicionantes que pueden predisponer o favorecer para sufrir un ictus. Ahora una exhaustiva revisión de la información recopilada por los sistemas sanitarios de 204 países ha permitido describir una veintena de hábitos y factores ambientales que habrían hecho crecer aproximadamente el 84% de los casos documentados de ictus entre 1990 y 2021. Por primera vez uno estudio sostiene que la contaminación contribuye a ello –sobre todo en lo que tiene más mortalidad asociada, la hemorragia subaracnoidal– a un nivel equiparable al tabaco. Los resultados de esta investigación se publican en la revista The Lancet Neurology y se presentarán en octubre en el Congreso Mundial de Ictus en Abu Dhabi.

El ictus se considera una de las tres primeras causas globales de mortalidad y discapacidad. Según este estudio, hace unas décadas los factores llamados de riesgo metabólico –obesidad, presión arterial alta y colesterol alto– eran los que más contribuían en las posibilidades de sufrir algún tipo de accidente cerebrovascular –se observaban en hasta un 70% de los casos–, pero en breve los condicionantes conductuales y ambientales se sumaron a la ecuación. Así, con los datos más recientes, los de 2021, habría cuatro factores decisivos detrás del incremento “considerable” de casos registrado de las últimas tres décadas.

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Si bien existen diferencias en función del tipo de ictus y de la edad del paciente, los investigadores concluyen que los condicionantes más frecuentes son la presión arterial, la contaminación atmosférica, el tabaquismo y el colesterol. Además, dicen, las altas temperaturas han aumentado en un 72% los accidentes cerebrovasculares desde 1990.

“Este estudio supone probablemente una de las aportaciones más importantes de los últimos 30 años en el campo de la epidemiología global del ictus” , afirma el neurólogo del Centro de Ictus del Hospital Universitario Gregorio Marañón, Andrés García Pastor, en declaraciones a Science Media Centre (SMC). El experto destaca que este informe ha identificado y confirmado la relación de determinados hábitos o estilos de vida individuales (como el consumo de bebidas azucaradas, la escasa actividad física, una dieta pobre en grasas poliinsaturadas o la obesidad) con el riesgo de ictus, pero también otros factores ambientales (y que, por tanto, no pueden ser corregidos a escala individual). “Esto demuestra que las estrategias de prevención deben ir más allá de los cambios de estilo de vida personales. Son necesarias políticas globales contra la contaminación y el cambio climático”, valora.

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Pérdida de años

Liderado por un equipo de investigadores de la Universidad Tecnológica de Auckland y de la Universidad de Washington, el informe constata que el número de afectados por ictus en el mundo en 2021 creció en 11,9 millones (un 70% más desde 1990) y que la incidencia en personas menores de 55 años también ha aumentado sustancialmente, especialmente en los países de altos ingresos.

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Los avances tecnológicos y la rápida actuación de los profesionales frente a los síntomas –también de la misma población, que poco a poco aprende a identificarlos– ha permitido aumentar el número de afectados que sobreviven a estos episodios cerebrovasculares. Así, en 2021 se superaron los 93 millones de personas recuperadas (un 86% más que hace 30 años). Ahora bien, y aunque la mortalidad parece que ya no crece al mismo ritmo, se estima que ahora los pacientes de ictus pierden muchos más años de calidad de vida: si en 1990 el ictus provocaba una pérdida global de 121 millones de años de vida sana, actualmente son 160 millones.

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Los investigadores califican la tendencia al alza de los casos de ictus de “reto de salud pública”, pero son optimistas con el hecho de que las medidas preventivas que se han introducido en los últimos años están ayudando a reducir su carga global –medida por la incidencia, la mortalidad y los años perdidos de calidad de vida–. En concreto, señalan que tener una buena dieta baja entre un 30 y un 40% el riesgo de sufrir un ictus; que limitar la exposición a la contaminación lo reduce en un 20% y que dejar de fumar lo hace en un 13%. Esto, sugieren, evidencia que las estrategias para reducir la exposición a estos factores de riesgo en las últimas tres décadas, como impulsar zonas de aire limpio y prohibir fumar en espacios públicos, funcionan.

Cambio climático y obesidad

“Con el 84% de la carga de ictus vinculada a 23 factores de riesgo modificables, existen grandes oportunidades para alterar la trayectoria del riesgo de ictus para la próxima generación”, afirma Catherine O. Johnson, coautora del artículo . La investigadora destaca la importancia de realizar acciones climáticas urgentes para reducir la contaminación del aire, así como intervenciones centradas en contener la obesidad y controlar el azúcar en sangre y el consumo de productos ultraprocesados ​​y azucarados. En este sentido, O. Johnson destaca la necesidad de hacer mayor publicidad de las estrategias de prevención de enfermedades cardiovasculares entre los jóvenes.

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El estudio también hace un llamamiento a implementar "con urgencia" medidas para mejorar la vigilancia y la prevención del ictus, la atención aguda y la rehabilitación en todos los países. Para García Pastor, la relevancia de este artículo es que documenta que las estrategias de prevención del ictus puestas en marcha por los países son muy diversas y con frecuencia “inadecuadas o insuficientes” dependiendo de su nivel económico. La carga global del ictus es mucho mayor en las regiones de Asia Oriental y Central y en África subsahariana.